sábado, 5 de diciembre de 2015

baifito



Cada año, matábamos un baifito (costumbre tabaibera)...
... y nos lo comíamos; a mí no me gustaba, aquella, era una carne rara, era algo fofo, sin consistencia, blando, me daba asco... y así mi infancia y juventud, fue vegetariana. Era, el único plato que cocinaba mi padre (uno al año, sin más [procedía el de cabreros], y lo sabía hace) -ante mi extrañeza de verlo cocinar en el puesto de mi madre- con los condimentos aprendidos, y por más que olía bien, a mí (a un servidor), a mí no me gustaba.
Aquello, era un ritual singular y muy propio del mundo rural ancestral. Siempre se hacía con un baifo macho, y ello -para aprovechar la leche de la cabra- se le sacrificaba (mataba) a la semana de nacido, aún muy tierno (mi padre se chupaba hasta los huesos), con lo cual todavía estaba en leche -lechoso-. Si el parto fue triple -normal entonces, término medio- siempre se criaba la hembra, o más de una; el macho que se comía, y si más del mismo sexo se vendía, que era una forma de aliviar la economía con un buen baifo (pasaban los compradores de baifos por las casas solicitándolos)-este sí, bien gordo, porque cuanto más peso, mayor precio- y es el caso, que en aquella ceremonia, de segarle el pescuezo al baifo, verlo con la cabeza separada, cuando antes habías jugado con él, y si era o no tuyo o de tu hermano, te quedabas, sin ese “juguete”, que luego, el descuero, agarrado a un palo (cogidas por las patas de atrás, se enganchaba del palo de la parra, y se tiraba del cuero [utilizado como alfombrilla, para pañal bajo las sábanas de los niños, etc.,] y abierto por el centro), allí el “tripaje”, y en búsqueda de la vejiga del cuajo (aprendíamos ciencia natural: que si el corazón, los pulmones, las asaduras, etc.) ; y de cara al cuajo, antes de matar al animalito, se le daba toda la leche posible, para que fuera un buen cuajo, que colgado de la parra primero al sol, y luego en la cocina -entonces de leña y humo- el cuajo se iba endureciendo (madurando), hasta que pasados un par de meses o más, se escachaba (con manilla y almirez) con sal, y a un bote de cristal, para ir extrayendo para cada cuajada un poco, y según la cantidad de leche, y hacer el queso. Esto, que en resumen les cuento, es para que vean ustedes mis amigos, cómo desde pequeño, me asqueaba la carne, toda vez que ese lujo era solo de ricos, que los pobres, con el cochino, teníamos carne todo el año, a repartir el día de la matanza, y dado que cada familia tenía su propio cochino, había carne fresca -que se devolvía el favor (“¡mi madre le manda esto!”)-, y en un barril con sal, todo el año, para el gofio escardado, para con los jaramagos y papas, y quede de paso los chicharrones, las morcillas, la vejiga-balón, con la que jugar a la “pelota”..., toda una película que pasa por mi mente de hombre mayor (ahora 68 años) recordando lo que hoy te prohíben: no puedes matar un baifo, no puedes matar un cochino -por más que sea tuyo y para comértelo- pero ellos, sí, ellos, nos matan las cabras..., sin más comentario (no sigo).
El Padre Báez, que fundamenta así, su amor a las cabras, y cómo en su defensa, me queda mucho por decir (acabo de comenzar).
-------------------------------
Uno de tantos (J. J. Espino):
Mi estimado Padre Báez: Lo inexplicable es cómo una persona de origen de Agüimes, pueblo de agricultores, pescadores, ganaderos  y PASTORES, cometa tamaña salvajada. Del otro, el tal Brito, me lo puedo creer ya que posiblemente sea de Ciudad y de animales sabrá lo que yo de extraterrestres.  Un fuerte abrazo.

“... tus ganados pastarán en anchas praderas...” (Is. 30, 18-21. 23-26). / “... cabras que no tienen pastor...” (Jesucristo: Mt. 9, 35-10, 1. 6-8).

No hay comentarios:

Publicar un comentario