lunes, 18 de junio de 2012

Surcos

Surcos:

Que sales por cualquier lado, y miras a la tierra, y aún conserva rastros de aquellos surcos, que cincuenta años atrás y menos, se hacían sobre la misma. Más, si va uno hacia el Sur, y los tiene –y ve- desde la mar, perdiéndose por lomas, barrancos, y subiendo hacia las crestas de las montañas. Lo mismo cabe decir si se va por el norte, solo que en este lado se ven más los canteros de las plataneras, que en otros tiempos se plantaban.
En ambos casos, los estanques, han sido demolidos, destrozados, desaparecidos. Y así una isla que está toda ella surcada de cabo a rabo, sin dejar un hueco por ningún lado (¡bueno, sí que dejaban “huecos” [lo comentaré a continuación, pero déjenme les diga, que se ven esas obras de arquitectura rural, que son las acequias, los machos, los canteros, los riegos, todo ello la más perfecta etnografía, de tiempos no tan lejanos, y que poco a poco, ha sido dejados, y ha muerto la isla!).

Que va uno y se fija por donde las acequias, que delimitan los surcos, y fuera de los mismo, por los extremos, rompiendo lo rectilíneo, se ven como pequeños bancales, o trozadas de terrenos, fuera y pegado a los surcos, que, los dueños y capataces, dejaban sin surcar, para que los de las zafras, arrendatarios o trabajadores en cuarterías, pudieran plantar para el consumo privado (para su familia y cabras), más allá del omnipresente tomate, cada aparcero, plantar lo que quisiera, y que por lo general, solía ser: sus papas, aunque menos, y sus millos, calabacinos, etc., que les servían para ellos y sus animales, a la sombra y al soco de la humedad del agua que se acercaba así a lo que quedaba fuera de lo plantado de tomateros.

Pero, había más: sabido es, que cuando el terreno se pone en desnivel, la surcada, buscando el nivel para que el agua no reventara los surcos, se les hace hijos u ojos, que fuera de la zona regada de tomateros, también podían ser –como islas- para los aparceros, que planta en lo dicho. Con lo cual, quedan los testigos mudos de esas trozadas de terrenos, fuera y pegados a los surcos, que los propietarios, dejaban, para que sus trabajadores, cultivaran también lo necesario para complementar su alimentación, para sus cabras y para ellos mismos. Toda una actividad, usos y costumbres, que de no contarse, las nuevas generaciones, difícilmente, podrán adivinar lo humanizada que estaba la cuestión, que dicho sea de paso, la zafra, no siempre daba ganancias, pero la comida al menos no le faltaba al que la trabajaba, venidos del interior de la isla a donde los camiones de la empresa, los iba a buscar, trayéndose –es lo que recuerdo al verlos cargar-: carderos, colchones, cabras... ¡Y la vuelta, después de medio año fuera, con dinero y riquezas, si la cosa les había salido bien o buena la zafra!

Don Manuel Socorro, Pbro. de Cueva Grande, cura que fue y Director del Instituto Pérez Galdós, por más de 30 años, con más de 40 obras escritas, una de ellas, trata el tema (la zafra).

El Padre Báez.

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