miércoles, 29 de julio de 2015

análisis

Análisis tabaibero...
“... no os encerréis en vuestros intereses... sino en el de los demás...” (de la carta de san Pablo a los Filipenses 2, 2-4)./ “... que... cambie nuestra suerte...” (del salmo 125)./ “... tan cobarde de cerca y tan valiente de lejos... no pienso echarme atrás... en campo ya labrado...” (de la segunda carta de san Pablo a los Corintios 10, 1-11, 6)./ “... se obstina en el mal camino...” (del salmo 35)./ “... que me asaltan... que me cerca... agazapado...” (del salmo 16)./ “... el cansado labriego... de la dura fatiga...” (del himno de Vísperas del miércoles I).
... ciertamente, no me engaño, acerca de la poca resonancia que el tema tabaiberil tiene en el ámbito público y político. Pero, hay y le tienen un respeto, ¡al menos! ¡Mira que aporto motivos para el compromiso! Pero, hace falta un programa (y no existe tal).
Hace falta sensibilidad (la que no se tiene), ante la pobreza que generan las tabaibas (o lo que es lo mismo: exclusión social, por ellas). Por ello, hay un gran sufrimiento. Noto las conciencias aletargadas, respecto a la pobreza que generan las tabaibas, y sobre la misma pobreza en sí. Pues, las desigualdades van en aumento. Y es falsa la mejora económica que nos dicen que hay. Hay que leer con realismo la actualidad, más allá de los campos de fútbol; hay que analizar la realidad y los factores que actúan sobre ella. Y para nuestra desgracia, no hay propuestas al caso o situación. Y eso que la realidad social nos interpela (si escuchamos). Repito: crecen las desigualdades, y con ellas, la pobreza. Hay que mirar la realidad con realismo. La pobreza alcanza ya al mundo rural; y éste, es el rostro más duro de la pobreza. La corrupción, el empobrecimiento ético, cultural, espiritual... Hay y tenemos crisis, más allá de lo económico. Hay crisis de fe  en lo social y en lo político. Se niega la primacía del hombre, del ser humano. La política, es la culpable, por la corrupción. Lo político, ha de buscar el bien común, ¡y qué lejos anda de ello!
El Padre Báez.
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70. En la narración sobre Caín y Abel, vemos que los celos condujeron a Caín a cometer la injusticia extrema con su hermano. Esto a su vez provocó una ruptura de la relación entre Caín y Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue exiliado. Este pasaje se resume en la dramática conversación de Dios con Caín. Dios pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Caín responde que no lo sabe y Dios le insiste: «¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo! Ahora serás maldito y te alejarás de esta tierra» (Gn 4,9-11). El descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro. Esto es lo que nos enseña la narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la humanidad por su constante incapacidad de vivir a la altura de las exigencias de la justicia y de la paz: « He decidido acabar con todos los seres humanos, porque la tierra, a causa de ellos, está llena de violencia » (Gn 6,13). En estos relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás.
71. Aunque «la maldad se extendía sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5) y a Dios «le pesó haber creado al hombre en la tierra» (Gn 6,6), sin embargo, a través de Noé, que todavía se conservaba íntegro y justo, decidió abrir un camino de salvación. Así dio a la humanidad la posibilidad de un nuevo comienzo. ¡Basta un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición bíblica establece claramente que esta rehabilitación implica el redescubrimiento y el respeto de los ritmos inscritos en la naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra, por ejemplo, en la ley del Shabbath. El séptimo día, Dios descansó de todas sus obras. Dios ordenó a Israel que cada séptimo día debía celebrarse como un día de descanso, un Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex 16,23; 20,10). Por otra parte, también se instauró un año sabático para Israel y su tierra, cada siete años (cf. Lv 25,1-4), durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv 25,4-6). Finalmente, pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, se celebraba el Jubileo, año de perdón universal y «de liberación para todos los habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta legislación trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano con los demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era un reconocimiento de que el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo el pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban el territorio tenían que compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no llegues hasta la última orilla de tu campo, ni trates de aprovechar los restos de tu mies. No rebusques en la viña ni recojas los frutos caídos del huerto. Los dejarás para el pobre y el forastero» (Lv 19,9-10). (de Laudato si: la encíclica de Francisco).

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