En sus costumbres eran tan puros, que nada en este sentido les aportaba el nuevo catolicismo, pues, conservaban la esencia del viejo y mismo credo. Y así la virginidad era un valor primero, y es que en justicia y religiosidad ningún pueblo les ha ganado todavía. ¡Qué grande era el respeto entre la desigualdad de sexos! Hasta hace poco -heredado- una mujer, nunca hablaba a solas con un varón, a no ser a riesgo de ser difamada por ello. Recuérdese a este respecto, la labor de las harimaguadas con las chicas, y ellas mismas. Cómo, los abusos deshonestos eran castigados con gran severidad; y tenían por sagrado -como lo es- el matrimonio, y cómo se preparaban para el mismo. El adulterio -de parte y parte- era castigado con la muerte; razón por la que la fidelidad era una virtud primordial, manteniendo lo revelado desde que lo predicaran, esta santa doctrina. Sabido es, que los conquistadores, no respetaban a las mujeres en su decencia, y al margen de buscarlas para su venta como esclavas, eran violadas; éstas, preferían saltar al precipicio y perder la vida, antes que perder su condición de dignas; y así son muchos los lugares que la Historia nos señala como saltos de las mujeres (en Tejeda, en Amurga, en Agaete, etc.).
En cuanto a la caridad, se adelantaron a órdenes o congragaciones religiosas, y la guanche y virgen Inés Chimida, inició su obra hospitalaria en Telde, que duraría siglos después de su fallecimiento.
Apropiarse de lo ajeno, era casi imposible, dado el temor y amor a la justicia, donde el robar, casi no existía, y ello al margen de la pena que eso conllevaba, y de no ser el hurto de una cabra, ¿qué otra cosa podían robar?; y aún el el caso citado, tenían una muy compleja casuística judicial. En ello, aparece claramente reminiscencias del Antiguo Testamento, con lo que son deficitarios de la religión judeo-cristiana, que está muy presente en sus vidas (lo dicho, en apretado resumen, pone muy por delante a los guanches, ante una modernidad asilvestrada y salvaje).
Aquellos hijos, tenían en sus padres a los mejores profesores, pues les enseñaban a trabajar, a defenderse, temiendo lo malo, admirando lo bueno. Tan perfectos en todo, que asombra al presente, que los que fueron tenidos por salvajes, eran modelos en la virtud. No en vano tenían a las verdaderas formadoras del carácter en las ya citadas harimaguadas, mujeres santas que consagradas a Acorán, no se olvidaban de la sociedad en la que vivían y servían cuales religiosas del presente. Un pueblo -el guanche-, que contó, como ninguno con Dios, y de ahí la gran espiritualidad heredada y mantenida, y la fe en el que lo sostienen todo -decían-.
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