sábado, 25 de agosto de 2012

¡Qué triste!

¡Qué triste!

Que vayas y que vengas, que te muevas por cualquier lado y a cualquier hora, y siempre veas el mismo paisaje, el mismo motivo, el mimo cuadro: Siempre un pobre muchacho, que en lugar de estar en el tajo, sea el que sea, está paseando a su perrito blanco, con cara de cochino (el perrito); que más después, tengas a un hombrón, con sus dos perritas, que da hasta pena o vergüenza (dicen que como no tiene otros afectos, pasea sus amores y ama a sus perritas, a las que quiere o ama tiernamente [luego, no saluda a sus vecinos, no se habla con su gente]), que más después –y en un continuo- te encuentras con la dama –la edad ya importa menos- con ese enorme perrazo negro, que le hace compañía y suple afectos humanos, y así, el desfile es múltiple, variado, multicolor, en escenas tantas, que no caben en un apretado resumen, sino que mi humilde consideración, terapia aparte para sus amos o dueños (de los perros, que son los amos de sus amos), que si en lugar de pasear a un perro, y llenarlo de caricias –a cambio de babas y jadeos, moviendo sonriente el rabo- digo, que si en lugar de canes, llevaran cabras, ¿no les darían éstas, el mismo calor afectivo, y miradas melancólicas?

Por supuesto, allá cada cual con sus gustos y sus amores, pero toda vez que esto se impone, porque a alguien mucho interesa –en plural- y toda vez, que hasta en campaña, candidatos han habido que posan con su perrita, saluda de la peluquería, vestidita y todo, y luego le hacen parques para que defequen y retocen, pues que te los meten por la narices (¡también el hedor o peste, pues si pisas su mierda, es algo asqueroso, que se impregna en los zapatos, que no se te retira ese “aroma”, hasta que hiervas el zapato en agua a muy altas temperaturas, mientras que las cagarrutas, huelen a sano a naturaleza; pero vuelvo a la santa libertad, y si usted quiere pasear a su cerdo, ¡hágalo!, pero sea libre y no se deje comer el coco, con el perro de turno; compre y pasee usted su animal, y dado que ellos nos pueden aliviar el hambre y de paso limpiar la ciudad, los campos, las orillas de los caminos y de las carreteras, sabido es, que el perro pone flores en el camino (sus mierdas), pero que la rumiante (la cabra), cual escoba va limpiando de malas hierbas, cuantas se crucen en su andar, es por lo que si les merezco alguna atención y respeto, cómprese una baifita, sáquela a pasear, y dado que el hombre –según Aristóteles- es un animal de repetición, no faltarán quienes –de inmediato- les imiten y como usted, saquen también a pasear su machorra, que si alguien cría un macho, ¡vaya fiestas en esos cruces de caminos!, y con el tiempo, toda vez que los rebaños o ganados están prohibidos pasten libres en los campos, las ciudades y pueblos, aldeas y barrios, se llenaran de un autentico rebaño de cabras (y de algún perro, naturalmente), que llegados a casa, ordeñando al animal, le aflojará el ubre, que llenará nuevamente, para desayunos, meriendas y cenas, con la mejor y buena leche, de su cabra, que convertida en mascota, ha sustituido al sucio y jadeante perro, que si macho, enseña la picha, se la lame, y todo sin pudor, ni reparo de niñas, señoritas y amas, a no ser que sea eso lo que quiera ver, a falta de lo mismo en humano.

El Padre Báez.

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