sábado, 8 de agosto de 2015

huertos

Huertos de tabaibas en la ciudad...
“... viñas y olivares que tú no has plantado...” (del libro del Deuteronomio 6, 4-13)./ “... ¿hasta cuándo os tendré que soportar?...” (Jesucristo en el Evangelio de san Mateo 17, 14-19)./ “... alegría... si abundara en trigo...” (del salmo 4).
... pero no en el campo, y todo el campo de ellas (las tabaibas). Lo que está más que claro, que ellas (las tabaibas), no van a remediar el hambre en la ciudad y lugares urbanos, que dependen de las huertas del campo, donde se cultiva sano, sin humos y gases contaminantes; y que éstos, los gases y humos, dañen a las tabaibas, a ver si desaparecen.
Que siendo pobres los urbanos, y los rurales, éstos últimos siempre serán menos pobres. Pues siempre queda el recurso del cultivo para la alimentación propia, sin que alcance para la venta. Y, no me cabe la menor duda, que el cultivo (de tabaibas) en huertos urbanos (en las urbes), pueden fructificar muy bien, aunque no remedie hambre alguna, pero al menos los consuelan, al ver algo verde. Pues, ninguna seguridad alimentaria deviene de esos malos huertos urbanos, y ni mucho menos reducen el hambre. Que bueno es el alimento que procede del campo, y no de entre el asfalto y cemento de las urbes con sus gases tóxicos y humos de autos diversos, entre otros muchos males; agricultura y cultivo de ahí, es matar a la gente a plazos. Que cultivar alimentos en las ciudades o grandes poblaciones (urbano), solo genera perjuicios; no hay seguridad alimentaria en sus cosechas o productos; tampoco crean trabajos, sino entretenimiento de mayores, que nostálgicos, trasladan el campo a la ciudad, con resultados nefastos para la salud. Dependemos de la agricultura rural (no de la urbana). La urbe, no es para el cultivo, sino de drogas y otras malas hierbas. Ninguna ventaja se sigue de los mal llamados huertos o agricultura urbana, salvo pequeños lazos sociales de mayores y desocupados o en paro. Peor todavía cuando todo esto, pretenden llevarlo a los patios de recreos de las escuelas, con sus llamados huertos escolares, en lugar de aulas en las que se les hable de la agricultura en donde único es posible y sana, en el campo. Plantar, cultivar, cosechar, no entra en ningún currículum escolar que se precie, es una deriva y un echar balones fuera, preparando un futuro de engaño y muerte. Por otra, no se entienden escuelas con terrenos de cultivo, aguas de riego, abonos naturales (a no ser que tengan cuadras o alpendres de animales al lado). Eso sí, ¡ya pudieran sustituir esa enorme cantidad de árboles en ciudades y sus entornos, carreteras y plazas, por árboles frutales!, y no ese riego a árboles estériles, que solo cobijan picudos y otros insectos dañinos y perjudiciales, pues los atraen, como les es propio. En Sevilla (y en otros lugares), sus calles y en torno a la catedral, todo está plantado de naranjos (¡), aunque tampoco mejoren la vida, pues no están en su entorno natural y propio: el campo; pero, al menos...
El Padre Báez.
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90. Esto no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad. Estas concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por escapar de la realidad que nos interpela[68]. A veces se advierte una obsesión por negar toda preeminencia a la persona humana, y se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres humanos. Es verdad que debe preocuparnos que otros seres vivos no sean tratados irresponsablemente. Pero especialmente deberían exasperarnos las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos.
91. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente. No es casual que, en el himno donde san Francisco alaba a Dios por las criaturas, añada lo siguiente: «Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor». Todo está conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas de la sociedad. (Francisco, en su encíclica Laudato si).

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