viernes, 4 de diciembre de 2015

diosas



Foto de Jonathan Rodriguez Santana.
Jonathan Rodríguez Santana De un corredor de montes Padre Báez, k respeta el campo, a las cabras, y a todo ser viviente. Saludos.
Eran, el “dios” de mi padre; y el cabildo las mata...
... eso le decía mi madre, y era verdad; se desvivía por ellas. ¡Tanto las quería! Oí decir a mi madre: “... hasta si en altar vieras hierba hasta allí irías a segarla...” Y en la Misa de su entierro dije: “... ahora será feliz, porque en la gloria podrá atender mejor que aquí a sus cabras..., allí los mejores pastos...” ¡sí, era demasiado! Todo para sus cabras, ¡cómo las quería!, ¡cómo las atendía! ¡Siempre comida cogida de repuesto!, siempre los pesebres llenos..., y claro, “de tal palo, esta astilla”.
Que lo mamé; no fumo, porque nunca lo vi fumando; quiero a las cabras porque me enseñó a quererlas..., ¿y que venga ahora el cabildo matacabras a matarlas? ¡No, me niego a ello! Mi padre, me enseñó a cuidarlas, a buscarle las mejores macollas de hierba, a veces hasta las empachaba -las ponía malas de tanto rollón, afrecho (piensos, todavía no había) millo en grano; el retal era de la hierba seca segada y guardada (hasta en el dormitorio, para que no se le mojara, y aplastado con el pico encima haciéndole peso), de la mesa salía con la lata con ralas de gofio (para las cabras), ¡cómo las tenía de hermosas!, ¡eran las mejores cabras de todos y todas...; sí, las “adoraba” , llegaba de su trabajo (era caminero), con sacos llenos de la mejor hierba que había por trastones y orillas de las carreteras; traía millo, ramas de todo, sementera, etc. Y, claro si se cría uno así, si eso es lo que uno respira o mama (de su padre), que se desvivía por ellas, y sus únicos enfados o pleitos, era porque no estaban lo suficientemente bien atendidas, y nunca estaba a su gusto, pero pasaba si veía que echándoles comida y agua, no probaban una y otra, señal clara que estaban satisfechas, hartas, bien atendidas. Y para ellas, la sombra de una higuera en verano, con pesebres de piedras, y en invierno la choza con chapas de cinc, para que guarecidas no se mojaran, y para que el viento no se las llevara -a las chapas- piedras encima..., en fin aquello fue mi mejor escuela, aprendí a no maltratar a los animales, aprendí a que no les faltara de nada, buena cama, mejor pesebre..., y ahora, ¿me las matan? Mi padre, hubiera puesto el grito en el cielo, y por él que no puede hablar, habla su hijo: Por favor, ¡ni una más! ¡Ninguna más! ¡Jamás le peguen otro tiro a cabra alguna! Respeten la memoria de mi padre; y yo, su hijo, el Padre Báez, lo hace por él.
El Padre Báez, que sobre esto tiene mucho que decir: escribiría un tratado (y algo irá saliendo, después de esta entrega), al menos que quede como retazos de Historia.
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“... mentirosos... banda de malhechores... impíos... sanguinarios... infames... llenos de sobornos...” (salmo 25). /  “...malvados... malhechores... que llevan la maldad en el corazón... sé su pastor...” (salmo 27). / “... el plan... que planean contra ellas...” (Is. 19, 16-25 [por supuesto: esto es: ¡Palabra de Dios!]).

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