Desaparición
de pastores en el Tabaibal...
“... los campos
no dan cosechas... se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el
establo...” (del cántico de Habacub 3, 2-4. 13a. 16-19)./ “... plantarás... en los montes... y los que
plantan cosecharán...” (del libro del profeta Jeremías 30, 18-31,
9).
... son pocos los que quedan y menos que van a quedar, y
es que en lugar de premiarles y ayudarles, les multan y les dan palos de muerte,
y para que lo vean claro, basta con un par de ejemplos, de la acción policial
contra ellos cual si miembros del estado islámico fueran, o de grupos a
extinguir fueran estos pobrecitos, sin días de fiestas y alejados de toda
actividad social que se precie, al tener que ordeñar cada día y cada día darles
comer a sus ovejas, o cabras, y algunos como complemento a las gallinas, los
cerdos (marranos o cochinos),
sin que les falte a todos las temidas ratas o
roedores, que son como un cáncer, que les agujerean sacos, se les comen los
piensos, y hasta les hacen frente sin huir de amos y gatos, pues que les cuento:
como ustedes saben, mis amigos, o sabrán, el ganado ha de estar tabulado, o
matriculado, dícese tener zarcillos, placa amarilla de plástico, cuando no la
bola que los identifica en la panza y que a muchas reses, les ha costado la
vida, y es el caso, que adornadas ambas orejas de los pobres animalitos, sin
defensa de los amigos de los animales, andan todos con los adornos dichos en sus
orejas, y como cosa natural y propia del roce de estos animales con la maleza,
en su trajín de ir y venir, enredados en zarzas y otras basuras, es fácil que
pierdan -como sucede con los humanos- algunos de esos artilugios plásticos o
metálicos, medallones o lo que sea que trincado en sus ya dichas orejas, van y
se les pierden, caen, o estropean, en sus enredos, peleas, o por el simple uso y
mal colocación, y que andan al acecho los multadores o multantes, sancionadores,
inspectores o como les quieran llamar ustedes, para sacarles los cuartos al
pobre y mísero pastor, al que les prohíben sus ganados se coman la hierba o
pasto (que prefieren se lo coma el fuego o se pudra en el invierno, antes que lo
pruebe el ganado); y, ¡va la segunda (y por no cansarles la tercera, la cuarta,
la quinta, etc.)!, y así hasta casi el infinito, que les amargan la vida y andan
al acecho a ver dónde echan o ponen el estiércol -que hay que retirar del
corral, al limpiarlo-, para caerles encima con nueva y otra más de las saladas
multas, porque el estiércol -¡perfume para un servidor!- da mal olor, y hay que
tenerlo oculto, bajo techo, encerrado entre paredes, y oculto a olfatos y vistas
o miradas, con lo cual la estercolera de toda la vida y de siempre, ya no es
posible, y ¿qué hacer con el estiércol?, porque al no haber agricultura pues
como que no, que se amontona, y hasta lo dan regalado con tal de que se lo
quiten a los pobres pastores de encima o de al lado, llegando incluso los
pastores a pagar porque se lleven o quiten el estiércol, porque “salud para la tierra” (el estiércol), y “oro” para Pepito Guedes, que en paz
descansa, el estiércol, si lo dejas sobre la tierra, a la que fecunda y
fertiliza, y enriquece cual abono especialísimo que es y el mejor que pueda
haber o haya, te multan. ¡Sí señor!, estos son palos de muerte al pastor, objeto
de observación, de revista, de visitas,
de inspección, de sanción, de castigo, de multa, etc., todo ello, en lugar de
premio y promoción, castigo, por ejercer la profesión más antigua y primera que
existe, pues pastores fueron Adán y sus hijos, Abraham y sus hijos, Moisés y su
hermano, es decir: patriarcas, profetas, sacerdotes, el papa, los obispos, los
sacerdotes, etc..., y a lo que cuidan del ganado, no ganan para multas, y los
pocos que quedan, aburridos, lo dejan porque no ganan para pagar esas
descomunales multas, porque una cabra perdió el zarcillo, o porque el estiércol,
no se lo come el pastor en lugar de darlo junto al corral en la tierra y al aire
del campo, casi siempre por barrancos -como Manolo el del Barranco de Silva
(Telde)-, lugares sin tránsito, y en lo suyo; pues, ¡no te
digo!
El Padre Báez.
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144. La visión
consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía
globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa
variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad. Por eso, pretender resolver todas las
dificultades a través de normativas uniformes o de intervenciones técnicas lleva
a desatender la complejidad de las problemáticas locales, que requieren la
intervención activa de los habitantes. Los nuevos procesos que se van gestando
no siempre pueden ser incorporados en esquemas establecidos desde afuera, sino
que deben partir de la misma cultura local. Así como la vida y el mundo son
dinámicos, el cuidado del mundo debe ser flexible y dinámico. Las soluciones
meramente técnicas corren el riesgo de atender a síntomas que no responden a las
problemáticas más profundas. Hace falta
incorporar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así
entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro
de un contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de los actores
sociales locales desde su propia cultura. Ni siquiera la noción de
calidad de vida puede imponerse, sino que debe entenderse dentro del mundo de
símbolos y hábitos propios de cada grupo
humano.
145. Muchas formas altamente concentradas de
explotación y degradación del medio ambiente no sólo pueden acabar con los
recursos de subsistencia locales, sino también con capacidades sociales que han
permitido un modo de vida que durante mucho tiempo ha otorgado identidad
cultural y un sentido de la existencia y de la convivencia. La desaparición
de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie
animal o vegetal. La
imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede
ser tan dañina como la alteración de los
ecosistemas.
(del papa Francisco, en su
encíclica LAUDATO
SI).
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