Según parece el fruto de la higuera, fue uno de los más consumidos por los guanches; es y se trata del árbol que da tres frutos al año (las brevas, los higos y los higos pasados); se dice de ella, que tiene el fruto más dulce que existe; por las cumbres y barrancos, en llanuras y en los patios de las casas, las encuentran. Me han dicho, que -gente que aún viven y las recuerdan-, que allá en La Isleta, las habían en gran abundancia, por donde ahora los militares y entorno, con muchas vacas y otros animales. Es el caso -aunque no de higueras- sino de plataneras y otros árboles, lo que es hoy el polígono de San Cristóbal, por San José y demás que hasta hace cuarenta –más o menos años-, habían tal cantidad de plataneras –animales y otros frutales- que al estar el cementerio de Las Palmas de Gran Tabaibal, entre las plataneras y bien afuera de la portada, cuando alguien moría, nació el dicho: “¡otro p´las plataneras!”, pero de ahí a que, en el centro de Vegueta, el lugar de la más pura nobleza, y antigüedad, que usted, vaya por la calle y en el patio de la casa haya una higuera, es como trasladar al corazón de la ciudad, ese fruto y árbol, que es -sin duda- el rey de los mismos. Pues, que no diré calle ni número, no sea que vayan a perturbar al dueño de dicha casa (la de un gran amigo), cuyo dueño, como que quiere tener lo mejor del campo, frente a su ventana, y la acera, ese bendito árbol, que seguro le evocará sus salidas y procedencia del campo.
No se, pero me parece de alguna manera, la “humanización” de la vida del asfalto y los coches, que en lugar tan histórico, se encuentre un detalle, que nos recuerda lo que esta isla fue en otro tiempo, a la par, que piensas: si quieres higos, que te los traigan del mundo desértico y árabe, y a saber en qué condiciones envasados y resecos, sin sabor, de otro mundo; cuando los nuestros, son auténticas golosinas o exquisiteces. Me alegra saber y ver, hay un resquicio, y de memoria, y no se acaba de enterrar del todo nuestro tesoro, que es la fruta de lo que fue en otro tiempo un paraíso, y que los políticos cabildicios han convertido en un secarral, lleno de pinos, cuyo fruto nadie se lo come sino que cuales granadas de mano, saltan con el fuego, multiplicándolo, en lugar de tener todo este vergel –que canta el pasodoble “Canarias”- lleno de frutas, que despreciando la soleada y rica tierra nuestra, la cambian por la sombría, insulsa y desnaturalizada del mundo entero, despreciando la nuestra, que son manjares exquisitos.
Vaya mi felicitación al buen gusto de mi amigo, que no tuvo reparo, poner en el patio de su casa -que da a la calle- una higuera; higuera, a la que le falta tierra, sol, abono, aire puro, y le sobra otras plantas de jardín que le quita sabia y espacio, pero allí está ella, adelantándose con su humildad (el único árbol que echa fruta, sin flor [no faltan quienes dicen, la flor de la higuera es el higo], y luchando por permanecer, allí está, casi escondida, pero está. Todo depende se tenga ojos curiosos, para detectarla. Hoy -por ayer- la vi, con las hojas nuevas de esta primavera. Me alegré por ella; por su dueño, por la ciudad, por la naturaleza, por este regalo que nos hizo el buen Dios, y que los políticos, han desechado, para sustituirla por acebuches, pinos, aceviños, y otros tantos matos estériles, cuando con pan y gofio, es un almuerzo, que a muchos crió, en épocas de hambruna, robustos y fuertes, pues tiene las mejores vitaminas, y es de lo más digestivo.
En arqueología, apareció un grano o semilla de un higo, en el diente picado de un guanche, testigo claro de lo que dije al comienzo. Lástima, que en nuestros dientes sanos, y cepillados, no se roce por los higos las comidas. Recuerdo ahora, a aquel niño de 10 años, que asombrado miraba y preguntaba si eso se comía, al verlo hacer a una hermana mía, que le dio uno a probar, y como con asco, lo comió, y no quiso repetir, acostumbrado a la bollería de turno y moda (esta historia sucedió en el campo). Pues, ¡signos de los tiempos! Pues tiempo hubo, y creo que se acercan, en el que no los dejaban madurar, y ello a pesar de la leche y ronchas cuando no están en su punto. Pues hoy, mi canto va a la humilde -por eso tan fructífera- higuera, pero en especial, a la higuera de Vegueta.
El Padre Báez, que recuerda cómo enyesado un pie, por una caída entres surcos, subido con la escayola a una higuera me caí de ella, en picado, y en redondo por la rodilla, a los cuatro días de puesto, se me rompió la misma -tenía unos doce años-. Es decir, historias con higueras como protagonistas; y hay más, pero...
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