lunes, 17 de octubre de 2011

Continúa la leyenda negra contra la Iglesia:

Porque ésta no responde como el Islam, a los que la denigran y difaman, echando sobre ella toda la basura de mentes corruptas del presente, que trasvasan a la Iglesia, lo que mal imaginan, y con tanto odio, que ignoran la acción real de ingleses y otros, nada o poco ejemplar, cuando exterminan a los indios que les corresponden, mientras que los nuestros, no dudan en mezclarse con ellos, respetar sus vidas e igualarlos en todo a los que la fe les une y hace hermanos.

Lo único que la Iglesia buscó en el descubrimiento de nuevos pueblos, fue la evangelización, y con ella, elevar el nivel espiritual de las nuevas gentes o personas, dándoles la dignidad que en más de un caso no tenían, y salvarlos de prácticas vejatorias y hasta asesinas de ofrendas de sus vidas a sus dioses.

La Iglesia, fue siempre, la gran defensora de los derechos de esos nuevos hijos, nacidos a Ella, por el bautismo; librándolos de esclavitudes, abusos, explotaciones, etc. Incluso, no dudó en ordenarlos sacerdotes, e igualarlos en dignidad a los mismos evangelizadores, y a tal fin las congregaciones religiosas abrieron seminarios y hasta universidades con Concilios celebrados en defensa de los indios, y el clero secular, obedeciendo a los distintos pontífices, solo buscaban el bien de sus almas y cuerpos.

Son muchos los casos de heroica santidad, por parte de los misioneros, como de los mismos nuevos cristianos (no es el caso de citar santos de las nuevas tierras). Tantos perdieron sus vidas al entregarlas por puro amor, en la donación de sí mismos, a la causa del Evangelio; el mismo, que recoge las palabras de Jesús: “Vayan al mundo entero y enséñenles, lo que yo les he enseñado...” Y a tal fin pronto aparecen universidades donde impartir las ciencias y el saber, sin distinción alguna de grupos o etnias, mezclas o razas.

Fue siempre la Iglesia, la defensora de sus libertades, y luchó porque el brazo secular respetara a los que consideraban iguales a nosotros, sin diferencia ni distinción, ocupándose de la cultura, tanto como de transmitirles la fe (surgidos de entre ellos, como desde Salamanca y otros lugares de aquí).

Si de alguien hay que hablar en verdad y hacer justicia sobre el buen hacer de ellos, es sobre los jesuitas (llegados en un segundo momento), pero sin olvidar a los mendicantes y otras órdenes religiosas (que se adelantaron), que dieron lo mejor de ellos mismos, para extender el Evangelio, que libera e iguala (ningún monje estuvo en misiones, por imperativos de sus Reglas, y sin embargo, los hacen receptores y actores de las mayores villanías).
Y tanto fue el bien que se les hizo, que a los trescientos años de descubiertos (ahora se celebra el doscientos años de la independencia de la América Latina), de preparación y formación, hacen posible que todos ellos -menos nosotros todavía- alcanzaran la liberación de quienes les habían colonizado, dándoles lo más grande de todo hombre o comunidad: la libertad (la nuestra, por conseguir aún), manteniendo la fe y el Evangelio llevado por la Iglesia.

Ninguna Orden Religiosa (y por tanto también la Iglesia), con sus votos y particularmente el de pobreza, podía ir a enriquecerse siendo algo contrario a sus vidas, y si algo buscaban -como al presente los misioneros por el mundo- fue ayudar al pueblo en todo, menos aprovecharse de nadie, ni de ellos, sino servirles como enviados por su Señor (Jesucristo).

Nunca la Iglesia fue copartícipe ni alabó abusos y corruptelas, por parte de los que ejercían el poder terrenal, siendo la Iglesia los que denunciaban ante el poder mayor estos abusos, que acababan en destituciones, degradaciones y cárceles.

Si vino y trajeron oro y otros materiales preciosos, entre otros bienes, no están en los templos ni lugares sagrados ni otros de la Iglesia, ni fue precisamente la Iglesia, que los dejó en aquellos países, donde siguen en los templos, catedrales, monasterios, conventos, universidades, etc, ocupándose de escuelas, de la agricultura, etc., sin que nada trajeran a sus respectivas casas (conventos, monasterios, templos, etc.).

Y tanto, que si América es América, con sus cosas buenas en todo, es gracias a la Iglesia, su gran defensora y madre. Pero, sucede, que mientras ningún mahometano osa, criticar a su propia religión, los salidos de la nuestra, llenos de odio y de venganza, sabiendo la Iglesia no los trata como lo haría el Islam, echa sobre Ella, todas las miserias de los que enemigos de la verdad y de la Historia, encuentran a alguien semejante a ellos, en quien apoyarse dándoles la fe, que por otra parte ellos han perdido.

Nunca le movió el dinero a la Iglesia, y va pobre, como los envía su Maestro y Señor: sin dinero, sin bolsa, sin doble calzado, sin... (ver el Evangelio, guía e instrucción de cómo proceder). Siempre estuvo la Iglesia al lado de los que desde otra óptica descubrían y conquistaban, precisamente con una misión bien distinta a la de los primeros, que tenían que oír el reproche y el no de la Iglesia, en cuanto se excedían y no se ajustaban al Evangelio, siendo el único móvil de la Iglesia: la evangelización, que no produce sino bien (y no es el caso de enumerar).

La Iglesia, como avanzadilla, acompañó siempre a los descubridores, para ocuparse del papel que les correspondía, en parte solicitado por los mismos, que emprendían estas acciones, como partícipes de un mismo Evangelio al cual no siempre después se mantenían fieles, y teniendo luego graves problemas con los eclesiásticos, por no comportarse según era de esperar y no compartir con ellos sus malas prácticas o acciones, acusándolos y denunciándolos antes las estancias superiores.

Siempre, pues, tuvieron los descubiertos o conquistados, en la Iglesia el amparo, refugio y ayuda frente a los abusos  de los que se movían con otros intereses, y que nunca fueron apoyados por la Iglesia, que salía siempre en defensa de los más débiles, o de los que eran objeto de injusticias. De ahí, la estima y el seguimiento de estos pueblos en la fidelidad a la Iglesia, de la que no se han separado, y se mantienen en Ella (no así del otro poder del cual se han separado).

No obstante, habrá que seguir leyendo, escuchando y oyendo cómo la causante de todos los males, sin bien alguno, es la Iglesia, según la critican los que del Islam, no se atreven -por cobardía y miedo-, a no decir ni media palabra, porque les costaría la vida o vivir escondidos de por vida, con precio de la misma. La Iglesia, calla, como su Maestro, y los que tienen dos dedos de frente saben, que cuanto digan en contra de la Iglesia, sale de las bocas que solo escupen maldad y mentira.

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