domingo, 22 de enero de 2012

Convivencia de confirmandos (21 -I-12):


A las diez de la mañana, habíamos quedados en Cazadores, los confirmandos de: Tecén, Lomo Magullo, La Breña, y los propios del lugar (Cazadores), donde hacía un frío que... Y a la media hora, después de esperar a los que venían de lejos, los saludos, las presentaciones, etc.

Entramos en la Iglesia, y tras el saludo a Jesús en el Sagrario, sentados, escuchamos de San Mateo el famoso capítulo 25, y leímos -y comentamos-el juicio final, y cómo este consistirá en ese examen sobre el amor (estuve enfermo, extranjero, con hambre, desnudo, con sed, en la cárcel, etc.), y venciendo el frío que hacía, tomamos carretera arriba, en perfecta fila india, o en parejas, y por la izquierda, hasta que ya arriba, a las afueras de Cazadores, nos desviábamos hacia la cueva de Antonia.

Antonia, es una señora mayor, viuda, sin hijos, (82 años), que vive sola en una cueva, como los guanches, en lo alto de Ingenio. Y había una gran expectación, por conocer a dicha señora y forma de vida. Y nos hicimos al camino, por entre: retamas, escobones, almendros -una vez más- les conté lo de Jeremías, en su capítulo 1º, cuando Dios lo manda a predicar, éste le dice que es un muchacho, no sabe hablar, y le pregunta Dios, qué es lo que ves, y éste le responde que un almendro en flor, y le contesta Dios: Así soy yo.

Entonces ofrecía el coche, la cámara de foto, el palo, el anorac..., cualquier cosa mía que me pidiera si adivinaban el parecido de Dios con el almendro. En ello, hubo opiniones de lo más dispar, y se trabajó mucho la idea, sin que nadie acertara, por más que la única pista es, que íbamos en camino.

Y cierto, entre: lomas, barranquillos, unas y otros más, entre tuneras, alcachofas, y más almendreros, y siempre con la compañía inseparable del frío, pero animados por la conversación y la amistad, también los enamoramientos, y demás, llegamos a la casa-cueva de Antonia.

Antonia, nos acogió con gran alegría, al ver -como  nunca antes-, a tanta gente en su patio, donde no cabíamos, y menos en la cueva, donde todo el ajuar, se limita a una cama en el suelo, muchos almanaques de santos, un par de espejos de siglos atrás (el de sus padres y el de sus suegros), viuda unos once años, tenía fotos que nos mostraba de ella con su marido, y sin cocina donde cocinar -le prohíben haga fuego dentro de su cocina-cueva, donde su perrita, su compañera-...

... algunas sillas de esas muy antiguas, una cómoda y arcón, sin más. ¡Sí, una mesa: cocina-despensa-comedor-estante-lugar para la radio y papeles, y lo más importante, su jerga en el hablar de otro tiempo, con sabor a antes: “¡qué lindo, (lo que veía)!, ¡una parva (de muchachos)!, ¡no atinaba (a contarlos)!, ¡(andaba) trastiando!”, etc.

Y atrás, quedaba Antonia, que no paraba de hablar y contarnos cosas, con la tristeza de la despedida después, y la repetida invitación a que volviéramos.

Pero, había que seguir la convivencia, y aprovechando una hondonada circular, al soco del viento, y con algún rayo de sol, echados en la hierba seca, almorzábamos, sacando de las mochilas: el bocadillo, el zumo, las galletas, chocolates, frutos secos, papas fritas, etc., etc., donde el compartir y fotos -éstas durante toda la jornada, antes y después de este momento-, hubo tiempo para el descanso y sobremesa, muy amena; y de regreso, paramos para formar cuatro grupos, y responder a cuatro preguntas.

“1ª.- ¿qué impresión te ha causado Antonia y sus condiciones de vida (apartada, sola, sin luz, ni agua, sin higiene...)?; 2ª.- ¿conoces algún caso similar o parecido (alguien en condición o situación de abandono, marginación, pobreza, etc.)?; 3ª.-  según Jesús, ¿qué habría que hacer, en estos casos?; y, 4ª.- ¿a que te comprometes, personal y en grupo?)”.

Y toda vez, que en cada grupo había un portavoz, bajo almendros que hacían de tagoror, con bóveda y cúpula de flores fue la puesta en común...

Y, continuamos la marcha, hasta llegar a la carretera y allí de nuevo, la segunda visita: la de otra anciana -viuda como Antonia- pero ésta en mejor situación económica y con compañía- desde los 39 años -ahora con 80- tuvo que criar cinco hijos, y para ello, nos contó cómo trabajó, cargando “jases” de comida para las vacas, y...

Y seguimos, carretera abajo, hacia la ermita caída de Cazadores, ahora ya por la orilla de dentro, y ya en la ermita, la visita del lugar donde tantos amores (divinos y humanos): la sacristía, el presbiterio, el altar, las hornacinas de los santos vacías, los restos de pinturas, el campanario en el suelo...

Y la plaza. La plaza, donde el moceo, y el paseo por el cercado junto a las higueras, y las eras (dos)..., y ya bajar al punto de partida: al templo, para despejar lo del almendro en flor (sigo con todas mis pertenencias [nadie descubrió, que Dios, como el almedro, que se adelanta a todos los árboles, floreciendo en invierno y no en primavera como todos los demás, también Dios, va por delante de nosotros, en el camino de la vida, nos cuida, guía, ayuda...])...

Y salimos a la plaza de la Iglesia: se jugó a la “carrera de tejas” -bajadas de la antigua ermita-, luego al “pañuelo”, y ya tocando a primera (16,30), comienza a llegar la feligresía, la que poco a poco fue llenando la plaza, luego el templo, compartiendo Misa con mucha gente joven -como siempre-, que hacían de: acólitos, lectores, salmistas, etc., como cada sábado a las 17,00 horas.

Terminada la Eucaristía, había que regresar a casa, pero en la plaza, seguían los corros, los grupos, la gente -como siempre-... ¡y hacía mucho frío! Esto no fue obstáculo, para que el gran templo de lo más alto de Telde, estuviera, como cada sábado, a rebosar.

Un servidor debía bajar, con el tiempo justo, para celebrar en La Breña, a las 18,00; rápido y sin detenerme seguir bajando para celebrar en Lomo Magullo -ahora a las 19,00-...

Fue un día, para recordar siempre. Un día de impacto, de amistad, y de asombro: dos parejas venidas de Arucas, a comer en unos de los dos restaurantes del lugar, no salían del asombro -compartieron la Eucaristía con nosotros- ante tanta muchachada, tanta amistad, unidad, alegría..., y el lleno de la Iglesia, de tanta gente joven. Decían: no haber visto nunca, nada igual.

El Padre Báez.

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