La isla está llena de
carrancios...
... que sales al campo, por poco que sea, y por falta de
ganado, que es donde ellos viven, se nos pegan a la ropa, y se pasean por
nuestros cuerpos. Y de todo, menos beneficiosos.
Si tuviéramos una cabra (a ver
si el cabildo en lugar de matarlas, nos las dan), si hubiera ganados, saltarían
a ellos, su hábitat natural, y no entre humanos a los que pueden producir
accidentes graves. Es esta, una más de las consecuencias de no tener rebaños,
cabras y ovejas en nuestro entorno más cercano, razón por la que sugiero, que
tengan su cabra, que se la pida al cabildo, que a lo mejor se conmueve y se las
dan en lugar de matarlas, y así limpiarán sus cuerpos y ropas de esos tan
desagradables insectos o arácnidos -me corrijan los biólogos o naturalistas-,
que aplastados, por chatos, les cuestan morir, y son ya una plaga, que van a
más, precisamente en la proporción inversa del número de cabras, de tal forma y
manera, que con cabras en nuestras vidas, hasta de eso nos libraríamos, además
de darnos: compañía, leche, un baifo para comerlo según receta a su gusto,
estiércol, si matada o muerta su piel de adorno y recuerdo, queso, mantequilla,
etc. ¡Salve usted una cabra (pidámosla todos al cabildo, que no las maten, que
nos las den), como se salvan tortugas, y se las echan a la mar!; ¡salve usted
una cabra (y acójala, adóptela, téngala si el cabildo se la da), como se salvan
culebras, ratas blancas, loros, iguanas, y cuanto bicho raro haya en el mundo!,
salve a las que con nosotros entraron a la isla desde hace siglos; salve una
cabra y ella le salvará de tanto y tanto...
El Padre Báez, que le anima a poner en su vida a la que
le dará además (la cabra): alegría, ocupación, ejercicio físico, esperanza,
distracción, etc., etc.
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“... cuya boca
dice falsedades... cuya boca dice falsedades... nuestros rebaños a millares se
multipliquen en las praderas... y no haya alarma en nuestras
plazas...”
(salmo
143).
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