lunes, 27 de febrero de 2012

Carnaval Chico

Carnaval Chico...

... o también conocido como el “Domingo de Piñata”; eso al menos en mi infancia y juventud. Que un servidor, tanto éste como el anterior, me merecen el mismo interés, es decir: ¡ninguno! Y, si para el otro me fui barranco adentro a por donde: Manolo, Pepe, Antonio, Paco..., en esta ocasión -ayer Domingo-, y siempre después de las dos Misas que celebro cada Día del Señor, a las 9,00 y 10,00 de la mañana, a las 11,00 ya me dirigía rumbo sur, y me paré en Cuatro Puertas.
 Pero no crea nadie, fui al yacimiento con le mismo nombre, porque son tantas las veces que he ido, que aunque una más, siempre me encanta, preferí -yendo de Telde al Sur-, y desde Las Cuatro Puertas, miré hacia la derecha, y hacia el interior y arriba en lo alta, tres hermosas montañas, que me retaban, y educado que es uno, antes de emprender el ascenso, me voy a saludar a la Presidenta de la AA.VV. “El Tajinaste”, que representante por su Santa Teresita, estuvo y conocí un mes atrás en un encuentro de Consejos Pastorales Parroquiales, y después de saludarla, le dije a dónde me dirigía, y para sorpresa y alegría mía, me dijo: “¡lo acompaño -cosa que no hizo alguien de dieciséis años al que invité en la Parroquia, y que por mor de no sé qué estudios (¡un servidor, jamás estudió en Domingo, el día de descanso después de cumplir con Dios!)!” Le faltó tiempo, para cambiarse de ropa, en plan deportivo, y con senda mochila con flan de fresa, nísperos y agua; un servidor con solo agua en la propia, comenzamos la aventura arqueológica, dándonos cuenta de la gran muralla construida por los guanches, que partía en dos la primera montaña, pero ya en sus inmediaciones, sendos trozos de cerámica aborigen, con dibujos en ella y en un cruce, nos fuimos hasta una  de las cuevas del Corredera, con las trazas todas de toda cueva guanche, cruciforme, los agujeros, más cerámica, y las señas inequívocas de la brea; volver al camino, y seguir andando, para encontrarnos con goros, construidos por los guanches, para encerrar en ellos a los baifos, de un corral cercano, donde sus cabras, con trazas también de esos constructores de una arquitectura que lleva las señas o cuño inequívocas de sus artífices, dada la perfección de las paredes, y el volumen en toneladas de las piedras. A todo esto, ya degustábamos el dulce fruto de las tuneras indias, cual regalo del cielo, a la par que el paisaje desde las alturas de más de media isla era y es, sobrecogedor. Pero, no era cuestión de quedarnos en la contemplación de paisajes, más y otras paredes aborígenes y afortunadamente el cruce desde lejos de otra pareja, que se nos adelantaría hacia ambas -dos- montañas, por escalar o subir, mejor crestear, y con la sorpresa de encontrarnos con un túmulo mortuorio, cuyas piedras fueron extraídas de una cueva, perfectamente camuflada, y que solo con buen olfato arqueológico, se la puede encontrar, pues oculta de tal manera, que casi es imposible dar con ella, y allí se volvía a repetir la característica cruciforme de toda construcción guanche; pero, éste no sería sino un hito más (el segundo de nuestro aventurado paseo por entre montañas). Desde lo alto, y hacia el interior ya el barrio disperso del El Dragonal, al fondo El Draguillo, más allá Ingenio-Agüimes, y más allá todavía, hacia la derecha, desde la Isleta a Santa Brígida, Telde-Gando-Arinaga..., a nuestros pies. Y ¡a por la tercera! Llaneando y levemente ascendiendo, junto a murallas aborígenes, llegamos a un punto geodésico, con bandera nacional y cruz blanca de Nuestro Señor, con sus brazos abiertos, para acogernos, y besos que les dimos. Nos aguardaba el almogarén con sendos canalillos para las ofrendas de leche a Acorán. También allí, dimos buen destino a la más que austera comida propia de un desierto cuaresmal en ayunas, y la media hora preceptiva, para descansar y airear los pies, con la emisora de radio..., ¡perdón!, con mi compañera, que me hablaba, y contaba, sin parar las horas de nuestra convivencia dominguera. Y lamentablemente, tuvimos que volver y bajar, y nos aguardaban nuevas sorpresas aborígenes o guanches -como prefiero decir-. Y dado que se acercaba la hora de la merienda, y sin haber prácticamente almorzado -pues ya se sabe lo que llevábamos como despensa-, las tuneras indias suplieron el mejor almuerzo; y así, hablado de Sabina, de mil asuntos y suerte del lugar, de sus personajes, de política, de..., ¡todo!; llegamos a donde el coche un servidor, y a su casa mi compañera de viaje, veinte años más joven que uno, y que me invita a la cantina de la AA.VV., donde nunca antes, hubo un bocadillo de jamón y “con todo”, que aquello, no era un bocadillo, aquello era una delicia (no sé si por el bocadillo en sí, o por las ganas ya de comer algo, que no fuera color obispo (los tunos indios). La Presidenta, me enseña el local, su oficina, sus dependencias, su tablón de anuncio..., hasta que llega su señora madre, que me reconoce, y me dice, pero: “¡Si mi padre fue, el que echó el techo de la cúpula de la Iglesia de las Nieves en Lomo Magullo, pues, yo nací allí, y bla, bla, bla...

Y no sigo, ni le enseño fotos, porque hay cosas que no se deben decir; ni lugares que se deban mostrar. Hay cosas, que o las ves en persona, y otras que si no las vives, no se pueden contar.

El Padre Báez.

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