sábado, 17 de octubre de 2015

oler



“Si puedes ir, te espero; pero, ¡sin oler a tabaiba!(PM)...
“... la cosecha del campo... de las fincas...” (Malaquías  3, 1-24).
... ¡esa fue la condición (que me puso P. M.)!: “no oler a tabaiba”... Olemos nos aguarda una crisis (otra) mayor. La Historia es: la macroeconomía global enfrentada con la fragilísima (por no decir ninguna) local o doméstica. Se trata de una relación imposible. No hay estabilidad posible. Nos aguardan rescates y mayores crisis. Se mueve el mundo; nosotros, parados. Nos faltan: recuperación y equilibrio. Y ello, es posible, pero falta voluntad y conocimiento político (que no alcanzan a ver la solución [y la tenemos en las manos]).
El resultado va a ser como cuando acaba una guerra. Nada producimos. ¿Qué vamos a dejar de herencia?, ¡montañas de deudas! No crecemos. Vivimos en austeridad, inflados, reprimidos, desestructurados. No hay transición. Nada se reforma; falta visión política. Tenemos hundida la confianza. No hay un enfoque hacia lo nuevo, nos mantienen en lo viejo. ¡Ya nos reconstruyéramos!, pero... estancados, no es posible seguir o salir hacia adelante. Nos tenemos que recuperar, para salir de ésta. Hay que producir, para ello. Nos debemos sostener. Los gobiernos, ayudan a los bancos (¿). Nada exportamos (porque nada producimos), seguimos en la austeridad. La miseria en la que vivimos más parece obra de un autoritarismo exacerbado antes que una democracia fingida. Estamos liquidados. Con nadie competimos. Estamos recesionados, sin más. Y no se va más allá. Y nuestras reservas permanecen intocadas. Y pasa el tiempo. Y seguimos caídos. La capacidad de producción la tenemos parada, retenida, frenada. Imposible expandirnos. Si produjéramos, nos recuperaríamos. Pero, para nuestra desgracia, la productividad, sigue ausente (la conservamos, la reservamos y se la ignora [pero está ahí, esperando se la active]). Nuestra economía, más que enferma, está muerta; o en los esténtores. Resucitaría con un crecimiento sostenible. Volvería entonces a estar sana, recuperada. Pensar, todo se nos fue en invertir en construcción, para este resultado previsible. Eso, y la mala política nos han ralentizado a la baja. Sube el desempleo, desciende la economía. Nadie nos demanda (por otra parte nada ofertamos, porque nada producimos). Estamos estancados. Somos dependientes. Los bancos nos manipulan. Las autoridades incapaces de solucionar la crisis. Nos tendrán que rescatar. No estamos protegidos. Estamos en quiebra. No funcionamos. Estamos hundidos... Ciertamente, esto “huele demasiado a tabaibas”, ¿o no?
El Padre Báez.
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220. Esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y lleno de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque nadie los vea o los reconozca: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha […] y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6,3-4). También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios «como un sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12,1). No entiende su superioridad como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad que brota de su fe.
221. Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que « ninguno de ellos está olvidado ante Dios » (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís. (del obispo de Roma, el papa Francisco, de una de sus encíclicas, la LAUDATO SI).

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