Sabido es que cada uno –y según necesidad o placer- viajan por el mundo, y hasta quienes hacen viajes a su interior. Un servidor, les propone hoy abran las puertas a la arqueología y viajen por ella, entren en ella. Tenemos –sin salir de la isla- mil sitios que visitar, yacimientos por doquier. Pocas personas en el mundo, tienen esta oportunidad: tener tanto que ver, al aire libre, poder pasar un buen día o parte de él, viajando al pasado.
Creo, es un deber, saber de nuestras raíces, y para ello hay que acercarse a lugares donde las páginas de la Historia se escribieron con piedras o en piedras. Yacimientos, que desperdigados por toda la geografía insular –y archipielágica-, nos enseñan lo esencial de nuestra identidad. Y así, uno que se prodiga por esos campos de Acorán (Dios), ve con pena, el mínimo volumen de “visitantes” a lugares que debemos conocer todos.
Por otra parte, contamos con el buen tiempo, que es un factor añadido. Y cada uno, debe conocer de sí, más que los propios extraños; que en esto son muchos los que se nos adelantan. Se pueden aprovechar los Domingos, puentes y festivos para una actividad cultural y al mismo tiempo lúdica, que redundará en el conocimiento de nuestra mayor riqueza.
Estoy seguro y más que convencido, que el que se inicie en estas “exploraciones”, van a quedar enganchados y van a repetir; y mucho mejor, si en ello iniciamos a los más pequeños y jóvenes de la familia, para que continúen en una labor, meritoria como pocas. Por descontado sobran los aviso de “ver y no tocar”, y si algo se descubriera: conchas, cerámicas, material lítico (piedras), huesos, etc., nada se debe ni tocar, y dejar todo donde está, y no dejar huella de nuestro paso por el lugar (yacimientos). Que hablando de huellas, nos bastan y sobran, con las de los guanches, ahí mantenidas.
En el recorrido de ida y vuelta, seguro serán otras las manifestaciones que complementen y enriquezcan más aún lo visitado, como cuevas, torretas, tagoros, sepulcros, etc. En definitivas, como si fuera una excursión. A un servidor le pasa o sucede, repetir una y otra vez, y más ir al mismo yacimiento, descubriendo en las repetidas visitas, nuevos aspectos, y aunque no, es como llenarme de ese espíritu que allí flota.
¡Cuántos, los que aún viviendo cerca de un yacimiento, nunca lo han visitado, ni han tratado de descubrir el tesoro que tienen al lado de sus casas, o para decirlo de forma más coloquial, frente a sus propias narices! Es muy posible, se sorprenda encontrar o ver planchas de hierro en algunos de los yacimientos, en cuyo caso, les diré que tampoco un servidor ha salido del propio asombro al ver la cabezonería de los que en lugar de quitarlas, sin razón, las siguen poniendo. ¡Ojalá y como consecuencia del incremento de visitantes a los mismos, aumente también el grito en contra de esa práctica que afea y daña al yacimiento, manchándolo de herrumbre imborrable. Los yacimientos deben permanecer tal y como los dejaron los guanches, sin aditamentos impuros.
Es muy posible, que durante la visita, se tropiece con algún extranjero, que viéndonos o viéndoles, se sumen a curiosear, y hasta podemos entablar alguna explicación y hacerles de cicerone o guía, aún con deficiencias, pero ¡menos es nada! Los he visto llegar, y sin comprender nada, dar media vuelta. Ello, a falta de expertos, que lo hagan (perdiéndose en esto puestos de trabajo y una fuente de ingreso).
El Padre Báez, que les desea empleen algún tiempo a lo nuestro; es el mejor dedicado a algo; y como crea adición, tengan cuidado, y háganlo con dosis (y siempre respetando al máximo el espacio visitado, y no dejar ni rastro de nuestro paso).
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