viernes, 30 de marzo de 2012

Confesiones...

... se han de hacer, cuando se ha de comulgar, si se está en peligro de muerte, y al menos una vez al año. Esto es, lo que nos dice la Santa Madre Iglesia, ¡y es el mínimo! Ni todos los días, pero ¿por qué no cada semana?, ¿o cada 15 días? No sea suceda como aquellos jóvenes que se confirmaban, y a la pregunta: “¿Qué o cuánto tiempo hace no te confiesas?” Éstas fueron las respuestas:
-        “¡Un rato!”
-        “¡Oh, cantidad!”
-        “Hufff, ¡la tira!”
Debía ser el padre o padrino, de uno de ellos, que –aún recuerdo (y hace ya bastantes años [¡unos veinte si no más!]), que me dijo:
-        “Hace, tres meses y dos semanas”.
-         
Que viene este mi comentario, porque cercana la Pascua, en la que tenemos –por mandato- comulgar, previo habrá que pasar por el confesionario (en una ocasión, sin quitarme el casco, con guantes y bufanda y subido en la moto, aproveché al bueno de Don Francisco (q.e.p.d.), que capellán del Cementerio de Las Palmas, él en la acera, me oyó en confesión y me absolvió al tiempo que pasaba la guagua (es decir, en cualquier sitio que haya un sacerdote, te puede perdonar –siempre en el nombre de Dios, y ¡nunca en el suyo propio-, que pecadores somos aunque no seamos, ni asesinos ni ladrones, ¡que los mandamientos son ocho más!, y como dijera Jesús, “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”; y leemos en las Escrituras, que “siete veces al día peca el justo (el santo)”; pues que es éste un tiempo especial –y de obligación- confesar, y aunque ésta –la confesión- ha venido a menos (¡y vemos y sabemos de personas, que sin ir a Misa dominical, van a un funeral y allá que se presentan en la fila para comulgar [¡en pecado!]!).

Que se libera uno después de la confesión, y queda como recién bautizado, con gran gozo y alegría, y como a quien se le quita una pesada y gran loza de encima, que lo hunde y aplasta. Bastaría ver y oír, cómo –algunos- dan las gracias, después de absueltos. Que en otro tiempo, al bautizarse de mayor y renunciar al pecado, ya no se volvía a pecar, y entonces ya nunca más necesidad de confesión; y si sí, larguísimas penitencias, de hasta años –como ir y volver a Santiago de Compostela de peregrino- y es el caso, que nuestro paisano –bereber como nosotros- San Agustín, solo se confesó una vez. Cierto, no tenemos ahora esa madera, pero recuérdese San Pablo llama santos a los distintos cristianos también de otras comunidades. Pues que viene todo esto a cuento, porque en mi arciprestazgo, andamos los curas repartiendo absoluciones por doquier; para facilitar a los penitentes y para que elijan confesor, nos hemos distribuido las parroquias, y en grupos de dos, tres y hasta cinco y seis (según número de feligresía), y empezando por Tecén, y terminando por Casas Nuevas, sin dejar atrás a Las Huesas, El Goro, Melenara, Cazadores, La Breña, Ojos de Garza, El Calero, Lomo Magullo, Lomo Cementerio, San Gregorio, Las Longueras, El Ejido, Mar Pequeña..., estos pobres curas, andamos “limpiando” de pecado a medio Telde, y son o somos: Paco Suárez, José Ramírez, Florentino, Vicente Santana, Francisco Javier, Paco Martel, Don Luis y un servidor.

Pues, que “limpiando” a medio Telde de sus pecados, quedamos con el precepto Pascual cumplido o a medias (recordándoles que después del Domingo de Resurrección, la noche del Sábado Santo al amanecer, a partir de ahí, todavía se tienen cincuenta días, para poder hacerlo. Y, obligado a ello está, todo aquel, que hiciera en su día la Primera Comunión.
Pues toca confesarnos, y no debiera haber nadie tan soberbio, que pareciéndose a Dios, diga no tener pecados.

Cierto, se ha perdido la noción de pecado (y se aborta, como si eso fuera beberse un buche de agua), y me voy con otro que no sea mi cónyuge, ¡y como si tal cosa!; o casado por lo civil, me creo en gracia; o vivo con la pareja sin estar casado, etc.; es decir, por de pronto, lo que dicen muchos: “¡Padre, ayúdeme a confesarme!”, que por otra parte, si cumples con ir a Misa cada Domingo y rezas, si no odias a nadie y te portas bien con todo el mundo y si además, cumples bien con tus deberes y obligaciones, según profesión y estado, pues casi, casi, estamos ante un santo para canonizar en cuanto muera, que de lo contrario, ¡siempre hay algo! Y ello, te lo dice la conciencia (el mal que haces, o el bien que no).

Ojalá, y esto te ayude a acercarte al confesor; tal vez te falte humildad para reconciliarte con Dios, a través del sacerdote (no vale confesarte con Dios directamente, porque eso lo sabe Él sin que te confieses, y nos dejó la fórmula de hacerlo, con esta frase: “a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados...”  Y jamás digas aquello que vas contando a todo el mundo: “¿por qué se lo tengo que decir a un cura (de entrada, es el único que te guardará secreto de muerte; y de nada que le digas ni se asusta, ni se asombra: está acostumbrado, y ya de nada se extraña)?”

¡Ánimo, pues, y venga!: a hacer el examen de conciencia, ten dolor de tus pecados, prométete cambiar –si puedes- dile tus pecados al confesor, y busca con él una penitencia adecuada. Y, ¡serás una persona libre!

El Padre Báez.

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