Los guanches, o descendientes de los canarii -son o es lo mismo- se lo pasaban muy bien, eran gente muy feliz, pues se divertían y pasaban el tiempo, después de sus trabajos, con juegos, cánticos, bailes, danzas, luchas, saltos, concursos, etc. Gaspar Sans, sacerdote él, escribió para guitarra la mejor partitura que jamás se haya escrito mejor para dicho instrumento musical, inspirándose en las danzas de los esclavos guanches, en el siglo XVI en Nápoles; también en 1350, causaron admiración en el imperio germano con motivo de una boda real..., y en Europa, se bailaba al uso canario..., en distintas cortes.
Acostumbrados a trepar por riscos y paredes que parecen imposible, eran de gran flexibilidad y de condición física atlética, y se daban a la lucha como juego y arte, midiendo sus fuerzas, equilibrio, agilidad, etc. Lo que más y mejor hacían era esquivar piedras, y en ello instruían a los pequeños, y los preparaban para el valor. Eran pues, muy hábiles y diestros, hasta tal punto, que donde ponían la vista (el ojo) allí iba la piedra que dardo mayor no había. Se cuenta, cogían con la mano las flechas que les disparaban los incursionados.
Desgraciadamente, han deformado el salto de los guanches, como “salto vertical del pastor”, que desciende agarrado a un palo, cuando lo que hacían era casi volar a la velocidad del viento, usando la vara cual pértiga, que bien no tocaba el suelo, para ya ir por delante de ella, y así impulsándose -me dijo mi padre- en cinco minutos atravesaban la isla, y cabra no había que se les ecghara por delante, sin atraparla cuando y donde quisieran. En el trepar y escalar, nada envidiaban a los lagartos, teniendo sus casas-cuevas, materialmente colgadas de los riscos, a las que entraban y salían con gran facilidad, a pesar de sernos al presente imposible (ver las cuevas colgadas de Gonzalo, cerca de Soria), usando los saltos de pértiga ya dichos.
También ha sido deformada la lucha canaria, a la que mi padre, de niño, ya me pegaba a mis hermanos (era de Arteara, de donde la necrópolis), y el reglamento, era muy otro. Y, en la pugna por ser el mejor, no faltaron los que se desriscaban creyendo su contrincante no le imitaba, cosa que hacían, que aunque no frecuente en la lucha, sí lo hacían e hicieron muchos, antes que entregarse a gentes venidas de fuera, prefiriendo -como ya queda dicho- morir a perder la libertad.
Estamos, pues, ante un pueblo desconocido, y nunca otro igual en la Historia, seguiremos viendo sus cualidades, pero ya en otro orden (virtudes)...
El Padre Báez, que les acompaña en este viaje a nuestros ancestros, para conocer nuestras raíces e identidad.
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