viernes, 11 de septiembre de 2015

presbíteros

Presbíteros tabaiberos...
... sucedió ayer en La Aldea, en la Fiesta de san Nicolás de Tolentino, que: después de Misa y procesión, con feligreses de liturgia, del coro parroquial (no gente extraña a dar un concierto sin tener en cuenta la letra del gloria, credo y otras partes de la Eucaristía, y que las cambian sin ajustarse a la rúbricas), acólitos, amigos, familiares, sacerdotes, etc., la voz fuerte y atronadora de una rolliza y hermosa, como morena aldeana, va y dice: “¡por favor, y los curas que cambien esas caras en la celebración de la Misa, parecen cadáveres, y así, ¿cómo quieren atraer a los jóvenes a la Iglesia, si es que asustan?!”
Pues, un servidor, lo subrayó, y simplemente pedí -en el almuerzo- a los hermanos, que escucháramos “la voz del pueblo, que es la voz de Dios”, pues la verdad, que cuando cadavéricos rostros, no, los de momias sí, porque aparte de los que cabecean quedándose dormidos, los otros con rostros idos, y fuera de sí, desencajados, miradas que dan miedo, etc., etc., es como para pensarlo un poco antes, y antes de salir de la sacristía, si no se hace con una sonrisa, un rostro jovial y alegre, que no salgan pues así se asusta a la feligresía, y es que estamos donde todo el mundo mira y nos ven, y al decir de Dios, lo es de la estética, en cuanto armonía y belleza (uno de los caminos de la filosofía aristotélica para descubrir a Dios en su teodicea), y el cuadro que manifestamos, desde la cúpula, a veces inquisitorial, otras miradas furtivas, gestos duros, de pocos amigos, etc., y etc., y ¡para qué seguir! Hoy me dirijo a mis hermanos en el sacerdocio con el cariño y respeto que les tengo a todos, y piensen el mensaje que damos a la feligresía, que a menos nos acompañan, y así imposible veamos salvo a un despistado o agasajado por el cura a un joven entre nosotros, y es que no es de recibo, ciertos rostros de pena, mostrando la careta del dolor de las máscaras del teatro griego, cuando la alegría del Evangelio, más allá de encíclica al fin, se ha borrado de  nuestras caras, que en decir del refrán es el rostro del alma. Ruego pues, cambiemos el careto al menos haciéndonos violencia, durante las celebraciones litúrgicas, pues -y a veces- más parecemos policías inquisitoriales impidiendo la libertad de los hijos de Dios, y de esto no pongo ejemplos, pero es cosa de revisar muy seriamente la imagen que damos y lo que conseguimos con algunos gestos. Algunos curas debieran seguir la concelebración desde la sacristía y no dar esas imágenes tétricas de casi moribundos temiendo las penas del infierno por el rostro y cara que ponen, que más parecen suplican compasión cuando deben dar misericordia.
El Padre Báez, presbítero

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