domingo, 9 de agosto de 2015

discutamos

Discutamos sobre las tabaibas...
“... escucha los gritos...” (del salmo 144)./ “... me escuchaste...” (del salmo 117)./ y “... da el monte gritos...” (del himno de Vísperas II del Domingo III).
... me ofrezco a ello, en cualquier foro o medio. Y vaya sobre ello un adelanto (aunque sé los medios y los políticos, no están por la labor, dados sus propios intereses, en que todo siga igual). Discutamos, pues: ¿nos van a alimentar las tabaibas? ¿Pueden las tabaibas satisfacer la demanda de comida? ¿Vamos a seguir comiendo alimentos de fuera? ¿Está en manos del cabildo y del gobierno autonómico cambiar esta política?
¿Volvemos a la pequeña economía local? ¿Nos van a seguir alimentando las macros agriculturas? ¿Podemos cultivar nuestros propios alimentos con la protección de todo? ¿A quién o quiénes benefician este estado de la cuestión agrícola si la global o la local? ¿Cómo vamos a salir del hambre y de la pobreza que la genera? ¿No se va a buscar solución y a renovar este asunto? ¿Cuándo se le va a devolver el poder a la gente? ¿Alguna organización planifica un cambio social al respecto? ¿Van a seguir ganando los comercios mundiales a costa de los locales anulados? ¿Acaso no nos sostiene la micro agricultura o agricultura local? ¿Se va a seguir e institucionalizar el hambre y la pobreza, la pobreza y el hambre? ¿La agricultura intensiva de tabaibas y otras (fuera de aquí), van solucionar el problema de la alimentación mundial y local? ¿No va a cambiar el miedo ambiente (y su aliado el seprona [ambos brazos recaudatorios del cabildo]), que prohíbe todo contacto con el medio ambiente? ¿Interesa más el dinero que la gente? ¿No se está a punto de desenraizar totalmente la agricultura con la muerte de los mayores? ¿Se puede todavía rehacer la agricultura en la isla (e islas)? ¿No vamos a rehacer la cohesión social perdida? ¿Acaso no son evidentes las mentiras  y el egoísmo del mercado global? ¿Hay otro camino que no sea el de volver a las zonas rurales para potenciar la agricultura (¡y la ganadería!)? La pobreza urbana, ¿no nos hace mirar al campo?..., y, ¿para qué seguir? Con solo y todo de tabaibas, no vamos a salir de ésta. Y, las preguntas (¡y muchas otras!) planteadas, no son sino el comienzo de un larguísimo interrogatorio; pero, sin el interlocutor pertinente (o en plural). En la mesa, dejo -pues- la invitación.
El Padre Báez,
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92. Por otra parte, cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni nadie está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente, también es verdad que la indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana»[69]. No podemos considerarnos grandes amantes si excluimos de nuestros intereses alguna parte de la realidad: «Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo»[70]. Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.
VI. Destino común de los bienes
93. Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»[71]. La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno»[72]. Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos»[73]. Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado»[74]. Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos»[75]. Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad[76]. (de Laudato si, la encíclica de Francisco).

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