Aunque parezca mentiras, es tan cierto, como Dios que está en los cielos: que anda por ahí, un rebaño de cabras, muy peculiar, porque tampoco a estas hay que ordeñarlas, porque son 80 cabras de madera, hechas o confeccionadas con tablas de los pales -¡reciclaje llaman a esto, y hasta arte!- Y sí, ya es viejo; de hace por lo menos cuarenta o cincuenta años, que en EE.UU, en sus calles habían árboles de plástico, también los vimos por aquí, a las entradas de grandes edificios, pero lo que no habíamos visto son cabras de madera, aunque sí de bronce, cemento, plástico, alambres, etc. Y, la verdad, que dan pena, porque leche, por más que se las ordeñen, ni un gota; pero tampoco comen, ni se mueven..., pero están.
Y es el caso, que con las vacas, pasa otro tanto: si va usted al sur las verá a la margen derecha, en más de un sitio, y hasta en San Mateo, a la entrada –si sube usted desde Las Palmas (no hace falta decir de Gran Canaria, porque nos referimos a la única que hay, y no a la provincia, sino a la capital), que digo, subiendo a la Cumbre, a la entrada de mi pueblo (San Mateo), a la izquierda, y antes de la gasolinera (dícese “estación de servicio”, ¡vaya cursilería!), que allí podrá verla, y hasta con el becerr@ de cría (choto en espakistaní)...
Pues que a esto hemos llegado: a cabras de madera, y a vacas de plástico (u otro material), y claro, antes fueron los perros bardinos; y es que cuando los que comen, balan, mugen, retozan, saltan, etc., y están vivos, según salieron de las manos del creador, y que sea suplida nuestra ganadería por estos animales obras de las manos de los hombres, como que no, porque ni siquiera se les puede aplicar el dicho o refrán: “a falta de pan, buenas son tortas”. Porque para animales-animales, los de siempre, los de verdad, pero no estos engañabobos, que creen que la ganadería se suple con animales que no dan leche, ni tienen vida, cuando en Países ricos, lo que se crían y ven, son los animales de lana, como es el caso de la foto que hace tres días recibo de Holanda –no diré quién me la manda- donde se puede apreciar bien cerca de la carretera, y casi debajo de los letreros que avisan de lugares, por donde se ve un tráfico bastante fluido, es a un rebaño de ovejas, y no son ni de plástico, ni mucho menos de madera, y al fondo hasta grandes edificios. Aquí, da usted a vuelta a la isal, y no ve ni una oveja o cabra suelta, y si sí a riesgo de multa, por comer algo protegido (la hierba).
Bajo es, el sentido de dignidad, y alto el sentido del ridículo, que los que vengan del extranjero, no vean vacas-vacas, ni cabras-cabras, sino cabras de madera y vacas de plástico, Yo –con perdón- las de madera si son arte y demás, no las quemaría, tampoco a las de plástico (las vacas), pero sí que las quitaría de las orillas de la carretera, porque son un avergüenza, son una afrenta, son un insulto. Porque si quitaron el toro de Osborne, que estaba en todas las carreras españolas, en sus curvas y lomas, ¿por qué no quitar estas vacas, que confunden al personal, y creen que tenemos una boyante ganadería, cuando no se ve ni un solo buey en la isla? Hace de esto cerca de 20 años, que pregunté a un señor de Artenara, cuántas vacas habrían en el pueblo, y me contestó: cuando yo joven, unas trescientas; ahora –entonces- no quedan ni tres.
Con razón, se hacía eco el otro día uno de nuestros periódicos, del susto que se llevó un niño, cuando vio una cabra de verdad, y gritó asombrado a su madre: “¡mamá, mamá, mira: una cabra!” Angelito de Dios, que nunca antes había visto a la que llaman “la vaca del pobre”, pues premiada fue una sasjoná, que dio 7 litros de leche, con lo que se pudiera alimentar una familia de doce miembros y sobraba hasta para hacer queso, y nadie dirá que no será por falta de hierba, pues qué bien me lo dijo el taxista aquel, que me llevó al aeropuerto, cuando fui a televisión, a Madrid, que me dijo era del campo él, y que de niño, oía: “¡no hay hierba para tanto animal!”, pero que ahora, “¡no hay animal, para tanta hierba!” Y es que ni las cabras de madera, ni las vacas de plástico se la comen. ¡Dios quiera, no se la coma el fuego del calor del verano, porque si al menos las vacas fueran de carne, y las cabras de carne también, hasta nos libraban de los temidos incendios de verano, al comerse ellas antes, lo que después se come el fuego...
En fin, más cosas les tenía que decir al respecto, pero no quiero cansarles, y además, pongan ustedes la continuación o final; a mí –la verdad-, me dan ganas de llorar, y por eso no sigo.
El Padre Báez, que desea suplan las cabras de madera y las vacas de plástico, por cabras y vacas de verdad, y las suelten, y las veamos estercolar el terreno, y embellecer el paisaje (sacarnos del paro, del hambre, de la miseria, etc.).
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