miércoles, 5 de agosto de 2015

intensiva

Nuestra agricultura intensiva de tabaibas, no nos sostienen...
“... los frutos del país...” (del libro de los Números 13,2-3ª.26-14, 1.26-30.34-35)./ “... que mande trabajadores a u mies...” (Jesucristo en el Evangelio de san Mateo 9, 35-10,1)./ “... sin que caiga un grano en tierra... el que ara sigue de cerca al segador; el que pisa las uvas al sembrador.... cultivarán huertos y comerán de sus frutos. Los plantaré en su campo...” (del profeta Amós 9, 1-15).
... éstas, utilizan el suelo fértil, se tragan toda el agua, alteran la vida del campo, envenenan la tierra, no permiten la tierra se restituya...; esto, debe cambiar; el modelo tiene que ser otro. Ya va siendo hora -después de medio siglo- pasar de la agricultura global a la agricultura local (como siempre fue). Mantener la situación actual, solo alargaría y aumentaría la desnutrición galopante y creciente.
No tenemos alimentos para sobrevivir. La agricultura, ha sido robada por países dominantes, que crean pueblos dependientes de ellos (y en ello estamos, con complacencia de la clase política y económica). La agricultura de solo tabaibas, está poniendo en grave situación a nuestra tierra, volviéndola estéril, y perdiendo con ello fertilidad; comprobable y demostrable a quien me los solicite (para mostrárselo). Por de pronto, la biodiversidad es la gran perjudicada, entre otras. Echando balones fuera han dado suma importancia en proteger a las tabaibas (y otras basuras), y todo lo que consiguen es la extinción o desaparición de la misma biodiversidad. Pero, digamos: la extinción, es masiva y total. Pero, la cuestión, es un asunto de política. De entrada, la gente del campo, lo tiene que abandonar, salir del mismo. Se extingue el campesino, y pasa a ser un dependiente más, un consumidor de productos extraños. La consecuencia es, que no se atiende a la población (a la que meten en campos de fútbol).  Esta cultura, tiene que cambiar, para que vuelva la agri-cultura. Debemos y tenemos que producir nuestros propios alimentos; pero para eso, hay que romper muchos moldes egoístas y contrarios al pueblo, del cual solo se benefician los políticos, a costa de la pobre gente engañada, y teledirigida. Pero, protegen todo lo que no debe ser para el bien común, con un doble ejército del cabildo (miedo y sepro). Y no hay agricultura ecológica, sino la que sale del campo, sin más. Pero, dado el daño de las tabaibas, habría que regenerar los suelos. Nuestro suelo ha sido muy empobrecido con el daño grave de las tabaibas y su veneno. Las autoridades o gobernantes, no hacen frente al hambre que crece, sino con parches (Cáritas y otras); pero esa no es la solución. Eso, solo alivia el hambre, pero nada más; y hay que ir a la raíz, es decir a una solución del problema, que pasa por mejorar la alimentación, que repercute en la salud, si se come de la tierra propia (proteínas y calorías de las que carecen nuestra población infantil y que son el futuro)...
El Padre Báez.
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IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos en decir que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería llevarnos a olvidar que cada criatura tiene una función y ninguna es superflua. Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. La historia de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio geográfico que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a recuperar su propia identidad.
85. Dios ha escrito un libro precioso, «cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo»[54]. Bien expresaron los Obispos de Canadá que ninguna criatura queda fuera de esta manifestación de Dios: «Desde los panoramas más amplios a la forma de vida más ínfima, la naturaleza es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella es, además, una continua revelación de lo divino»[55]. Los Obispos de Japón, por su parte, dijeron algo muy sugestivo: «Percibir a cada criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en el amor de Dios y en la esperanza»[56]. Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa»[57]. Podemos decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche»[58]. Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar descifrar la del mundo»[59]. (Francisco, en su encíclica Laudato si).

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