Solo del cristianismo, le podía venir a los guanches las virtudes que poseían, y así: el buen ánimo, la alegría, la nobleza, la piedad, el ser veraces, amables, buenos, etc.; pero, al margen de lo dicho, tenían otros valores, como la fuerza, la agilidad, la valentía, etc., que practicaban, para escalar y ascender a la nobleza, para lo cual, debían poseer un gran número de virtudes, entre las que sobresalían la honradez, y el no ser amigos de lo ajeno.
Cumplidores de la palabra, que era cosa sagrada (cosa bien distinta de los que pretendían conquistarlos, con la mentira y otros vicios); cómo perdonaban la vida y daban libertad a los que enemigos, venían por la de ellos; a pesar de las intenciones de los incursionistas, tenían en tan alto grado la amistad, que la ejercían, con sus propios contrarios; amigos de la paz, como ningunos (nos falta espacio para poner de lo que decimos ejemplos, pero los lea quien quiera en los escritos publicados, o acuda a la memoria colectiva).
Practicaron el trueque, recibiendo unos lo que no tenían los otros y viceversa. Pero no encontraron igual fidelidad y honradez; que los otros no eran de fiar, y traicionaban pactos y acuerdos -de continuo-, cayendo nuevamente con ingenuidad de quien no tiene maldad, en tropezar en la misma piedra más de una vez, al confiarse a traidores. Buenos sí, pero no tontos, tuvieron que matar, para reprimir a los que no respetaban propiedades, mujeres, y confianza. A pesar de ello, trataban bien a los prisioneros.
En hacer emboscadas, eran unos expertos, y más parece guiones de películas actuales, a comportamientos de siglos atrás (pero no en vano, se las estaban viendo, con “los hombres más inteligentes del mundo”, en decir de Le Canarien. Confiados volvían a las paces y a la amistad (que siempre era traicionada).
Y es que si algo sobresalió -como al presente- en el guanche (los canarios), fue la paz, que si bien se defendían, nunca atacaron, si no eran en ello molestados. Amigos de hacer pactos y de cumplirlos (aunque no del otro lado), cualidades éstas –¡y otras!- que hacían mejores a los que no creían ni sabían “cristianos”, cuando los que lo eran -o se lo creían- no las tenían.
Razones éstas, por las que el paso de la fe oculta, a la manifiesta -siendo la misma-, no costó nada admitirla, y seguir practicando lo que ya hacían siglos atrás, porque previamente, ya habían bebido en las misma fuente y agua.
El Padre Báez, que les acompaña -lentamente-, en el descubrimiento, de lo que no siempre se ha subrayado, a pesar de ser tan evidente y palpable.
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