viernes, 25 de marzo de 2016

siete palabras

APARENTEMENTE IRRESPETUOSA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESÚS
Si Jesucristo ya fue prefigurado en el cordero, becerro, o macho cabrío del Antiguo Testamento, no solo es presentado con el humilde cordero con el que se nos presenta, sino que incluye el macho cabrío (o cabrón), que se ofrecía a Dios. Es, Cristo, nuestro Dios y Señor, figura del que guía al rebaño, y no me refiero al pastor, que esa es otra figura, por Él adoptada. Pero volvamos al macho de las cabras (o cabrón), imagen de Jesús, así revelado por Dios Padre mismo.
Fijémonos en la figura de este animal (habría que conocer más al macho fecundo y procreador, para referirlo al que se le compara y que lo representa, y que en lugar de los balidos de los que se le adelantan en el tiempo, oigamos éstas sus últimas palabras (síntesis de todo su vida terrena, y por tanto no tan últimas, sino siempre y eternas palabras desde el principio, Él mismo: Palabra o voces del cielo).  Cierto, no es texto para el sermón de escogidos predicadores para el sermón de las “siete palabras”, el viernes santo, en la Catedral, que en esta otra cátedra de internet, se abre esta otra reflexión o meditación de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, Hijo del Padre y consustancial con el Espíritu Santo, que nos guía (el Padre nos crea, el Hijo nos salva). Escuchemos entre cencerras, con silbos del viento o aire fuerte más que con música sacra, el contenido de este especial “sermón de las Siete Palabras”, donde contemplaremos al macho-cordero-becerro (Jesús) en su vida, pasión, muerte y resurrección:
De por medio la humilde cordera (María).
Su camino fue toda una cruz; cruz posterior de dos palos cruzados. Deja sus palabras que resuenan más allá del tiempo; Son palabras que pretende descubrir algo más que lo de siempre, lo tradicional, lo siempre repetido. Es la síntesis del Evangelio las “siete palabras”, que por ser las últimas, tienen un mayor significado, por lo que de síntesis suponen.
1ª palabra:
Lucas, nos dice que muere Jesús, perdonando (su primera palabra). Y es que el que peca, no sabe lo que hace. Y así: nos matan cabras, persiguen al agricultor, multan al pastor, roban tierras, plantan pinos, mienten a Europa (de quien esperan dinero para plantar cedros), descuidan yacimientos, solo producen leche de tabaibas, protegen basuras, vigilan al campesino cual delincuente, viven de las sanciones a gentes inocentes, y es que se han olvidado del Padre, a quien Jesús se refiere, pues su vida fue hacer siempre la voluntad del Padre, que no aprueba nada de lo dicho como algunos de los pecados citados, pero es misericordioso y perdona, y perdona siempre. Pero lejos del Padre, no hay sino más pecados; y así, todo es abuso, corrupción, injusticia, etc. Y aunque hay diez mandamientos, en el caso que nos ocupa: roban y matan (roban a Bruselas, matan cabras), y no quedan ahí, que han convertido el dinero en un falso dios que ni perdona, ni salva, sino que hunde más en el dinero, nuevo becerro de oro (u oro en papel, a quien adoran en lugar del Padre, a quien Jesús se dirige de continuo y es su sombra y reflejo, su Otro Yo, Él mismo: amor, perdón, denuncia, entrega... Reza Jesús, dialoga con el Padre.
2ª palabra:
Añade Lucas, que no será en un lejano tiempo, al final, sino en el hoy, según la muerte, se pasa a la Otra Vida, pues, la vida sigue, y esto lo cree quien muere a su lado (el otro no, según parece); pues no soy lo que tengo, que la vida es eterna. Hay otro Reino, un Paraíso, que el nuestro aquí, en la isla es de persecución, de acechanzas, de matanza, donde aquellos animales que a Jesús adelantaban (cabras, cabrones [machos cabríos] y baifos [cabritos]), nos los matan. Como en una segunda y distinta crucifixión. Y es que esta tierra, debiera ser puerta, adelanto y el mismo Reino en su principio, en un ensayo, una representación, donde la vida de todo ser creado sea respetado, que no nos maten las cabras, que no impidan al agricultor, vivir en lo que fue como un paraíso, esta tierra por sus bondades en clima y situación en el planeta, lugar privilegiado y sin embargo, cerrado, prohibido, asilvestrado. Este reino, que debiera ser anticipo del Otro, si nos lo dejaran cultivar, atender, pero todo está prohibido, perseguido, castigado. Pero que estar con Dios ya es el Paraíso -aún en la tierra-, y en un entrante, si estamos con él, es la puerta de lo que nadie ha visto, ni imaginado u escuchado. Un reino eterno, que comienza con cerrar los ojos a este mundo, en un presente, en un ahora, en un hoy al que se pasa de este donde peregrinamos, al Otro donde descansamos y seremos felices, felicidad en adelanto que será para siempre y a más y mejor, si procuramos una vida en paz, sin matanzas, sin deseos desordenados de dineros. Un hoy, que deja atrás otro “paraíso”, que Paraíso, es el Otro, donde se vive después de haber vivido esta otra vida, pórtico y peldaño de la otra. Vivamos ya la otra vida, en la otra vida (con Dios, que ese es el reino).
3ª palabra:
Juan, el de María, el con María, el llamado por Jesús “hijo” de María, es el que nos presenta a la madre-madre, la madre de Dios, que por asociación nos lleva a ese Dios padre-madre, a esa otra madre, la naturaleza, a nuestra propia madre (viva o muerta). La feminidad imprescindible para todo hombre (varón o hembra). Es Madre, que nos recuerda a esas otras madres, que amamantaron y nos dieron la vida, aquí, la cabra supletoria y complementaria a y de la madre. Que si de un solo Padre todos somos hermanos, de esta Madre, doblemente hermanos. Que somos hijos de María; María que es nuestra madre. Madre es todo lo que genera, engendra, cuida, ama, se entrega; que sea correspondida la madre, manifestada en la creación, en la feminidad de toda mujer, en la imagen (foto o imagen) de la que aparece desde el Génesis, como la madre de todo y de todos los creados, la madre de Jesús, del cual somos miembros, o parte constitutiva (misterio desde el bautizo). La otra madre, la Iglesia, la maternidad, la fecundidad, la leche materna, la leche espiritual, la leche (no de tabaibas), la leche de cabra, la que hizo de segunda madre en más de un caso, la supletoria de la madre, madre la que Aquella de dolores llena; éstas otras, matadas por el cabildo, nos dejan “huérfanos”. Buen regalo de Jesús (no digo el mejor, pero...), el de su Madre, como madre nuestra. Contemos con Ella. Ella, nos lleva a su Hijo, al hijo que somos. Ella, silencio de Dios que grita con gestos; en nuestro mundo los rifles del ruido que mata a las hermanas madres cabras, que diría san Francisco de Asís.
4ª palabra:
Mateo nos cuenta que Jesús gritó, rezando un salmo que lo retrata mil años antes, en la cruz. En los brazos del Padre, el que los tiene abiertos en la cruz, reza. Su vida fue toda una oración (deberíamos imitarlo). No desconfía, ni pregunta, ni se queja, ni duda, no se aleja de Dios, se une más al Padre en oración crucificado; Dios Padre está a su lado, solo reza un salmo que lo retrata. La cruz y sus sufrimientos en ella, no le alejan de Dios, sino que lo une y acerca más al Padre. Que esta situación de cruz y crucifixión de nuestro sector primario, de persecución a todo agricultor, de seguimiento vigilado a todo ganadero, que tantas multas y sanciones, nos lleve a Dios; que la matanza de las cabras, nos acerque más a Jesús (cabra de Dios, macho cabrío de Dios, cordero de Dios, becerro de Dios sacrificado), clamemos al Padre; recemos a Jesús, recemos como Jesús. Presentemos al Padre, lo que el Padre sabe y conoce mejor que nadie, pero que lo asumo, haciéndolo propio, hagámoslo nuestro: dolor, persecución, sanción, multas, cruces, hambre, pobreza, dolor, cáncer, etc., todo nos una a Dios en oración (que otros el dolor lo separa del que es modelo de sufrimiento salvador, purificador, limpiador, que lo hacía por nosotros). Dios está junto al que padece, sufre, muere; no nos separemos de Él en esos momentos, su sufrimiento (el de Cristo en la cruz y en su vida) ayuda al nuestro. Difícil es ver a Dios, matando las cabras el cabildo, y persiguiendo a todo campesino, pero, se puede rezar por el cabildo, y esperar -como Cristo la resurrección- un cambio. La oración, todo lo puede, todo lo alcanza. Jesús morirá en paz, junto al Padre. Dios no abandona nunca a nadie; somos nosotros lo que le podemos dejar (lamentablemente). El que no impidió la muerte de su Hijo, dejará el cabildo siga matando las cabras, pero debemos lograr dese en ello.
5ª palabra:
Juan nos dice Jesús, muy debilitado –en orden humano- manifestó la sed de todo aquel que se desangra. Pero dicen los teólogos era sed de nosotros, de amores, de corazón. Parece que ambas clases de sed: otra sed más allá del agua. Sed podría ser hasta de estar con el Padre, aunque el Padre estaba en Él; sed de la gloria, sed de paz en la que siempre estuvo, y ello a pesar de la cruz. Sed de justicia y no de guerra, hambre, matanzas de indiferencia religiosa, de ateísmo, de abandono de la religión... Tiene sed, de que su Evangelio sea norma y vida. Que hay otras aguas. La sed de justicia, de bien, de orden, de respeto a la vida (incluida la de las cabras), sed de ver la tierra producir, y cuidar en ella más que de solo perros, animales que nos den leche, etc. La sed de Jesús, nuestra propia sed, más allá de agua. Si solo hay egoísmos, afán de dineros, persecución cabildicia... sed de sosiego, de tradición, de respeto. El amor, calma la sed. Amar, es no tener sed. La tierra, tiene sed, y no de agua, sino de justicia, de paz, de amor, de defensa del sector primario, de las cabras que mata el cabildo... Jesús, ante tanto odio y agresividad, tiene sed de amor.
6ª palabra:
Juan nos cuenta que Jesús cumplió con todo. Hizo, al final de su vida un examen, un análisis, un recorrido de su vida, y ha sido fiel, hizo lo que el Padre le ha mandado; hizo la voluntad del Padre (no la suya y capricho o antojo). Revisión de su vida, en la que ha hecho la misión para la que vino al mundo, según lo revelado, lo anunciado. A modo y semejanza, hagamos como Jesús: llevemos el plan de Dios a nuestra vida, ajustemos nuestra vida al plan divino, hagamos su voluntad (no la nuestra). Que al final según san Juan de la Cruz, seremos examinados acerca del amor, y lo podemos ver claro en el capítulo 25 de san Mateo. Hagamos lo que Dios quiere; no hagamos lo que Dios no quiere, ¿acaso nuestro querer superará al de Dios en cuanto justicia, bien y amor? ¿Es acaso la voluntad de Dios que el cabildo mate las cabras del Macizo del Noroeste, y es un ejemplo)? No hacer la voluntad de Dios, eso es el pecado, ir en contra de Dios y su Decálogo, leyes a cumplir, y no a hacer todo lo contrario, el no amar, que va más allá del solo aborto, la guerra, el hambre, etc.  Ya en la oración que Jesús nos enseñó, nos lo indica con claridad: “hágase tu voluntad”, o como María: “he aquí, la esclava de Dios (del Señor)”. En el fondo la obediencia de Jesús, ejemplo para la nuestra. No hagamos aquello, que Jesús no haría, y menos pecar hizo todo lo que quiso; la voluntad de Dios (predicar, denunciar, anunciar, perdonar, amar, servir, entrega/donación de sí...). Que siervos somos y no amos ni dueños de nada, ni de nadie. Cuanto más obediente, más libre. Sea mi vida un sí, cumplir.
y 7ª palabra:
Lucas nos cuenta que Jesús entregó su espíritu al Padre. Nada como entregar nuestra vida, viviendo y muriendo, a Dios, ¿en qué o cuáles manos mejor(es)?, ¿quién como Dios?, ¿quién mejor que Dios?, ¿acaso fuera de Dios, habrá paz, alegría, amor de verdad, justicia, verdad, felicidad, etc.? ¿Es que es vida sin Dios?, ¿puede el hombre dejar de amar al que le dio la vida y la salvación? ¿A quién entregar nuestro espíritu, nuestro cuerpo, nuestra vida? ¿Es que es y hay vida sin Dios? No hay libertad como esa entrega al Padre. La vida sin el Padre, es muerte, y muerte perdida, muerte muerta, ¿no es eso el infierno: la vida sin Dios? Fue, lo último que Jesús dijo (con otras palabras): a Ti, Padre, me entrego (en la hora de su muerte, como lo hizo en su vida). Entonces se gana la vida, vida conservada, mantenida, retenida, es vida perdida. Piérdame en Dios; éntreme en Dios; entrégueme a Dios (y lo haré a mis hermanos los hombres). Si no me entrego a Dios, me pierdo.  Quede el cuerpo en la cruz, en la tierra, hecho ceniza, pero el espíritu donado, entregado a Dios.
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En la muerte, no acaba todo; con ella comienza el Todo: vuelve la Vida, sigue la Vida. Se dejó la vida, y se pasa a la Vida (eso es la resurrección). A María se le murió su hijo, le mataron al Hijo (a Dios), dolor de madre, dolor de Madre (de Dios [dolor inmedible]).
Jesús, vuelve a la vida, a la Vida (¡resucita!). No matemos, sea toda nuestra vida, vida (también de las cabras). No vivamos matando. La muerte de Jesús, resucitado nos enseña a amar la Vida, también la vida.
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El Padre Báez, que a las tres de la tarde, hora de la muerte de Cristo, les brinda este propio sermón de las siete palabras. Espero les ayuden, sin escándalo posible, pues me ajusto a las Sagradas escrituras.

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