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Invernaderos, en otros tiempos fecundos y productivos; hoy, son esqueletos: tubos oxidados y plásticos rotos al viento con jirones, dando la impresión de ruina de abandono, de desolación...
En muchos, los plásticos ya han desaparecido; en otros, ya solo los tubos, y en donde antes tomateros y otras hortalizas; ahora, toda clase de hierbas malas.
Imagen dantesca y de desolación; imagen de pobreza y tercermundismo; imagen deprimente y de hambre, de paro y miseria. Imagen y retrato, de una política contra la agricultura; retrato de unos políticos, que nos hacen comer de lo que otros cultivan, a la par que nosotros: “dedicados” a un turismo que no viene, y los esperamos, para “trabajar”.
Y ni siquiera en quitar esa imagen de ex-invernaderos, para limpiar nuestros invernaderos, nos dan trabajo, donde campea los hediondos y la margaritas silvestres, las de: “¡sí quiero!”, “¡no quiero!”...
Y cierto, no nos quieren, cuando se desprecia el mejor sol y la mejor tierra –¡y agua tenemos de sobra!-, para hacernos comer, lo que ni vio el sol, y la tierra no sabemos cómo, ni de qué estará envenenada, y que registramos en nuestra salud y economía.
Economía, la de ellos –los políticos-, que viven de la aduana portuaria...
El Padre Báez, que ve los invernaderos: vacíos, rotos, abandonados, desaparecidos...
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