lunes, 30 de enero de 2012

Un nuevo silo:



El pasado lunes (23 de enero del 2012), X..., me mandó unas fotos, de un yacimiento, que nunca antes había visto, ni tenía conocimiento de su existencia, oculto tras unas tuneras indias, de difícil localización y mucho me temo esté catalogado, pues no hay referencia del mismo, ni nada publicado al respecto. Fue tanto el impacto, que de inmediato, le puse este correo:



“X..., POR FAVOR DÍGAME -SI NO LE IMPORTA- DÓNDE CON EXACTITUD ESTÁN ESAS CUEVAS. NO LAS CONOCÍA, Y ME ENCANTARÍA CONOCERLAS. SON UN GRANERO DE LOS GUANCHES, Y SON MARAVILLOSAS.
        Gracias X.., por esas fotos. Espero su respuesta con ansiedad. Lo mejor sería que una mañana, si la tiene libre, me acompañe y las vamos a ver”.

Me mandó nuevas fotos, y me dejó su teléfono, y quedamos en ir el Domingo 29 (ayer), con su esposa; quedamos en el lugar acordado, y henos aquí, rumbo al norte, para descubrir con ansiedad y curiosidad, en persona, lo que me adelantó en fotos.


Me van a permitir, no les diga dónde está, pero sí que se lo enmarco, por lo novedoso de su ubicación, al tratarse de un silo o almacén de los guanches, abierto al norte, sobre el mar (y no como el de Valerón y el de Temisas, orientados al sur), lo cual significa, que ante las amenazas de castellanos y otros, que llegaban muertos de hambre, y como locos a vaciar graneros y buscar cabras para comer, éste estaba a buen recaudo, toda vez, que mirando al mar, y dejando amplias y extensas zonas de cultivo detrás, el silo, invisible por su camuflaje, y en la zona citada -pongamos que hablo del litoral que se extiende desde Gáldar a La Aldea, pasando por Agaete...


... y llegando al lugar donde dejar los tres coches (el de mi guía y descubridor), el de otro amigo (doctorando en arquitectura) y el de un servidor, nos hicimos a la grandiosa aventura de desafiar los riscos del litoral imponente. Cierto, allí estaba el silo: una enorme cueva, y dentro de la misma, los distintos y variados -a la par que numeras oquedades, con
las ranuras preceptivas de cerrar o tapar el grano; los techos  con brea, los agujeros -para palos en el suelo-, los restos del ganado allí en épocas aún recientes, pero fuera del recinto, el conchero, con millones de caracolas y lapas, con huesos diversos (de animales [restos de sus comidas, más allá de la pesca o marisqueo]), pero con dibujos dentro y huecos de tantos receptáculos semienterrados -algunos solo la parte mínima de lo alto-, y varios trozos de cerámica, por todo el entorno...



Valió la pena, con el gozo de seguir explorando el entorno, y allí el mausoleo profanado -como el resto de tumbas, vueltas hacia Tenerife- de alguien singular o grande por su cargo, y la anécdota siguiente:



Digo a mis acompañantes: Eso de ahí, es un enterramiento (un covacho en el risco, colgado sobre el acantilado, donde -dije- esas piedras que lo tapaban, ahora delante, son la prueba, y quitando unos beroles secos, con otras ramas secas que obstaculizaban ver el interior, y todavía fuera, añadí: “¡no hace falta se vea esqueleto o cadáver algunos, sino que si -como digo- eso fue una tumba, siempre quedan restos que lo atestiguan, como puede ser un diente, una falange, etc.! Y ¡dicho y hecho! -así vea los ojos de Dios- allí estaba, a flor de tierra -no escarbamos absolutamente nada- un diente, y toda vez, que estaba a la salida del covacho, y dije la cabeza debía estar en el fondo, pero al extraerla, dejaron caer sin verlo, este diente, pero por aquí debían estar los pies, y ¡allí estaba!: ¡una falange del pie! Ambos restos confirmaban, lo que cual si uno fuera brujo, adivinaba antes de verlo. Se les hizo foto, y se volvió a depositar justo donde estaba, porque dije:


“¡nada hay que llevarse de los yacimientos; este diente, pueda dar mucha información: edad del difunto, sexo, enfermedad, tiempo, etc.!” Y toda vez que alguien de arqueología-patrimonio quiera conocer y ver cuanto digo, y es un mínimo estaré gustoso de mostrárselo.


No acababan ahí las sorpresas de la jornada, porque al regreso, se descubrían totalmente ocultas tras regatos del terreno erosionado y la flora de lugar las casas cruciformes, de los dueños de aquellos silos, que sabido es que en común, cada familia -según pintaderas- tenía cada cual el suyo, con alguien encargado de vigilar y controlar entradas y salidas y la defensa y ocultamiento de la entrada. Tantos habitantes, fueron los que dejaron cual vertedero o deposición de basura, los caracoles y lapas antes citadas.


Pocos Domingos más gratos que éste, y dado que habíamos visto tantos lugares de enterramientos, dije visitar desde la finca privada, lindante con la necrópolis de El Maipés, llevé a mis acompañantes a que vieran cómo lo que los guanches habían dejado con formas abovedadas, curvas o/y redondeada (la tumbas o túmulos), habían sido cambiadas por formas circulares, con formas de queso, de tartas, y hasta una tumba simulando un sombrero cordobés, en lo que se puede tildar de barbaridad y atropello al Patrimonio, que por si era poco lo dicho, estaba todo lleno de pesadas lozas de planchas de hierros, superior en número que las mismas tumbas, deformando y dando un aspecto de absurdo mayor; pero volvamos de este lugar para regresar; pues se nos hacía la noche, con una lección y descubrimiento de lo que tanto abunda en nuestra rica tierra: la huella de aquellos que nos precedieron, y cómo lo dañan unos por ignorancia y otros sin conciencia, y por oscuros negocios con lo más valiosos de nuestra Historia.


Cabe decir, que nos tropezamos con alguien que vive en su tienda de dormir dentro del silo, ignorando del todo cuanto allí hay; ni siquiera, había reparado en el edificio funerario o panteón de alguien importante de los nuestros del ayer cercano, creyendo no sé que atribuible a militares, y otros disparates (mejor es así, pues ni siquiera, se había dado cuenta de los marcos, que había en cada silo, ni de las casas de cruciformes, ni de nada), y sí nos dijo algo sumamente interesante: en decir de su padre, que lo oyó a su abuelo (y cabe pensar la cosa viene de muy atrás  [siglo XV], el silo -para él, cueva sin más de un pastor al que a pesar de su media edad, no conoció- desde allí, sale un pasadizo, por donde los guanches huían, ante la visita sorpresiva de los que merodeaban la costa, en aquellos siglos XIII, XIV y XV.


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