martes, 18 de agosto de 2015

le hará bien leerlo

“¡No hay hambre!...
... fue la frase repetida hasta la saciedad, o cada vez veía un árbol frutal. Sucedió ayer lunes 17 de agosto. El amigo  Olegario, me invitó a un paseo después de mostrarme su casa y el estado en la que se encuentra por culpa de un eucalipto, pues, que entramos en  La Culata de La Atalaya de Santa Brígida, pero ya antes, mientras conducía, con parada incluida para contemplar distintos paisajes, por donde entre tabaibas, los hay que cultivan y plantan frutales, papas, batatas, etc., 
y con los comentarios pertinentes en torno a lo que veíamos, y así, los eucaliptos cortados que a nadie ni a nada molestaban, por entre sin casas, y ni por qué cortarlos –como que hacen lo que les dan la gana-, y contemplando las orillas de la carretera, recordamos a Don Matías Vega, que plantó para que la gente comiera, y según la zona, lo más propio (olivos de Agüimes a Santa Lucía, y por otros lugares cirueleros, manzanos, higueras, almendros, etc.,  que por qué -por la zona- eucaliptos en lugar de olivos, pues los veíamos por todas partes, si bien a falta de muchos acebuches de su injerto, y por donde las palmeras, la pregunta: ¿y qué echan?, si al menso fueran datileras, pero támaras, ¿para qué? Y aquellos pinos, pero: ¿están locos? Y ahora, aunque los quieran arrancar no lo dejan, y además, por ley los tiene que regar, por más que se cargue la finca, pues sus raíces -como las del eucalipto, camina kilómetros, buscando el agua, rompiendo y dañando; que las distintas casas de pastores en otros tiempos, vacías y robadas sus piedras de cantería, maderas, tejas, etc., en lugar de sus restauraciones; que la pelea de aquellos vecinos, en el que en el juicio, de infarto murió uno, y el otro no le pasó dos años, y todo con abogados de por medio, pues si peleaban por una vaca -es un decir- la vaca sería del licenciado; y al paso por higueras y tuneras, el mantra repetido hasta la saciedad: ¡no hay hambre!; y tratándose de árboles el hermoso álamo blanco, del cual se dice y aplica a una persona falsa o de doble cara: ¡no sea como álamo ,que tiene dos caras, una blanca y la otra verde!; y ante los distintos almendros, la repetida afirmación: ¡no hay hambre!, éstas (las almendras), se las comen los ratones (un servidor cogió una bolsa de ellas, sin que nadie gritara lo de antes: ¡eh, que eso tiene dueño!, pues a la orilla de la carretera, no es de nadie, sino de quine pasa (y así lo vi el Domingo, el día antes del citado, que por entre Valsequillo y Tenteniguada, por donde el área de descanso o recreativa, dos personas andaban enganchadas de distintos almendreros, con el coche unos cientos de metros atrás aparcado, llenado sendas bolsas de almendras; y ante las muchísimas tuneras, mostrándonos el rico fruto de los tunos amarillos y blancos según, que se venían al suelo, sin que nadie los coja (me hizo recordar, lo que mi hermano el día antes, mirando hacia el Barranco de los Ríos, en La Lechuza, me dijo: ¡fíjate la alfombra amarilla de los perales, con las peras todas en el suelo, importarlas, es mejor, y no mandan a los que dan trabajo en limpiar cunetas a coger esas frutas!; que no solo tunos, sino los higos (las higueras con racimos de higos, pletóricos de azúcar, de dulzura, del mejor sabor, sin que nadie se los coma sino el sol y cayendo al suelo; y la repetida varias veces pregunta: ¿dónde hay hambre? Mientras toda esta comida esté por las orillas de las carreteras, es que no hay hambre (y se van a la playa, y no al campo a cargar de fruta los coches); toda esa fruta, con un pisco de gofio, ¡no hay alimento que lo supere!; que los higos, como plátanos, repletos, pletóricos, ¡y sin riego nada de ellos! Pero, es que no acaban ahí el listado de frutas, que por todas partes variedad y riqueza de todo: miel, parras, mangas, etc., y el comentario: ¡como rosales!: tienen toda la isla llena de metralla, que pudiera ser olivos (en lugar de acebuches), pues “el padre rico de un olivo es el acebuche”; pero, también los naranjeros, sin faltar los limoneros. Y el comentario del amigo: si los del paro fueran a recoger la fruta, que se cae..., pero ¡no señor, se les paga por no hacer nada! El mismo Domingo, con mi hermano, por donde los cirueleros sin que nadie hubiera cogido una sola ciruela, por los suelos y pasadas algunas todavía en el árbol; pero volviendo a donde estábamos, por la zona: los nispireros, aunque no es esta su época, pero allí estaban, por las orillas de la carretera, y el comentario: ¡en lugar de pinos, aguacateros!..., y el citar a algunas personas conocidas por sus apodos y la lista de algunos de ellos, como los de: María Mierda, los Cagaleras, La Chocha, Los Tumbas, Los Bichos, Los Polvajeras, etc., etc. Y el recuerdo de la infancia cuando echando fuego al caldero, en dos piedras, con leña de la poda (¡hoy, ni se te ocurra!, que te llegan los bomberos, helicópteros, el miedo ambiente, el seprona, y te desgracian); y el encargo materno: ¡échale el suero al cochino (cochino negro)! Uno en cada casa, de 80 o más kilos, hasta de 120, y carne  ¡de la mejor!, carne en sal en un barril; las tripas de morcillas..., y vuelta de regreso al punto de partida, con el visionado de filas de palmeras por las orillas de la carretera, en lugar de frutales, y la pregunta del millón: ¿comemos hojas de palmeras, o hacemos cestos con ellas? Ya de regreso, le dije a Olegario le había agradecido el paseo en su coche -y que quiso descapotar por el sol-, y le dije, no era conveniente alguien me viera con aires de turista, impropio de un pobre cura, que podía escandalizar, lo comprendió, y si paramos fue para recoger de la basura que alguien echó de su casa, dos pedestales de loza, preciosos y un cacharro vacío de pintura que me viene bien para mis acarreos de tierra, para mis olivos en Jinámar, pues que le dije: Olegario, más le agradezco este paseo, que un viaje a la Península o al extranjero, porque entrar en mi tierra y conocer sus bellezas y riqueza, no lo cambio por nada del mundo.
El Padre Báez.

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