viernes, 2 de octubre de 2015

riqueza

Nuestra riqueza: las tabaibas...
“... los campos no dan cosechas... se acaban las ovejas... y no quedan vacas...” (Ha 3, 2-4. 13a. 15-19).
... en ellas, superabundancia; son nuestro ahorro, y la única producción. Y van en aumento; con ellas tenemos superávit. Se expansionan. Se dan abrumadoramente. Son nuestro desarrollo. Gracias a ellas, tenemos capital. Exceden de sobra. Suben. Son nuestro principal centro financiero. Los políticos han logrado sean nuestro equilibrio. Las tenemos en exceso. Son nuestro activo, y equilibrio. Las exportamos por todo el mundo. Los distintos países nos las demandan.
Nos estructuran la economía. Los diseñadores de política tuvieron un gran acierto. Y encima, ningún gasto en su mantenimiento y expansión. Las producimos en masa. Son de muy alto rendimiento, aunque son una creación  destructiva, pero..., ¡son la nueva finanza! El gobierno, invierte en ellas. Son el sector financiero que el mercado demanda, y les suministramos. Y cuidamos lo que tenemos (las protegemos). Son un regalo más de la naturaleza que del gobierno (que también). Con ellas, ningún riesgo. No tenemos competidores. Son nuestro activo, sin riesgos. Con ellas, vino el equilibrio. Somos los únicos mayoristas. Son la consecuencia de una buena política. La pregunta es: ¿por qué se tardó tanto en su cultivo de forma global (dentro de la isla e islas) y exclusiva? La respuesta es: la demanda de las mismas ante la deficiencia de su comercialización, por parte de los distintos países. La casualidad fue muy generosa con nosotros (los que tenemos fe decimos en lugar de casualidad, la providencia). Financieramente somos fuertes. Tenemos sobreabundancia a la par que crecen las exportaciones. No hay paro, y cobran buenos salarios. Tenemos una gran reserva. Incluso inflamos el precio, sin problema, ante tanta demanda. Confesémoslo ya: ¡ha sido un gran acierto político! Es lo que necesitábamos, ¡y lo tenemos! La crisis, es de otros; no de nosotros. Son nuestra fuente de financiación. Crecen en volumen. Gracias también a los bancos, con sus operaciones, se involucran en nuestras actividades, y son participantes activos. Los salarios crecen al ritmo de la productividad. No tenemos competitividad, somos los únicos. Aumentan los beneficios y los ahorros. El empleo creció rápido, el consumo también. ¡Al fin una industria propia! Los pobres, son de otros pueblos, no nosotros ya. Hay y tenemos inversores. No hay riesgos. A nadie debemos. Tenemos exceso de producción, pero también exceso de demanda. Se acabó -por tanto no tenemos- el desempleo, ni las deudas. Nos podemos permitir el lujo, hasta de derrochar...
El Padre Báez (me permitirán la ironía, ¿no?).
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190. En este contexto, siempre hay que recordar que «la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente»[134]. Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos. ¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones? Dentro del esquema del rédito no hay lugar para pensar en los ritmos de la naturaleza, en sus tiempos de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas, que pueden ser gravemente alterados por la intervención humana. Además, cuando se habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un depósito de recursos económicos que podría ser explotado, pero no se considera seriamente el valor real de las cosas, su significado para las personas y las culturas, los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se plantean estas cuestiones, algunos reaccionan acusando a los demás de pretender detener irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. Pero tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo. Si no tenemos estrechez de miras, podemos descubrir que la diversificación de una producción más innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy rentable. Se trata de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos. (del obispo de Roma, el papa Francisco, en una de sus encíclicas, la LADATO SI).

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