viernes, 18 de diciembre de 2015

entonces



Aquellas cabras, escaparon del cabildo entonces, que hoy...
... ya sabemos su suerte (¡se la tienen echada!). Y, puesto que el maestro llamó a mi padre y le dijo el niño valía para los estudios, hice el ingreso y pasé al Instituto a hacer el Bachillerato, y dado que a 26 kilómetros de casa, y con la poca frecuencia de coches (de hora), y la lentitud con la que iban, se pasaba el día en la carretera, me pusieron -a cambio de un cesto con comida variada, para compensar la alimentación-, en casa de tía Paulina, tía de mi madre, y que, frente por frente al entonces Hospital de san Martín, en la calle Ramón y Cajal, número 6, bajo, allí hacía mis deberes, en un ir y venir a clase al Pérez Galdós, hasta que el fin de semana, lo pasaba en casa ayudando en las faenas propias del campo y el cuidado de las cabras.
Pues, que en el corazón de Vegueta, cerca de la Catedral y de por medio la Plaza de Santa Ana, con el Obispado a un lateral, un servidor las veía bajar (a las cabras) en rebaño, desde las laderas del Barrio de san Juan y pasar por delante del domicilio citado, aquel rebaño de cabras, y a la gente saliendo con escudillas en las manos; se las ordeñaban, a cambio de un módico precio, y las cabras seguían, por entre calles y los pocos coches de entonces (años 50/60 del siglo pasado), dejando el preceptivo reguero de cagarrutas, que entonces no eran un problema (mezcladas con cagajones de los burros, que tiraban de distintos carros), sino una solución, para los que por escasez de espacio o faltas de azoteas, no tenían donde poner las cabras, pero éstas pasaban por todo el corazón de la vieja e histórica ciudad, con sus balidos y cencerras. Un espectáculo digno de aquellos tiempos idos y menos mal, que entonces todavía, el cabildo no lo había emprendido contra ellas, porque de lo contrario, hoy no quedarían las pocas que tenemos. Pero, entonces, no solo en el campo, sino hasta en la ciudad. Ahora se habla de huertos urbanos, ¿por qué no tener cabras urbanas, como entonces? Pasa, que si a las de los riscos el cabildo las mata, ¿qué no haría teniéndolas a un tiro si por entre los coches en la ciudad?, ¿por qué sí a los perros entre la gente, y no las cabras?
El Padre Báez, echando una mirada hacia atrás, cuando ni en el campo, ni en la ciudad, las cabras estuvieron ausentes de su vida. Lo relatado más arriba, ocurría igual por el otro extremo de la ciudad o/y puerto y otros barrios como Guanarteme, Schamann, La Isleta, etc. Entonces hasta en la ciudad, y ahora ni por los riscos.
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(el cabildo): “... hirió animales... hirió de muerte... mató...” (salmo 134).

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