viernes, 18 de diciembre de 2015

regalo



El regalo de un baifo, cuando esto no era el Gran Tabaibal...
.. que agradecidos estaban los padres de uno, con el médico, con el maestro, con el abogado..., que carentes de recursos económicos, con los que pagar o propinar a los dichos y otros, y porque el primero había curado y salvado al chiquillo de una enfermedad y muerte segura, con el segundo porque con paciencia enseñaba las cuatro reglas, a leer y a escribir al niño, que si faltaba a clase era porque tenía que coger comida a los animales (entre ellos, a las cabras), agradecido con el tercero ante la defensa de un mal vecino que te había denunciado, digo, que faltos de dinero, la cabra suplía con creces, porque cuando no el queso tierno y fresco, o de ella también, el mejor baifo, acababan en la mesa del docente, del matasano -como se le llamaba sabiamente a los que decían “doctores”-, y otro tanto ocurría con el letrado en leyes, por haber ganado el juicio, como se decía.
Eran pues los baifos -los hijos de las cabras-, la moneda de cambio, y fruto de las cabras, los que servían para pagar favores o servicios. Y toda vez que casa no había sin unas cuantas o al menos una, siempre estaba ese baifo que se comía quien no lo había criado, y en ello un buen puñado de dinero en carne. No deja de ser, otra página de nuestra hasta hace poco reciente Historia (más o menos medio siglo atrás), y que como se puede deducir, tenía por protagonista a la humilde cabra, la misma que no faltaba en casa alguna, salvo ancianos -que también- o enfermos, que por falta de salud o sobrados en años, siempre se las tenía. Y, la pregunta pertinente de: “¿a dónde vas (por más que saco y hoz [“jose”] se viera al hombro)?”, con la respuesta consiguiente: “¡a cogerle un puño a la cabra!”, era lo más corriente. Nótese cómo la presencia de la cabra, y en este caso su cría, el baifo, formaba parte del quehacer diario y dio páginas bucólicas, sociales, de agradecimiento, etc. a nuestra Historia. Historia la nuestra, que corre paralela a las cabras, y ello desde el origen y nacimiento, pues hasta a la misma madre en el caso de amamantar o criar al hijo, la cabra suplió, en tan alto como elevado menester, teniéndolas en más de un caso como una segunda madre, de los más hermosos chiquillos, pues su leche si no mejoraba a la materna, en nada la desmejoraba. Y, sin embargo, el cabildo, las matan.
El Padre Báez, que sigue evocando páginas al viento, de nuestra Historia, paralela y contigua a la de las cabras. Historias que un servidor evoca, y el cabildo las borra, arrancado de la misma las más bellas imágenes, como mostraré en breve: el niño mamando de la cabra, en el regazo de su padre sonriente.

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