jueves, 7 de abril de 2011

EL PROBLEMA ES: COMER

   
    Al paso que vamos, el gravísimo problema será: qué comer; ya algunos, lo tienen más que difícil, pero se acercan tiempos –y uno no es que quiera hacer de profeta, es que simplemente, las ve venir- en los que comer será imposible: primero, porque no hay; y segundo porque lo poco que hay, cuesta el ojo de una cara. Razones éstas, que llevan a muchos –y cada vez más- a plantar en casa, por más que se viva en pisos, entongados, unos encima de otros, y en cacharros, macetas, cajas de madera o de plástico; ya se ven en baños, ventanas, pasillos, azoteas (los que las tienen), y hasta en el mismísimo dormitorio –a donde llega bastante luz-, el tomatero, la judiera, la col, la papa, el millo, la lechuga, la acelga, etc. Es en poca cantidad, ello según el “cercado”, pero es el caso que se tiene fresco, al día y barato, para el potaje o la ensalada.
 
    Práctica esta, la del autoabastecimiento, que aunque no mata el hambre, la engaña, y se va tirando, porque no es lo mismo coger 20 sacos de papas, que coger medio kilo, pero menos es nada, y la gente se va conformando con lo que no se tiene; y ello, porque papá-cabildo, ha robado las fincas a pastores y agricultores, y lo único que planta es pino, y toda vez, que la pinocha no se come, pues hay que tirar pal piso y plantar allí lo que se pueda, porque lo que es en la tierra, no te dejan arrancar una retama, ni una tabaiba, que es lo que hay fuera de los pinos, y la tierra totalmente cogida, para la trilogía dicha, no hay donde plantar absolutamente nada, de nada. Así que: a plantar dentro de casita, y regar con el agua del fregadero, que supone un ahorro, y algo de abono, siempre que no lleve detergente o jabón.
 
    Parece de película o cuento, pero verdad como Dios que está en el cielo, que la situación es de agricultura sumergida u oculta en la mismísima capital y pueblos grandes de la isla. Isla, que ha cambiado de nombre y en lugar de “Gran Canaria”, ya la llaman –por iniciativa de un servidor- más de cuatro: “Gran Tabaibal”, con el agravante que la abundantísima leche de dicha planta, no es comestible, y si te rozas por ella, puedes quedarte ciego; pues eso, ciegos nos está dejando el hambre; hambre que va a más, porque a pesar de tener la mejor tierra del mundo, con el mejor clima del mundo, las presas rebosando y echando agua al mar, el sol que da un sabor único y excepcional a las frutas y hortalizas –en otro tiempo exportadas al mundo entero- ahora, todo lleno de pinos, tabaibas y retamas, no hay donde plantar un cantero de papas, a riesgo de multa y cárcel, si para ello, arrancas algo de lo citado, que traído por el viento, se nació –sin permiso- en lo tuyo, y cual si fuera sagrado, ¡no se puede tocar!
 
    Uno aprendió  de niño lo de “la ley de la oferta y la demanda”: que quiere decir que cuando hay mucho de algo vale o cuesta muy poco o nada; y, cuando hay poco de algo, el precio se pone por las nubes, inalcanzable para un bolsillo, con algunos céntimos, sin más. Y, como todo sube, sube más lo poco que producimos, y si vienen de fuera con los añadidos del hortelano al carro, del carro al camión, del camión al tren, del tren al barco, del barco al puerto, del puerto al mercado, del mercado al súper-tienda-área, que en este caso, ya casi podrido, y dando mal olor, ya sin sabor (esto desde su producción toda por falta de sol y por los añadidos para madurar y conservantes para que dure y dure, ¡que te mata o/y enferma y arruina); que todos esos pasos, son subidas de precios, y lo que vale uno, te lo cobran cuarenta; mientras que el de aquí, por aquella ley, te cobran cincuenta, lo que vale medio y no llega a uno.
 
    El kilo de habichuelas y de calabacinos –y es solo un ejemplo- a poquísimos céntimos de euros –no lo digo, porque me da hasta vergüenza y pena- pena porque el pobre agricultor, debe recibir un céntimo o dos, por kilo de lo que le costó la ruina: semilla, agua, abono, riego, encañada, amarrada. deshijar, sulfato, mano de obra, cogida, llevada al camión (y se me quedan otras operaciones, previas al surcado, que está el: arado, fresado, estercolado, etc., y etc.,), para que le den unos mínimos céntimos, por lo que le ha costado una fortuna, tiempo y vida. Total, que no vuelve a plantar ¡eso es lo que quieren, los de arriba, para seguir trayendo de fuera, de mano explotadora, abusadora y exterminadora (porque eso, ¡nos mata!). Nada digamos del pobre cabrero, que se tiene que comer él sus propios baifitos, sin poder venderlos, porque se los quieren casi regalados, para venderlos por la enésima potencia.
 
   El que se sigue forrando es el cada vez menos intermediario, pero si el que deja de atender la finca o el ganado para venderlo él, o una de dos, o deja de producir, o se quita de vendedor, porque es imposible –como decía Nuestro Señor- “no se puede servir a dos amos”. Aunque nos están engañando con tanto mercadillo, donde nada se produce, porque a mí, que me lo expliquen: Artenara, que en 90 y pico por cien, es del cabildo y todo está plantado  de pinos, ¿qué puede vender autóctono que no sea pinocha? ¡Aquí, hay más que gatos encerrados! Que mira Ud., el forro de la caja y te dice: “Valencia”, pero no la de aquí, sino la americana; y lo mismo, pasa con “Cáceres”, no el de Extremadura, sino el de Venezuela, donde hay –en toda América del Sur, un duplicado de las provincias de espakistania (antes españa).
 
    Y no me resisto, a ponerles un par de ejemplos: el calabacín que antes cité, lo vende el calabacinero a 0,10 céntimos el kilogramo –como dicen finamente ellos- y el comprador de calabacinos, lo paga –si se lo quiere comer- hasta a 3,00 € el kilo –que es como lo dice el comprador abusado-. ¿Hay derecho a esto? ¿Es así como se ayuda y potencia la agricultura? ¡Esto es la ruina, y se avecina la hambruna del siglo, porque a estos precios, no hay quien cultive, sino en el mundo entero, que nos mandarán la comida; eso sí, carísima, y malísima. Nuestra leche de cabra u oveja no sirve –dicen- y la traen de fuera; nuestros quesos son los más premiados del mundo, pero nos venden queso del mundo entero; ¿ustedes lo entiende?, ¡pues yo tampoco! Estamos al borde de la banca rota, el riesgo es inminente, y no se ayuda a la agricultura, tampoco a la ganadería, ¡y tiran los plátanos!
 
    El Padre Báez, que no alarma, simplemente confronta la realidad, y se la cuenta, al que quiera enterarse. Nunca les mentí lo más mínimo. Y el tiempo, acaba dándome siempre, la razón.
  

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