domingo, 2 de agosto de 2015

sin vida

Con las tabaibas, no hay vida...
“... cuando... comíamos pan hasta hartarnos...” (del libro del Éxodo16, 2-4.12-15)./ “... les dio pan... el hombre comió...” (del salmo 77)./ “... comisteis pan hasta saciaros...” (de Jesucristo, en el evangelio de san Juan 6, 24-35)./ “... saca pan de los campos... y alimento...” (del salmo103)./ “... preparas una mesa ante mi...” (del salmo 22)./ “...aridecen las majadas de los pastores, se seca la cumbre...” (del profeta Amós 1, 1-2,3)./ “... los días son malos...” (de la carta llamada de Bernabé).
... antes, sí que había un buen vivir. Pero, llegó la radicalidad del miedo ambiente, y ¡todo terminó! El mismo que nos ha traído al ambiente actual, al presente sin futuro. Al no caber desarrollo alguno, y al cortar con la tradición, nos hemos quedado sin nada. Los aperos todos, piezas de museos etnográficos. Ya, ningún recurso extraemos de la hermana madre tierra, según expresión de san Francisco de Asís.
Sin diversidad alguna al tener solo la uniformidad de tabaibas. Nos han subordinado a otras agriculturas y ganaderías de fuera, con sus agravantes y peligros, pero con sus ganancias solo para ellos (ya saben a quienes me refiero). Simple y llanamente, nos han oprimido, sin más. Sin relaciones, sin comunidades o grupos (barrios o pueblos). Nos han transformado en objetos (cuando éramos sujetos). Vivimos sin convivencias. El pueblo calla; los que gobiernan, no nos escucha. Ya, solo existimos, pero no nos facilitan los medios para vivir, así que... ni siquiera relación con la naturaleza nos permiten. Se ha instalado el miedo a salir al campo, a la propia propiedad. En el campo ya, no hay campesinos; se pasean “universitarios” uniformados, de dudosa educación o formación dado el enchufismo y la corrupción política imperante. Desaparecen los agricultores (también los pastores y otros ganaderos), sin relevo, y sin posibilidad de sucederles y continuar sus labores. Te castigan por ello (te multan). Se erosiona el saber de siglos, hasta desaparecerlo. Ya no se abona, ya no hay agricultura. No hay aprendizaje de agricultura tradicional, la de siempre, si bien con los adelantos (el tractor que sustituye al arado donde el terreno lo permita, etc.). Desaparecen las fincas comidas por la maleza o basuras (entiéndase: tabaibas, retamas, escobones, cañas, zarzas, pitas, etc.), todas ellas súper protegidas. Han destruido el campo y a los campesinos. Y no, no hay, ni tienen alternativas.
El Padre Báez.
---------------------------------------
78. Al mismo tiempo, el pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin dejar de admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter divino. De esa manera se destaca todavía más nuestro compromiso ante ella. Un retorno a la naturaleza no puede ser a costa de la libertad y la responsabilidad del ser humano, que es parte del mundo con el deber de cultivar sus propias capacidades para protegerlo y desarrollar sus potencialidades. Si reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el Creador nos otorgó, esto nos permite terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites. Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
79. En este universo, conformado por sistemas abiertos que entran en comunicación unos con otros, podemos descubrir innumerables formas de relación y participación. Esto lleva a pensar también al conjunto como abierto a la trascendencia de Dios, dentro de la cual se desarrolla. La fe nos permite interpretar el sentido y la belleza misteriosa de lo que acontece. La libertad humana puede hacer su aporte inteligente hacia una evolución positiva, pero también puede agregar nuevos males, nuevas causas de sufrimiento y verdaderos retrocesos. Esto da lugar a la apasionante y dramática historia humana, capaz de convertirse en un despliegue de liberación, crecimiento, salvación y amor, o en un camino de decadencia y de mutua destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia no sólo intenta recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo tiempo «debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo»[47]. (de Francisco, en su encíclica: Laudato si).

No hay comentarios:

Publicar un comentario