lunes, 3 de agosto de 2015

sinopsis

Sinopsis tabaibera...
“... ¡quién pudiera comer...! ¡Como nos acordamos del pescado... de los pepinos y melones, y puerros y cebollas y ajos... ¿de dónde sacaré pan?...” (del libro de los Números 11, 4b-15)./ “... obstinado, para que anduviésemos según sus antojos...” (del salmo 80)./ “... dadles vosotros de comer...” (Jesucristo, en el Evangelio de san Mateo 14, 13-21)./ “... trabajad... por el alimento...” (Jesucristo, en el Evangelio de san Juan 6, 24-35)./ “... beben vino de multas...” (del profeta Amós, 2, 4-16).
... o breve resumen de la situación agrícola y ganadera en El Tabaibal:
-         Nada producimos (solo basuras).
-         Nada comemos de la propia tierra (salvo fútbol).
-         Todo viene de fuera (importamos todo).
-         No hay agricultura (solo tabaibas).
-         Dependemos totalmente del exterior (si no viniera la comida toda de fuera, moriríamos de hambre).

-         Tierras abandonadas (te obligan a ello, con multas y sanciones).
-         Dificultades al que quiera volver a la tierra y ganado (para todo: permisos que nunca llegan y llegan negándolo todo).
-         Todo protegido y vigilado (miedo ambiente-seprona=cabildo).
-         Todo abandonado (por el miedo al miedo ambiente y los suyos: cabildo y seprona).
-         La isla está asilvestrada (malezas y basuras).
-         No se recupera nada, y todo a peor (no te dejan tocar nada).
-         Tenemos tierra y tenemos agua (de sobra y de la mejor calidad del mundo).
-         La agricultura queda en el recuerdo (algo del pasado).
-         Nada se planta (todo está lleno de tabaibas y no se las pueden ni tocar).
-         Desaparece una actividad de siempre y en todas partes (el sector primario).
-         Queda una agricultura residual (de forma y manera testimonial y en manos de ancianos).
-         No se estimula la agricultura y ganadería (y no faltan jóvenes que quisieran emprender cultivo y ganadería).
-         ...
El Padre Báez.
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80. No obstante, Dios, que quiere actuar con nosotros y contar con nuestra cooperación, también es capaz de sacar algún bien de los males que nosotros realizamos, porque «el Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables»[48].  Él, de algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos estimulan a colaborar con el Creador[49]. Él está presente en lo más íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía de su criatura, y esto también da lugar a la legítima autonomía de las realidades terrenas[50]. Esa presencia divina, que asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, «es la continuación de la acción creadora»[51]. El Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades que permiten que del seno mismo de las cosas pueda brotar siempre algo nuevo: «La naturaleza no es otra cosa sino la razón de cierto arte, concretamente el arte divino, inscrito en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado. Como si el maestro constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera moverse a sí misma para tomar la forma del barco»[52].
81. El ser humano, si bien supone también procesos evolutivos, implica una novedad no explicable plenamente por la evolución de otros sistemas abiertos. Cada uno de nosotros tiene en sí una identidad personal, capaz de entrar en diálogo con los demás y con el mismo Dios. La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad, la interpretación, la elaboración artística y otras capacidades inéditas muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico. La novedad cualitativa que implica el surgimiento de un ser personal dentro del universo material supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la vida y a la relación de un Tú a otro tú. A partir de los relatos bíblicos, consideramos al ser humano como sujeto, que nunca puede ser reducido a la categoría de objeto. (Francisco, en su encíclica Laudato si).

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