Hasta hace poco, ir en coche por la isla, era -y sigue siendo- un placer, hasta que, de la noche a la mañana, y sin saberse por qué, han aparecido, por las carreteras de esta isla tabaibera, unos enormes surcos de alquitrán amontonados transversalmente, que por su volumen y extensión o dimensión, son un auténtico y mortal peligro, y sorprende, que a este respecto -que un servidor sepa- nadie haya dicho o alzado su voz de protesta, ante un gravísimo peligro, para cuantos distraídos, se acerquen a uno de esos surcos -antes “guardias muertos”, de escasa altura y menor anchura- que los de ahora, cuales Himalaya, y más peligrosos -mil veces más- que los baches que te puedas encontrar, son un atentado a la salud y a la integridad física y emocional, psíquica y anímica, de los que sin esperarlos, se pegan el batacazo padre, con el consabido susto, no ya de infarto -que también- sino de aborto, si es que la señora va embarazada, que de golpe y porrazo, se encuentra pegando con su cabeza con el techo del coche, a pesar del cinturón de seguridad, al levantarla del asiento el susodicho surco o amontonamiento de alquitrán en la carretera, y creyendo se trata de un accidente o atentado, la hace volar por los cielos asombrada. Y conste no exagero un ápice, y me imagino, que cuantos hayan tenido la poca fortuna y desgracia, de atravesarlo queriendo o sin querer, esas auténticas barreras, cortando carreteras, añadirían más a lo que digo, y que me quedo más que corto. Repito: creo es un atentado para la salud pública, al margen de destrozos en coches y camiones y guaguas, que pegan y rozan con el suelo, y nada digo, si se trata de ciclistas o/y motoristas, que del salto inesperado y sorpresivo, hasta sueltan el manillar, pudiéndole costar la vida, y todo ello, sin que, allí, donde han puesto estos verdugones, de forma irracional, y sin previa señal que lo avise o anuncie como enorme vaivén, o desnivel frontal o escalón inesperado en la calzada, y ello a pesar de las señales que avisan de reducir la velocidad -que pudieran poner- , y la de los radares, si es que quieren pillar a los que se exceden en la velocidad, jamás en esos lugares haya habido el menor accidente, y menos mortal, salvo los por venir, pues es para eso: matar a pobres e inocentes conductores, con unas casi murallas, sin venir a cuento, puesto que no tienen que pagar justos por pecadores, que por prevenir a alguien no reduzca la velocidad, miles y miles, tengan que pagar las consecuencias, de forma tan brutal y salvaje, que los que ya conducen despacio, tengan que sufrir un castigo inmerecido, sin fundamento alguno, salvo que más parece el capricho de alguien, que solo tiene ganas de abusar y machacar aún más a estos pobres y sufridos tabaiberos, que se tragan cuanto les echen encima, cuales nobles mulos, que no dicen ni mus, y así, he visto cómo algunos ponen en peligro, tanto a los que vienen de detrás de ellos, como a los que vienen de frente, pues para reducir el impacto del golpetazo de tener que saltar, tal descomunal barrera, en lugar de cogerla de manera frontal según el sentido de la conducción y dirección, la cogen en cejo, y así cruzando o girando hacia uno u otro lado, para coger por separado una a una las cuatro ruedas independientes y por turno y aminorar así el impacto del susodicho muro en medio de la carretera, pues más parece una loma que divide la carretera, que si está en pendiente, desvía y embalsa el agua en forma de tanqueta, cual si de un barranco o enorme acequia se tratara, obligando a los otros a maniobrar con peligro de huida hacia los lados y frenadas brscas. Y, ante tamaño desaguisado, caben varias acciones o posturas: quitar eso, antes que sea peor el remedio que la enfermedad; hacer pasar cada día dos veces al que mandó a ponerlas, a ver si él aguanta una semana; que habría que negarse a saltar esa barrera u obstáculo, y bajándose los conductores y cuales indignados, sentados a las orillas de las las mismas, esperar se las quiten; cabe también -como mal menor- que las dejen, pero en ese caso, que diez metros antes y diez metros después, hagan una rampa de subida y otra de bajada y atenuar así el golpe y susto y otros males, y no de ramplón, donde el golpe es -siempre, al 100 %- de padre y señor mío; elevar una denuncia -otra- a instancias superiores nacionales o comunitarias a ver si hay derecho a este castigo, al sufrido conductor que después de las carreteras de miserias que tenemos tengamos que llevarnos esos sustos de muerte, exigir a quien corresponda, la reparación en la salud de los afectados, como el deterioro de los coches rotos por el impacto; cabe también, exigir que se rían de sus madres, pero no más de este sufrido y machacado pueblo tabaibero, que si ya somos aplatanados, nos quieren ralentizados, y como si pisáramos huevos, o mejor parados; que cualquiera de los medios de comunicación social que tenemos se aposte 5 o 10 minutos junto a uno de esos muros o montículos de alquitrán en media de las carreteras atravesándolas de lado a lado, y sea testigo, grabando o fotografiando, los rostros desencajados y los gritos de los desafortunados que pasan, sin esperar dicho golpetazo; que aún sabiendo está ese estorbo en la carretera u obstáculo a saltar, cuente y nos digan cuántos se quedan en casa y no salen con su coche por miedo a dichos surcos que le parte a uno la digestión y otras peores consecuencias, y a otros niveles; y se quedan en casa, con tal de no tropezar y evitar ese tropezón de tan mal gusto, que afecta gravemente al comercio y a la distracción, prefiriendo quedarse en casa y no salir, antes que correr el riesgo de un accidente grave y hasta mortal, ya que se trata de una verdadera y auténtica trampa, para con unos pobres inocentes, toda la vida al volante, y ahora con ese castigo o maldición; que los hay que con tal de suavizar el golpetazo, frenan tan bruscamente al percatarse del peligro, que frenando bruscamente, se hacen merecedores de que el que le sigue detrás, le dé tan fuertemente por donde la espalda pierde su nombre, que le deja el coche hecho una pura mierda, y pál chapista y grúa; que lo que que está mal, está mal, y como es de sabio rectificar, sin soberbia y con humildad, el que los hizo que venga y los quite o mande a quitarlos; que otra medida puede ser, que mientras este mal continúe, y mientras siga, que nadie salga de su casa, y se pare toda actividad, de cualquier índole, porque lo que no procede es que todo el mundo tenga que pasar por el aro, y brincar sobre dicho surco, que se pare la isla, hasta que los desaparezcan; que el que no haya sufrido aún el impacto brutal como efecto de saltar ese pirineo en las carreteras tabaiberas, de forma asesina y criminal, que pruebe, y luego vea, si tengo o no razón, y más que un santo, que abusan de la bondad de este pueblo, que cansado de atropellos, ya, ni protesta y traga cuanto le echen; y ya está bien, de autoritarismo, de machacar a un pueblo, que tiene derecho, como todo el mundo, a transitar sin sobresalto, por las carreteras, sin esos sustos mayúsculos, que son criminales y asesinos, pues si de por medio hay abortos e infartos, pues es cosa que algunos sufren a diario, que a otros desnuca y siempre te quedas mas que frío, del batacazo que te pegas, sin venir a cuento, y sin ton ni son.
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