jueves, 1 de marzo de 2012

De profesión: ¡estudiante!


Permítanme mis amigos, que sin nostalgia, recuerde aquellos años en los que un servidor, fue estudiante, prácticamente treinta años, desde aquellos comienzos en los que dibujando las letras de los libros de mis hermanas mayores, los daba a leer a mi madre, para que leyera, lo que sin saber, escribía.
 Es el caso, que mi padre, me llevaba con él -él al trabajo (caminero desde El Lomo de la Vega hasta casi Valsequillo)-, y me dejaba en la escuela de una mujer que no era maestra, sino que nos enseñaba para que cuando fuéramos a la escuelas supiéramos algo (leer, contar, rezar...), y sentada en un cajón, y con una larga caña, para “tocarnos”, si no estábamos atentos o “trabajando”, y que el progenitor recogía a la vuelta del trabajo, y a veces la sorpresa del almuerzo, con uvas y otras frutas. Ya en la escuela, tuve que suplir al profesor y dibujar lo que él no sabía, en al pizarra, para que lo copiaran mis compañeros, ¡sí un servidor!, y tanto que me desvió a Bellas Artes, hasta que los compañeros de mi padre le dijeron que los pintores se morían de hambre, desde entonces dibujar, era un castigo, por prohibido; y llegó, a los ocho / nueve años el ingreso en el Instituto (el Pérez Galdós), de tal manera que a los doce / trece ya el bachillerato hasta cuarto, dos más y estaría con el de sexto, luego había que prepararse para la universidad, y allá que me esperaba Sevilla, luego Salamanca, y ya sacerdote Madrid (respectivamente: Filosofía, Teología y Licenciatura en Historia de la Iglesia). Y viene este mirar hacia atrás, porque jamás, jamás, estudié lo más mínimo en Domingo y Festivos, y ello, por moral, espiritualidad, religión, y laboralmente. Pues, me consideraba -y así lo decía el D. N. I. -, de profesión: Estudiante. Entonces, me comparaba a un albañil cualquiera o a cualquier otra profesión, que trabajando la semana entera, el Domingo y Festivo, era su -y mi- día de descanso. Por ello, y para ello, es decir, pata tener el Domingo y Festivo libre, siempre estudiaba y hacía “mi trabajo”, el viernes, el sábado o lo preveía desde antes, para el lunes, pero nunca, nunca en Domingo hoy Festivo. Eran estos, los días del Señor -iba a Misa- y luego, dependiendo de la edad y del lugar, siempre me lancé carretera hacia adelante para conocer otros lugares –en Salamanca- en bicicleta, lo mismo antes en Sevilla; y en Madrid, la Sierra me llamaba, y así bajaba (espeleología), o escalaba (alpinismo), senderismo (caminando), paseando (orillas de los ríos), tesos, buscando piedras de los romanos, fósiles, cementerios moros, cistas romanas, castillos, etc., etc., siempre había una aventura detrás de cada Domingo y Festivo, porque eran mis días libres, día de descanso. Afición que continúa más de treinta años después. Y viene este mi comentario hoy, porque estoy cayendo en la cuenta, que los estudiantes del presente -los que estudian- lo hacen en Domingo y Festivos. Y me choca, en cuanto comparo y digo, pero ¿y esto es normal? ¿Era un servidor el equivocado? Me pasó recientemente, y vengo cayendo en la cuenta desde hace algún tiempo, que invitar a un estudiante a que te acompañe a subir una montaña, a entrar en la Historia, visitando yacimientos y descubriendo otros, es recibir un “¡no!”, es una constante: “¡tengo que estudiar!”,  -te dicen-. Y así me sucedió recientemente -repito- que una madre de cuarenta años que me acompaña a subir tres montañas, deja a sus hijas en casa, y vueltos de la subida -hermosísima, como pocas- en casa estaba la hija y una amiga vecina, ante el ordenador, y por curiosidad vi que estaba ante una página de DIABETES, pues estudia enfermería, pero era el Domingo, y a las cinco de la tarde, con lo que poco más y se iría el día, y estas chicas, por poner un ejemplo, no sé si Misa, no sé si descanso, no sé si así, sin descanso, y de forma continuada, van a seguir estudiando, sin interrupción, sin parar..., no sé, pero me imagino que los profesionales que salgan de estos estudios en Festivos y Domingos (a no ser que descansen el viernes o /y el sábado), obsesos y maníacos del estudio, sin más miras que los libros, faltos de deporte (reblanquecidos, sin que les dé el sol) –que uno hacía, jugando un  partido a mitad de semana-, y estudiando eso sí, como me consideraba “trabajador del estudio”, ocho horas, no me las quitaba nadie de estudio, sin contar las clases en el aula, porque aquello ya era un placer, lo otro, era un complemento, y dado que tenía ocho horas para descansar (dormir), seis o siete de clases y otras ocho de estudio, completaba las veinticuatro horas del día, sacando un descanso de media hora, para pasear, y en el entre ir y venir, pues..., los Domingos, ¡libres! Una vez, me metí en una ganadería de vacas bravas, y ¡patas para qué te quiero, porque la vaca estaba recién parida, y su pequeña cría o becerra, fue la que me salvó la vida! Y una semana antes de defender mi tesina de Historia, me fui una semana entera de descanso a la Sierra, sin más libro que el de un comentario al Cantar de los Cantares –para descongestionarme de lo estudiado, y poner distancia- de un tal francés Ouzzous, o algo parecido...
Es el caso, que uno no comprende, cómo el día de descanso, al margen de la fe que se tenga o no, sea un día de trabajo, y no de descanso. Algo no funciona, cuando estas cosas se dan en el estudio; si ininterrumpido, si cambiado, si ya como normal... La verdad, es que le dije a mi compañera de montañismo: “¡Somos la segunda pareja que se vea a la redonda de marcha, nadie caminando! -por cuanto ancho y basto es el paisaje-; deben estar viendo tele, durmiendo, ante el ordenador...”. Y entonces me di cuenta, que muchos, deben estar estudiando. Un servidor, nunca lo hizo en el día de descanso, en el Día del Señor (trabajar, es -en estos días- hasta pecado, y al margen de ello, creo enferma).

El Padre Báez.

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