martes, 25 de agosto de 2015

primero

Primero las tabaibas...
“... nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños... nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia” (de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 1-8)./ “... letrados... estáis rebosando de robos...” (Jesucristo en el Evangelio de san Mateo 23, 23-26)./ “... para arrancar y arrasar... y plantar...” (del profeta Jeremías 1, 1-19).
... antes que los pastores. Los inspectores los acosan constantemente. Primero fue que donde hacían el queso debía ser como los quirófanos en los hospitales, con mármoles y plata todo y aislados, con ropas cuales astronautas; luego, un sinfín de normas, para acabar por no dejarles tener al aire libre el estiércol, por contaminación ambiente, cuando el campo ya está vacío, y siempre el estiércol estuvo al aire, ¡y es perfume del auténtico!,
y al aire se le echa a la tierra; y es el caso del acoso tal, que están encima de los tres que quedan los inspectores fijos con sus preceptivas multas, para conseguir aburrir a los tres que quedan, y luego libre el campo de la profesión más antigua (el pastoreo y no la prostitución [ésta, es la que ejecutan ellos, los de la administración], que aburren al personal, en lugar de estimular y defender la ganadería, les están dando palos de muerte, y tanto, que desapareciendo los tres que quedan, nos quedamos sin el pastoreo, y sin todo lo que les es afín, su entorno, cultura, sabiduría (nunca olvidaré las cabañuelas echadas por Benito el de Caideros de Gáldar a un grupo de senderistas [30 y pico] que un servidor guiaba y atravesábamos la isla y nos tropezamos con él, y cómo acertó a un año vista el tiempo que hizo, sin el menor error o equivocación, y esto, no es sino un simple ejemplo). Pues, que les dan palos de muertes, con visitas oportunas e inoportunas, y siempre sobre ellos, encontrando siempre-siempre motivos para sancionarlos y multarlos, con el fin de que abandonen y dejen el campo libre para las tabaibas. ¡Ah cabritos, por no decirlo en grado superlativo -que suena mal-!, que acaban con la profesión de la que muchos llevan su nombre como es el mismísimo Jesucristo: “¡Yo soy el pastor...!”, y el papa, pastor universal; y de su diócesis los Obispos, y de sus parroquias los sacerdotes-curas, que al fin y al cabo, de los que dan la vida por sus ovejas, toman el nombre, pero que a este paso, nos quedamos en un par de años, sin la referencia a lo que es un pastor, y todo para que las tabaibas se propaguen sin obstáculo alguno por parte del ganado, que aunque no se las come, ¡las pueden pisar y dañar con el roce de su lana!, ¡no te digo, Macario! Días vendrán, en los que no se sabrá lo que es un pastor (como sucede ya con el agricultor); pues a éstas nos han traído los políticos que mal tenemos, de cuyos labios no se caen ni una sola referencia al sector primario, sino multas al que en él viva y lo ejerza (agricultura y ganadería).
El Padre Báez.
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Necesidad de preservar el trabajo
124. En cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens. Recordemos que, según el relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín recién creado (cf. Gn 2,15) no sólo para preservar lo existente (cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar). Así, los obreros y artesanos «aseguran la creación eterna» (Si 38,34). En realidad, la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra medicinas y el hombre prudente no las desprecia» (Si 38,4).
125. Si intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo que lo rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo porque, si hablamos sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta por el sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad. No hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico. Cualquier forma de trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer con lo otro de sí. La espiritualidad cristiana, junto con la admiración contemplativa de las criaturas que encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus discípulos. (de Laudato si, de Francisco en su encíclica).
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Nuevo comentario de Paco Martel (otro Francisco), que agradezco por cuanto complementa lo que un servidor -con otras palabras- viene diciendo. Me alegra lo diga todo con letras mayúsculas, para que mejor se vea y lea:

ESTA CLARO: LOS POLÍTICOS, DE UNO Y OTRO LADO, ESTÁN AL SERVICIO DEL GRAN CAPITAL. MIENTRAS LOS DE DERECHAS HACEN LA POLÍTICA DE OPRIMIR AL TRABAJADOR, LOS DE IZQUIERDAS, LA POLÍTICA QUE HACEN ES QUITAR NOMBRES DE CALLES, ESTATUAS, MONUMENTOS, ¡AH Y LOS DEL GRAN TABAIBAL!: MENTIR, CREAR ODIOS (Y DIGO YO: ¿POR QUE ESTARÁN ENSANCHANDO EL TUBO DE LA SIMA DE JINÁMAR?). ¿SERÁ PARA DEMOSTRAR -CUANDO PASEN LOS AÑOS- LAS MENTIRAS QUE  DICEN?
EN FIN, MENOS POLÍTICA DE TRABAJO; Y DE BIENESTAR, NADA. DE LO DEMÁS TODO.
CORDIAL SALUDO PADRE BÁEZ.

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