lunes, 13 de junio de 2011

 
 
    Hay que hacer un gran esfuerzo mental, para trasladarse en el tiempo, al siglo XVI (1.500 y siguientes), y ver las cosas desde aquella óptica y realidad, y no desde el presente manipulado y deformador de los hechos, por desconocimiento y por la maldad de algunos que solo odian, y se mueven en el resentimiento y la ignorancia.
 
    Que los castellanos -y otros- no sabían la condición católica de los guanches; eran hijos de su tiempo, y creían que cualquier pueblo que apareciera a la escena, debían ser gente sin fe, sin Dios, y por tanto adoradores de falsos dioses, y por tanto había que evangelizarlos, la única y principal razón, de aquella acción descubridora.
 
    Que sin saberlo, porque les separaba el idioma, y la comprensión, que se trataba de llover sobre mojado, y si bien con las característica de una Iglesia particular, perteneciendo a la Iglesia universal (o católica), los guanches, no necesitaban conversión, porque eran hermanos en la misma fe y por tanto creencia, si bien con los matices propios del lugar e historia vivida.
 
    Hoy, con la distancia que da el tiempo, y los estudios e investigaciones hechas y por hacer, podemos llegar a conclusiones que cambian la Historia: entonces cumplían con un mandato divino, cosa que hicieron aquí, sin darse cuenta que, salvo matices y complementos, en lo esencial nada nuevo se les añadía.
 
    Que no podemos pedir a pobre gente, que venían a medrar y huyendo de la miseria, que desenraizados y lo peor de la Edad Media ya caduca, unos hombres incultos, se dieran cuenta de la realidad y trasfondo; que no eran la flor y nata de la sociedad los soldados y campesinos que hasta aquí llegaron con la ilusión de hacer fortuna; que eran una pobre gente, aventureros y desheredados...
 
    ¿Cómo se iban a percatar de estas sutilezas y adaptaciones? Que por parte de Obispos y clero, no hubo sino una lucha contra los propios, para defender de abusos y tropelías a los guanches, objeto de esclavización, robos, violaciones, etc., sabidas, y ello de mano de gente sin escrúpulos, sin formación, e hijos de su tiempo.
 
    El Padre Báez, que no deja de iluminar una realidad a la que muchos se les escapa, para comprender la mayor: ponerse en la época y ver la verdad de los hechos, sin leyenda negra, sin odio visceral y con la verdad histórica por delante.
   
  
   

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