viernes, 27 de enero de 2012

Almendros amargos


Nunca, agradeceré lo suficiente, el Señor Obispo, me nombrara párroco, del mejor lugar del mundo (o a mí me lo parece). No obstante cuando me dijo me iba a cambiar de Parroquia (antes estaba en San Andrés), me dijo: vas a ir a un lugar, que te va a gustar mucho, como quien leyera mi gusto y parecer. Y así es...

... es una auténtica gozada, subir a Cazadores, desde Lomo Magullo, o bajar a Tecén, pasar por La Breña, o asomarse uno a Arenales, para ver por todas partes, cual jardín hermosísimo, los almendros en flor. Sus flores invernales, antes que todas las de la primavera, adelantándose -como Dios, que va siempre por delante de nosotros- son del color conocido blanco y rosado, y a veces intercaladas o mezcladas.

Y no son las únicas -que por Valsequillo, Tenteniguada, Tejeda, Hoya Cata, Tirajana, Artenara, etc., etc., almendros por todas partes y por todos lados, como una impagable labor de nuestros antepasados, que sabedores de sus valores nutricionales, y cuales golosinas, las guardaban, para épocas de menos frutas y más frío...

... recuerdo (uno ya se va haciéndose viejo [65 años en Agosto]), que de niño, en casa, mi madre decía, que doce almendras tenían el valor nutricional de un huevo; también recuerdo aquellos mazapanes blancos de Tejeda, al comienzo de la pastelería artesanal, pura delicia, jamás vuelta a probar o comer...

... y es el caso, que si vengo hoy, con este tema, no es por nostalgia, ni por romanticismo barato, tampoco por razón extraña alguna, que recordando-recordando, me pasa por la mente, cómo quisieron acabar con ellos y se proponían hacer el mejor carbón, obtenido de los almendros, que con apariencias de secos, son un milagro de la naturaleza, cuando adelantándose a todos los árboles, nos muestran el anticipo de su único y peculiar fruto (y a punto estuvieron acabar con ellos, so pretexto de comercializar carbón)...

... fruto, que aún sin madurar, e incipiente, y sin formarse aún la almendra, ya es comestible; y nada digamos cuando empieza a cuajarse la almendra -el fruto comestible con ya cáscara dura- una exquisitez. Recuerdo, cómo en Tejeda de donde también fui párroco en su tiempo (mi primera novia), allí, hacían aceite de almendras amargas...

... y fácil era distinguir cual de los almendros las daba dulces y cual no, sencillamente, por una marca, que puesta desde los primeros años del árbol, éste acogía entre sus garepas, asumiéndolo como propio e imposible de retirar, al quedar prensado e incrustada una piedra, en la uve de la primera bifurcación del mismo, señalando ese es amargo...

... y es el caso, que ahora, se reconoce si es amargo, porque si lo es, tienen todas las almendras en sus ramas, habida cuenta que si dulce, se las llevan o cogen, pero no así, si son amargas, que quedan en el árbol. Y sucede, con frecuencia, que trotamundo uno por estos mundos de Dios, se encuentra o tropieza de continuo, con miles y miles de estos almendros, que ahora mismo alfombran zonas, con belleza extraordinaria, y...

... que al ir a partir alguna almendra y probarla, lo hace uno como masticando suavemente, sin tragar, y percibiendo si es o no dulce, y sucede que en el 99 % de los caso, el amargor de lo probado, te va a acompañar el resto de la marcha, al dejar ese fuerte sabor que desagrada, y fastidia el resto del día, hasta que poco a poco va desapareciendo, y en decir de algunos, si  muchas amargas, pueden ser hasta mortales, por el veneno que contienen; aunque a pesar de ello, le da un toque de sabor muy peculiar a distintos pasteles, galletas, licores y demás, pero en su justa medida.

Y, si estoy liado hoy, con todo esto de las almendras amargas, o de los almendros amargos, es porque alguien -la idea no es mía, y a cada cual lo suyo-, aunque no recuerdo quién me lo dijo: que por qué no se injertaban todos esos almendros amargos, que así, pasarían a dulces y ello, era comida para unos después, y antes trabajo para otros; al tiempo que el ramaje cortado para tal operación, no deja de ser leña o madera utilizable para lo que se quiera.

Que son muchísimos los ejemplares, y no sé si exagero, si digo que en un 50 %  se encuentran los dichos almendros a la par (es decir tantos amargos como dulces), y es una pena, no se aproveche ese derroche de regalo, que reconvertido, nos hace generosa la madre naturaleza.

Y así, esos cursos de poda e injertos, que hacen algunos concejales de ayuntamientos periódicamente, que esas cuadrillas que pasean laderas y barrancos, que previamente instruidos en el arte de cambiar el fruto en los árboles -o mejor si son profesionales-, se ocupen de esta operación, con lo cual, ya en adelante, ya no se verán almendros con almendras de la cosecha anterior, a la par que con las flores de la nueva, al ser todas cogidas para el consumo o su venta, a su tiempo.

Y toda vez, que, las almendras que comemos, son traídas de California, y no sé de donde más, pero que llegan rancias, lavadas, desnutridas, sin sabor, etc., sean sustituidas por estas nuestras, que al ser maduradas por el mejor sol del mundo, y teniendo la mejor tierra del planeta, hacen que sea fruto del paraíso, y no esos que nos hacen daño, al venir y llegar, en las condiciones que las comemos.

Así me sucedió, que en esas bolsas de frutos secos variados, que nos ofertan y que te dan a probar, para mi desgracia, comer aquellas almendras viejas y casi podridas, camufladas en un tueste a fin, casi me da la noche, y me estropeó el día, por mas sal de fruta que tomaba. Parecía veneno puro.

Ya es hora, a quien competa -sabemos quién y quienes- se dejen de tanto turismo y majadería, y en lugar de pinos y otras basuras, se dediquen además de injertar los almendros amargos, de los dulces, planten también almendreros.

Añado pues, que los almendros, son muy fáciles de prender: basta enterrar unos diez centímetros la almendra (o menos o nada, ya que prenden con solo tocar la tierra), para que tengamos un nuevo almendrero; o más fácil: de las almendras caídas, bajo el almendro, suele nacer cientos cuando no miles de ellos, que debidamente trasplantados, serían la verdadera y única y válida reforestación, o forestación. Pero ciegos, nos plantan acebuches y cardones, y a ver ¿quién puede comer de unos y otros algo?; ¡como no sea leche, amarga como los chochos, en el caso de los cardones..., porque si al menos sirviera para hacer queso, en esto seríamos los primeros!

Sueño y espero, en breves años, los almendros todos sean dulces, y que comiencen ya en esa tarea: injertar los almendreros amargos, y plantar de nuevo, nuevos almendreros.

Y, del Himno para las Vísperas, del miércoles III:
“... la futura vida, como el árbol,
en la savia se apoya, que le nutre
y le enflora y verdea...”

El Padre Báez.

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