domingo, 25 de octubre de 2015

perlas



Perlas tabaiberas (antes canarias)...
“... saca pan de los campos...”  (salmo 103).
... recogidas, sin querer, en el simple hablar con la gente del campo (¡su sabiduría, ocurrencias y buen humor!):
        -“Un ave con mil plumas, no se pudo mantener; y un escribano con una, sostuvo casa y mujer”
        -“Mi niña dile a tu madre, si te quiere vender; el quiero está en tus manos, y en la puerta el mercader”

        -“Ya en el campo, no se oye silbar ni cantar; esto es lo que ha conseguido la falta de agricultura y ganadería”
        -“El baile de san Pascual: la vela con una cinta en la mitad; en la primera parte invitaba las mujeres a los hombres, y la segunda al revés. Había un mandador...”
        -Cuando alguien no era bien querido, se decía: “¡nos echamos de comer aparte!”
        -Se le murió la yegua, y la escueró p´ zapatos; las hermanas  no lo dejaban beber agua; él le metió un trozo de cuero en el fondo de la talla, y cuando ellas se enteraron: “¡que me ajito, mal intentao!”
        -Era (alguien) un preguntón, otro le cogió la tizna del caldero y le untaba el garrote de noche, se pasaba la mano (antes de salir el sol) y fue a mear, y ya de día la bragueta toda tiznada (¿...?)
        -“¡Llévale esto a tu madre, y mierda para el mensajero!”. Preguntó a su madre quién era el mensajero, y en la segunda ocasión con el mismo recado, esto fue lo que le contestó: “¡Sabe: mierda p´ quien me da el mensaje!”
        -La pregunta del millón: “¿Cuándo puedo quitar las retamas, para poder volver a plantar de nuevo?”
        -Aquella  mujer, vivió: 103 años, 3 meses y 20 días; desde hacía 30 años vestía siempre de rojo (promesa ¿a santa Lucía?).
El Padre Báez.
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236. En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo»[166]. La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo»[167]. Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado.
237. El domingo, la participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es el día de la Resurrección, el «primer día» de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda la realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso eterno del hombre en Dios»[168]. De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte de nuestra esencia. De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío, sino también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio personal. La ley del descanso semanal imponía abstenerse del trabajo el séptimo día «para que reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el emigrante» (Ex 23,12). El descanso es una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los derechos de los demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y de los pobres. (del obispo de Roma, el papa Francisco, en una de sus encíclicas, la LAUDATO SI).

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