Regalos tabaiberos...
“... los plantaste...
y crecieron...”
(del salmo 43). / “... trasplantaste... preparaste el terreno, y
echó raíces...” (del salmo 79)./ “...
te alimentaría... te saciaría...”
(del salmo 80)./ “... plantad huertos, y comed sus frutos...
buscad la prosperidad del país...” (del libro del profeta Jeremías 29,
1-14).
... los que hace el cabildo del Gran Tabaibal, que tiene
según me cuentan en Tafira Baja -por donde el antiguo seminario diocesano-, un
vivero o algo afín, donde regalan plantas, y he aquí que el papá con su hijo,
muchachote el chico, van a por el regalo cabildicio, y ante la oferta gratis del
ente, el sensato padre, no duda en elegir entre los árboles frutales y ya no sé
si pidió un castañero y un nogal -o lo que fuera, en número y en variedad-, que
al solicitar más de la cuenta le dijeron que los pedirían y que volviera, y bla,
bla, bla...,
que no viene a cuento, que lo que les quiero de verdad contar, es
lo que viene ahora, que también el muchachote, -¡angelito mío!-, también en la
carta de oferta tan variada, va y se decide por un pino y un viñátigo (un
servidor, les jura por lo más sagrado, que mí, no conocer lo que es un viñátigo [ni
falta que me hace, por la leche que da, según tengo entendido]), pues al
grano. Esto, merece una reflexión o consideración: con la que está cayendo -y
aunque nada cayera-, es el caso, que un hombre, hecho y derecho, elija árboles
frutales, que dan comida, como que es lo más normal y cuerdo, pero que el
heredero y descendiente, ya maleado por la formación escolar recibida, haga
defensa y discuta con su progenitor, sobre las ventajas y el por qué ecológico
de su extraño y raro modo de proceder o
actuar, no creo el padre le dijera, pero hijo: ¿no ves el pino desgracia la
tierra donde lo plantes?, y en cuanto al almácigo, ¿eso qué coño es?, ¿qué fruta
da, si es que da alguna fruta? Pues yo, como (me alimento) de los que planto,
mientras que tú, si tuvieras que vivir de lo que te den tus dos arbolitos del
diablo, ¿qué comerías?, ¿acaso pinocha? Pues, mis amigos, éstas tenemos. Un
cabildo verde, que regala árboles para forestar, pero no de comida, sino de
miseria y más hambre; y en lugar de enseñar a una pobre y desnortada juventud
perdida, que los árboles que no dan fruto -como dice Jesús en el Evangelio-, hay
que arrancarlos, y plantar un frutal en su puesto, ¡pues como que no señor!,
aquí, regalamos basura, para que esta juventud desorientada, siga perdiendo esta
isla más que perdida, porque si con las tabaibas teníamos poco, ahora te regalan
viñátigos y pinos, ¡pinos y viñátigos les daba yo a ellos, por las costillas y
para que coman -exclusivamente- de sus frutos.
El Padre Báez.
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142. Si todo está relacionado, también la salud de las
instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad
de vida humana: «Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce
daños ambientales»[116]. En ese sentido, la ecología social es necesariamente
institucional, y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van desde
el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y la
nación, hasta la vida internacional. Dentro de cada uno de los niveles sociales
y entre ellos, se desarrollan las instituciones que regulan las relaciones
humanas. Todo lo que las dañe entraña
efectos nocivos, como la perdida de la libertad, la injusticia y la violencia.
Varios países se rigen con un nivel institucional precario, a costa del
sufrimiento de las poblaciones y en beneficio de quienes se lucran con ese
estado de cosas. Tanto en la administración del Estado, como en las distintas
expresiones de la sociedad civil, o en las relaciones de los habitantes entre
sí, se registran con excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes.
Estas pueden ser dictadas en forma correcta, pero suelen quedar como letra
muerta. ¿Puede esperarse entonces que
la legislación y las normas relacionadas con el medio ambiente sean realmente
eficaces? Sabemos, por ejemplo, que países poseedores de una legislación
clara para la protección de bosques siguen siendo testigos mudos de la frecuente
violación de estas leyes. Además, lo que sucede en una región ejerce, directa o
indirectamente, influencias en las demás regiones. Así, por ejemplo, el consumo
de narcóticos en las sociedades opulentas provoca una constante y creciente
demanda de productos originados en regiones empobrecidas, donde se corrompen
conductas, se destruyen vidas y se termina degradando el
ambiente.
II. Ecología
cultural
143. Junto con el patrimonio
natural, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural, igualmente
amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una base para construir
una ciudad habitable. No se trata de destruir y de crear nuevas ciudades
supuestamente más ecológicas, donde no siempre se vuelve deseable vivir. Hace falta incorporar la historia, la
cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original.
Por eso, la ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de
la humanidad en su sentido más amplio. De manera más directa, reclama prestar
atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones relacionadas
con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje científico-técnico con el
lenguaje popular. Es la cultura
no sólo en el sentido de los monumentos del pasado, sino especialmente en su
sentido vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse a la hora de
repensar la relación del ser humano con el ambiente. (del papa Francisco en
su encíclica LAUDATO
SI).
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Un muy buen regalo, el que
me hace el amigo abogado Don Juan Francisco Ramírez; lean, lean y vean, si le
falta razón:
Estimado Padre Báez; tras la
lectura de su enésimo correo electrónico en defensa del agro canario y su gente;
me quiero referir, a un concreta TV local, en la que nos mostraba, a través de
uno de sus programas, la manera de la elaboración en Canarias de un producto
bebible de cebada fermentada, conocido desde tiempos remotos. En dicho espacio
televisado, se decía que dos de los principales ingredientes, utilizados en la
elaboración del bebible, eran traídos allende los mares; uno (malta- cebada) de
la España continental (un cereal que ya nuestros ancestros conocían y
cultivaban), y el otro (lúpulo) de la República Checa. Tras quedar enterado de
lo que allí se explicaba, no pude por menos que acordarme de sus propuestas en
pro del agro canario; no entendí por qué, no era posible cultivar ambos
productos en nuestra tierra Canaria; ello, generaría un montón de puestos de
trabajo estable y de calidad, al mismo tiempo contribuiría a desarrollar la
economía de estas ínsulas. Pero entonces ¡albricias!, descubrí que estaba
soñando, despertando a la obstinada realidad que tenemos; es decir, vivimos de
la ilusión de creernos que tenemos más, cuando la realidad es bien tozuda y nos
muestra en toda su crudeza, que, caso de tener algo, tan sólo será producto de
la imaginación; ¡ah! olvidaba, sí que tenemos: carnavales, romerías (ronerías),
festejos populacheros de toda índole y condición, alto fracaso escolar, familias
desestructuradas, estulticia, paro, miseria y, cómo iba a omitir el deporte por
excelencia, el esférico, lo más de lo más, despertador de enfervorecidas
pasiones de la más variada índole.
Ante tamaña realidad, quizá
mejor seguir soñando cual Quijote que, algún día, algo podrá cambiar en las
ínsulas de Barataria. Salud.
Muchas gracias, Don Juan
Francisco Ramírez, muy de
corazón:
El Padre Báez, que lo
admira, quiere y respeta.
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