miércoles, 5 de agosto de 2015

soberanía

Nuestra soberanía alimentaria: la leche de tabaiba...
“... tengo que marchar... me privan de... la tierra...”  (del cántico de Isaías, 38, 10-14, 17-20)./ “... insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte...” (del salmo 53)./ “...estaba devorando toda la tierra... tu tierra será repartida...” (del profeta Amós, 7, 1-17).
... en El Tabaibal, el hambre sigue siendo -y va a más- un grave problema. Aumenta -pues- entre nosotros el número de los desnutridos. Es urgente y necesario cambiar este sistema de protección de las tabaibas (y otras basuras) y de desprotección de todo terreno cultivable. Nos tenemos que basar en la agricultura-agricultura, y estar en contra de la agricultura intensiva de solo tabaibas.
Está demostrado: el mercado global, no soluciona nada, sino que empeora la situación; de ahí la urgencia de volver a la agricultura local. La pobreza así se profundiza, al tiempo que aumentan las desigualdades. Es de justicia que nos auto sostengamos (¡que tenemos la mejor tierra del mundo para ello, pero entregada en su totalidad a la protegidísima tabaiba!). La única agricultura que nos puede favorecer es la propia, la de siempre (o de otro tiempo, medio siglo -más o menos- atrás). No nos vale la agricultura industrial; la misma que ha conseguido el calentamiento del globo. Tampoco nos vale la agricultura intensiva (sea la de fuera o la de aquí dentro con solo tabaibas). Esto hay que renovarlo. Tenemos que volver a la agricultura a pequeña escala, la que satisfaga nuestras necesidades, sin esperar que nos la traigan de fuera, ¡que nos sobran tierras para ello!, y en ello sobraría transporte y energía. Nos basta una agricultura, que satisfaga las necesidades locales, sin dependencia del exterior. Pero, ¡por favor!: ¡saquen de las urbes la agricultura contaminada, por más que nos las presenten como ecológica!. La agricultura, si es agricultura-agricultura, no es urbana, sino campesina, del campo, donde el aire es puro y está limpio; y en el campo, sobran las tabaibas (de éstas sí que pueden llenar los falsos huertos urbanos. Y, sigue siendo una pena: ordeñar tabaibas para obtener leche en lugar de hacerlo a cabras, vacas, ovejas..., y que nuestra soberanía alimentaria sea, precisamente tomar leche de tabaibas, sin otra posibilidad (salvo la que nos traen de fuera; que sobraría en cuanto se permita la vuelta de la ganadería a/y en nuestra tierra, si se la robamos  a las tabaibas).
El Padre Báez.
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82. Pero también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana. Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes de su época: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande sea el servidor » (Mt 20,25-26).
83. El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal[53]. Así agregamos un argumento más para rechazar todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas. El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y de amor, y atraído por la plenitud de Cristo, está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador. (de Laudato si, encíclica de Francisco).

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