lunes, 12 de diciembre de 2011

POPURRÍ 81:


Sobre mi tesis (81):

CAPÍTULO II

PROVINCIALATO DEL PADRE JOSÉ DE ACOSTA
Primera congregación.
Anua de 1576.
Respuestas del Padre Everardo.
Relación de visita del Padre Plaza.
“Criar operarios en Lima”.
Antes de comenzar este segundo capítulo, puesto que se trata del Provincialato del padre José de Acosta, es bueno poner una nota previa acerca de él: El Padre José de Acosta, trabajó por la elevación moral e intelectual no menos que religiosa. Esa misma situación imponía de hecho la resolución de algunas de las cuestiones vitales de toda misión, aunque no exclusivamente, como la del clero indígena (1).
Un segundo dato, más curiosos que importante es el siguiente:
- Polo de Ondegardo, tan admirado por Acosta, que le conoció y trató, y cuya autoridad estima como la primera entre todos los que trataban del Perú, y sirvió como intérprete el fervoroso Hermano Coadjutor Gonzalo Ruiz, S. J., mestizo (2).

¿Tantos senderistas?
Pues que el Domingo pasado fui por Amurga, y estuve por todos aquellos sitios, desde la media mañana hasta la noche, y mis ojos saltados que no vi ni un alma por todos aquellos lugares. Tampoco animal alguno, salvo un hormiguero en el camino, y unas moscas después de..., ¡ya me entiende!, ¿no? Así que uno se asombra, que ante tanta animación, para el senderismo, sale uno por esos mundos de Dios y no encuentra a nadie (o naide). Simplemente, esta consideración...

¿Se sentarán aquí las bases para asentamientos agrícolas?
Claro, que para eso, medio ambiente, debe desproteger mucho, y no creo estén por la labor, con lo que la dependencia del exterior irá para largo, porque si no se ve venir, ni nadie o nadie dice nada del asunto, no vamos a poder plantar nada, porque como todo está prohibido, ¿quién se arriesga, si le puede caer la multa y el pelo, por faenar al modo y estilo desde que el mundo es mundo?

Con decirles al respecto, que...
... me contaron, que como hizo algo de niebla, todo el mundo sacó la sierra, y a echar al suelo gajos y troncos secos; que el ruido era ensordecedor, sin saber de dónde venían pues como cuando para eliminar leña, hacen lo mismo, escondiéndose en la bruma, prenden fuego donde y con quien el humo se camufla y mezcla, y no se le ve. ¡Miedo, amigos!; miedo es lo que hay..., que el hombre del campo, no pueda faenar, porque todo está penado, todo está articulado o legislado, y de reciente cuño, y por lo más baladí, se te puede caer el pelo...

¿Quieren con historias de última hora ocultar la antigua?
Y créanme, que a uno le da pena, que teniendo huellas de los guanches, por doquier, y en grandísimas cantidades, en lugar de investigar e historiar la vida y obra de nuestros antepasados, se dediquen a historiar el ayer, más cercano. Un servidor, el último Domingo, camino a mi La Lechuza natal, pasé por un lugar donde me tuve que colgar para llegar a una cueva en medio de un risco, con toda clase de maleza y obstáculo, caminos borrados, telas de araña, tuneras y pitas impedidoras de paso y accesos, de estorbos y freno al avance, y al llegar al Silo, allí la cueva majestuosa, con su brea en el techo, con sus agujeros en el suelo, y todo ello en un andén preñado de casas abandonadas, y en una de ellas, la cría de 17 hijos, que con los padres eran 19, y para ello: cabras, vacas, cochinos, siembra, cosechas, pitas, tuneras...

¿Comemos menos y engordamos más?
Y entonces, aludo a lo del apartado anterior: todos sanos, todos ágiles, todos delgados, todos saludables, todos bien alimentados (coles, jaramagos, carne cochino, un baifo..., suero, queso, leche..., almendras, ciruelas, higos...; pero ahora, gordos como cochinos, porque con el sin campo, y la crisis, ¡a comer porquerías que engordan y matan! Y si sumamos una vida sedentaria, sin ejercicios..., cuando aquellos -los antes citados-, colgados de riscos y laderas, sin caminos, ni aceras, sino cumbreando o cresteando...

¿Los que se vinieron del campo...
... a las periferias de la ciudad, al tener ya las casas viejas y en peligro, no volverán al campo, (a qué esperan)? Cuando lo de la visita o exploración del Domingo último, y antes citado, las casas vacías, con puertas cerradas, con los huertos llenos de maleza protegida, esperando a sus antiguos habitantes, o a sus herederos, que abran esos candados, que den calor a esas cuevas, llenas de nostalgias y recuerdos: el fogal, el tostador, la bacinilla..., y en el patio, la sombra de ese árbol, testigo de tantos amores, y de fresco dado a los sudados moradores...

Ahora, lo que se inaugura son: belenes.
Y en lugar de plantar papas, millo, cebada, trigo..., todo se les va en hacer belenes, sin poder ponerle culantrillo (super-protegido), ni otras hierbas (también protegidas, a no ser que sean de plástico, que te las vende en las grandes áreas comerciales), cuando ya en el campo, sobra todo belén, porque belén es esa cueva, esa alpendre, esa era, esas piedras agujereadas para amarrar al burro; donde la piedra, con la cazoleta abierta para el agua y las fregaduras... ¿belén de mentiras? ¡Belenes vivos, abandonados!

Y la arquitectura tradicional, con el abandono del campo...
... con paredes que se inflan, con cercados que se llenan de pitas y tuneras que revientan paredes, y ocultan surcos y canteros de otros tiempos y usos; esas obras de arquitectura, humedecidas, derrumbadas, por falta de un mantenimiento, de una reparación al estar en el olvido, y que sin permiso, no las puedes ni tocar, porque los ajuntas y mientos viven de eso. Todo desaparece, y aún lo que es señas de identidad, algo nuestro, que pasa a la ruina, a no volver, al derrumbe, el saqueo, puertas rotas, basuras... ¡mi pobre tierra!

Notas:
(1).- L. LOPETEGUI: o. c., pág. 262.

(2).- L. LOPETEGUI: o. c., pág. 357.

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