lunes, 4 de junio de 2012

De arqueología por Agaete

De arqueología por Agaete

Mientras otros hablan de ella o escriben sobre ella, nosotros, un grupo de amigos de la misma, nos las pateamos y visitamos, sin dejar huellas de nuestras visitas, la escudriñamos, las gozamos, las tenemos delante de nuestros ojos, y nos admiramos al contemplar, y trasladarnos desde el lugar a siglos atrás y vemos y contemplamos las huellas de ellos (los guanches).

Sí quedaron nuestras huellas, por aquellos caminos polvorientos, pero al aire fresco que a pesar del sol, nos venía de la mar y tanto, que ni el rey astro nos molestaba, aunque dejó nuestra piel rosada dándonos lo mejor de sí: calor y color, que el agua fresca pudo apaciguar, entre graznidos de gaviotas, por donde llaman la cueva del moro, que es como denominaban entonces a los guanches, y allí los restos de sus casas, su granero, sus conchas, sus pinturas (grabados), su sello indiscutible de la brea, y el asombro, de lo que puede esconder la tierra en el yacimiento traída por la erosión y el estiércol de ganados que gastaron en sus roces, paredes y silos.

Pero, más adelante, en lugar central de vistosidad circular a leguas de distancia la visión de su ubicación el túmulo mausoleo de alguien grande de aquellos tiempos, ya fuera guaire o faycán, dado que en las distintas rendijas u oquedades del acantilado, los restos mil, de cerámicas, lapas, huesos de pies y manos, de la boca (dientes), etc., dadas estas deposiciones (que no enterramientos), por el entorno, en paisaje celestial de belleza inigualable, y de asombro extasiante.

Y tanto que pasadas las 16,00 de la tarde, todavía no habíamos almorzado, porque nos alimentábamos con otros platos, para nuestro intelecto y espíritu, y tanto que olvidábamos a nuestro propio cuerpo, que debería esperar una hora más, para deshacer lo andado, volver a los coches e iniciar la búsqueda de una playa tranquila, donde poder disfrutar de lo mas apacible y deseable: un buen baño, que refrescara la piel.

Y ello llegó, pasadas las 18,00 porque antes –y a la sombra de gigantescos tarahales, degustamos con placer de gula sendos bocadillos de sardina, atún, vegetal, etc., sin que faltara la fruta del tiempo, refrescos, galletas, etc., y ahora sí: ¡al agua!. Esto ya, no es para contarlo, sino para vivirlo y repetirlo (eso nos prometimos). Hubo espacio para el yoga, algunos contemplaron sirenas, y no faltó el paseo chapoteando entre las olas y la negra arena, el fondo majestuoso del Faneque, enmarcado por Tirma y la cercanía del Barranco de Güi-Güí.

Y había que regresar, y sin dejar nuestro objetivo primero, visitaríamos un poblado de varias casas, donde en otro tiempo se sirvieron del yacimiento con tractores para extraer tierra para el firme de la carretera, y piedras de las casas guanches, para paredes de la misma carretera, bellísima por sus vistas, ahora con absurdas mayas de hierros acerados, cuyas piedras saltaran, y rebotarán en sus desprendimientos..., poblado que nos llenó de tristeza, al ver casas partidas por la mitad por cernieras y camiones, dirigidos por ingenieros de vías y obras públicas, que destrozaban el poblado dejándolo en ruina y desaparecido en gran parte...

Y en la gasolinera agaetense: el combustible para uno de los autos, el café para algunos y el polo o heraldo para otros tantos, degustado frente al Roque Antigafo y bajo la sombrea de Tamadaba. Ya en ruta: el absurdo de la basura plantada en ambos márgenes de la carretera, en lugar de olivos, higueras, tuneras, etc., y los surcos vacíos a ambos lados también perdiéndose hasta cerca del litoral y escalando a las alturas, en otros tiempo verde de tomateros; ahora, secos y vacíos, con acequias, machos, surcos, canteros, ojos o hijos (en los surcos), y el acercarnos devorando kilómetros de vuelta, para llegar sobre las 21,00 con las mochilas llenas de conocimiento y vacías de comida, con las ganas de volver, entonces siguiendo otras rutas, que a su debido tiempo, las anunciaremos.

Ganamos en conocimientos, en amistad, en canariedad, en identidad, en Historia, en esencia guanche, en su arte, en sus maravillas increíbles, en tanto y tanto mientras otros pobres se empobrecen, y gastan sus vidas en la tristeza de sentarse y copar un hueco en playas llenas de grasas, sin otro objetivo que mirar a semejantes, con ojos lascivos, que embobecen y aíslan, cuando no encerrados en casas o ante libros no estudiados en días laborales, y que roban a la Misa, al descanso, a la amistad, al recreo, a la salida, a tanto y tanto, que no es cuestión de repetir, ni ahondar, sino en dejarlo ya en apretado resumen, con muchas ganas de volver.

El Padre Báez.

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