domingo, 8 de enero de 2012

TECÉN-MARTELES (8-I-12):


No me va a ser nada fácil, resumir, lo que hemos vivido un muy buen grupo de personas, en los que los había no menos de 12/13 años, pasando por los 16/18, y siguiendo más allá de los 60/62... Pero, dejémonos de edades y números, y vengamos, a lo que ni las palabras, ni las imágenes (aunque éstas en más de seiscientas fotos), José Luis Pérez González, co-director de la Guía Histórico-Cultural de Telde, con su buen hacer y profesionalidad, buscó en todos los momentos esas fotos artísticas tan suyas, y tan fieles a en cuanto hace historia con una amplísima documentación fotográfica.

Nada fácil resumir -repito-, lo que se vive y se palpa. Pero, vamos a intentarlo, aún consciente de lo limitado y reducido que pueda quedar toda información al respecto; pues no se llega a aquel grupo de jovencísimos, que tira en todo momento del grupo y al que constantemente hay que ir frenando; qué y cómo decir lo que las mujeres y chicas en sus conversaciones más íntimas se van contando, ¿y cómo llegar a esos hombres hechos y maduros, que cuentan y hablan sin parar, entre ellos como si toda la vida antes se hubieran conocidos...?, pero esto, no deja de ser más que un rodeo, para ir entrando, en mil vericuetos, a donde solo a unos pocos y muy personales se puede llegar, a no ser que se “fotografíe”, con el texto, lo que la cámara registró, además.

Es el caso, que la Misa, antes de salir a las 10,00 nos convocó en torno a la Palabra de Dios y a su Cuerpo y Sangre, símbolos de nuestra fe; que salidos a las 10,30 cada cual se pertrechaba de ese tercer pie, que era el palo, que tan gentilmente unos de los dos Migueles aportaban. Y sin más: ¡barranco arriba, dejando atrás viejas casonas, solemnes casas, casas solariegas, casas nobles, casas y caminos, y por las orillas, los olivos, pero antes los mangos, naranjos...!, y por entre tanto, almendros, y demás; los fresales, y antes de coronar la carretera asfaltada, la parada, para explicar lo del almendro, que en decir de Jeremías, Dios se parece a él, y ofertábamos el mejor premio a quien acertara en ese parecido: “Dios-almendro”; para seguir y por los caminos que ascendíamos todavía la trebolina con el relente de la noche, a la sombra y también a la sombra, las frescas vinagreras, todas ellas comida cuales jaramagos más adelante, ante el asombro de más de cuatro, al ver convertido al cura, en una pura cabra come hierba (una lección, en la época que nos toca vivir, por si fuera necesario, y no morir de inanición, si llega el caso).

Que llagamos a donde las almendras y naranjas, y ya el medio día encima, nos venía como refrigerio, para aliviar el escaso o nulo desayuno de los más madrugadores. Y seguimos carretera adelante, pero no por muchos kilómetros porque había que comenzar el ascenso, hacia la izquierda, y que como dijéramos en el almuerzo, mejor, en la sobremesa, mientras desde las alturas contemplábamos los infinitos espacios y bellísimos paisajes, coronados por pinos,  y a nuestro pies perfumadoras retamas blancas, con otras delicadezas de la madre naturaleza, dijimos lo de San Josemaría Escrivá de Balaguer, en su libro “Camino”: ¡¡Muchacho, ve a por donde las águilas, no seas ave de corral!!, y explicábamos su sentido: por las alturas, por donde nosotros, como solo aquella pareja de milanos solemnes, y desde arriba, todas las ciudades -o casi todas- de la isla a nuestros pies, todo edificado, donde todos encerrados, al vuelo raso de las gallináceas, bajo y estruendoso; distinto el nuestro: solemne, majestuoso, señorial...

Y es el caso, que llegamos, ya algo cansadillos, por la subida empinada y los pocos remansos llanos, pero al fin entre barrancos imponentes, y entre sol y sombra el opíparo almuerzo, donde la mesa fue común salvo el bocata privado, y allí: las aceitunas, el queso, el pan de leña (de Tecén de nuestro amigo Julio [luego diré algo de otro Julio, no confundir]). Y les ahorro lo de las alturas, porque eso o se vive, o no hay palabras -o al menos no las encuentro- para describirlo.

Y -por no extenderme demasiado- volvimos, pero ¡cómo sería, que con pena de las alturas, en lugar de dar la espalda al volver, caminábamos al revés, como mirando con pena lo que dejábamos arriba! Antes, habíamos descubierto lo de Jeremías (el profeta: “... entonces me fue dirigida la palabra de Yahvéh en estos términos: “¿Qué estás viendo Jeremías?” “Una rama de almendro estoy viendo.” Y me dijo Yahvéh: “Bien has visto. Pues así soy yo...” [Jer. 1, 11-12].), y dijimos que así como el almendro se adelanta a todos los árboles, que florecen en primavera, él lo hace desde diciembre-enero, también Dios -como almendro que se adelanta- va por delante de nosotros, nos acompaña, protege, guía... (¡eso daba ánimos hasta para caminar “reculando”, marcha atrás!).

Y, de nuevo llaneando, entrando hacia Las Vegas, para bajar por el Barranco de La Fuente, y por sendos andenes, las casas varias -muchas- de los guanches, con miles de restos de sus huellas, cerámicas que nos asombraban al verlas por doquier, así como la brea en sus techos y si bien reutilizadas, y habitadas hasta los años 40/50 conservaban las trazas de sus primeros moradores, con objetos de asombro...

Y es el caso, nuevo llanear por donde El Mocán”, hacia el Barranco de San Miguel, en su precioso “zig-zag” de entrada, por donde el viejo molino desprotegido y protegida la vinagrera que lo echa abajo, entramos por el Barranco (no sin antes anotar, que hasta entonces, no nos habíamos encontrado con ninguna cabra, pero sí con numerosísimos perros), saboreando a  ambas márgenes las casa-cuevas de los guanches, que nos miraban, y las mirábamos asombrados, por sus misterios y bellezas, hasta que llegamos a donde el pastor, y lo de las cabras..., y ya eso, ¡no tiene nombre! Eso, fue demasiado.

Fue entonces donde acerté a escuchar u oír por casualidad a Julio (este es el otro, que con 13 años, decía asombrado): “¡esto, es mejor que una película, mejor que un circo, mejor que una Fiesta...!” Y creo, que si desde un principio hubiera dicho esto, me hubiera ahorrado todo lo que antecede y sigue (por supuesto, que se van quedando atrás muchísimas cosas: aquel señor que nos dijo en aquella finca antes, había más de 200 vacas (ahora ninguna); alguien nos decía que allí donde aquellas lechugas, para ampliar el terreno, su dueño arrancó cuatro retamas, y medio ambiente lo multó con 37.000,00 €, nada digamos no sea tomen represalias contra quien nos dijo que los mismos citados antes, le habían dicho -con gafas negras y gorro- “¡somos los agentes número cero, sesenta y..., y que...!”, ¡mejor me callo, no sea no le den ayuda!, cuando lo han perseguido a muerte.

Pero, sigamos, porque si durante cuatro horas caminamos al subir, dos invertimos en almorzar y descansar, otras cuatro horas amenazaban con la llegada de la noche, encontrándonos aún lejos de la meta de vuelta: Tecén. Ya que entre cañas, y saltando entre piedras del barranco, llegamos a donde la mina, que nos proporcionó agua riquísima, salida de las entrañas de la tierra (desde antes del 14 del 4 de 1914), y donde las ñameras, y más abajo las antiguas berreras, y más cuevas, y más cabras, y al fin: el campo de fútbol que presagiaba la inminente llegada a la plaza de Tecén, delante de la Iglesia, donde nos esperaban los coches, y era difícil la separación o despedida, porque amistad conseguida durante diez horas de hermosa convivencia, no era fácil terminar o acabar; eso sí, con el reparto entre los senderistas, caminantes o los que habíamos hecho la marcha, del último número de la Revista “Guía Histórico-Cultural de Telde”, y la triste despedida, pero la esperanza de repetir, por otros caminos cada mes la experiencia.

Seguro -y al cien por cien-, que se me queda atrás, lo mejor, pero para el que no pudo o no quiso venir, este resumen, puede hacerle ver de alguna manera lo que fue, un día como pocos, en el que el clima nos acompañó, con un sol de sudar, donde la alegría y el buen humor estuvo siempre presente, y la única tristeza fue acabar o separarnos. A Juan Jesús, Pedro Jesús, Jesús Santiago, Pedro Juan, -la misma persona-, pero que no me quedó claro su nombre, porque así lo mortificó por todo el camino Julio, preguntado por un servidor: ¿Cómo y qué le vas a contar a tus padres sobre la experiencia, me dijo: “¡Ha sido el mejor día de mi vida; además, me he hecho nuevos amigos: Carmen, Indira, Irene...!”

Y los mayores, ¿qué dijeron?: Repetir, pero con planes, que no son de contar... solo, que dejamos los palos en la sacristía, para volver a utilizarlos el mes próximo. Anécdotas muchas, pero no caben en tan poco espacio. Mañana, algo de agujetas, los pies un poco molidos (los dedos), pero estos son gajes del camino.

Nota: En la Iglesia de Tecén, les gustó mucho a los que no la conocían: el divino Niño de Tecén, talla de madera con algunos siglos; la pila bautismal, con pedestal tipo columna o soporte de piedra en vertical, que sostiene una piedra-pila del barranco ambas; y sobretodo la piedra de molino, que alberga el sagrario, y de donde en otro tiempo salía el gofio (el “pan” de los guanches-canarios), ahora sale el Cuerpo de Cristo, el verdadero Pan del cielo.

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