El lobo y los siete
baifitos...
... (Para entender bien
este viejo e infantil cuento, cambien la palabra “lobo”, por
“cabildo”):
Había una vez una cabra que
tenía siete baifitos. Un día necesitaba ir al bosque a buscar comida, de modo
que llamó a sus siete baifitos y les dijo: -Queridos hijos, voy a ir al bosque; tengan
cuidado con el lobo, porque si entrara en casa se los comería a todos y no
dejaría de ustedes ni un pelo. A veces el malvado se disfraza, pero podrán
reconocerlo por su voz ronca y por sus negras pezuñas. Los baifitos
dijeron: -Mamá, puedes irte tranquila, que nosotros
sabremos cuidarnos. Entonces la madre se despidió con un par de balidos
y, tranquila, emprendió el camino hacia el bosque. No había pasado mucho tiempo,
cuando alguien llamó a la puerta, diciendo: -Abran, mis hijos, que ha llegado mamá y ha
traído comida para todos ustedes. Pero los baifitos, al oír una voz tan
ronca, se dieron cuenta de que era el lobo y exclamaron: -No
abriremos, tú no eres nuestra madre; ella tiene la voz dulce y agradable y la
tuya es ronca. Tú eres el lobo. Entonces el lobo fue en busca de un
gallinero y se zampó un montón de huevos. Y así logró suavizar la voz. Luego
volvió otra vez a la casa de los baifitos y llamó a la puerta, diciendo: -Abran, mis hijos, que mamá ha llegado y ha
traído comida para todos ustedes. Pero el lobo había apoyado una de sus
negras pezuñas por debajo de la puerta, por lo cual los baifitos pudieron darse
cuenta de que no era la madre y exclamaron: -No
abriremos; nuestra madre no tiene las pezuñas tan negras como tú. Tú eres el
lobo. Entonces el lobo fue a un molino, y se metió en un saco de harina
y quedó con sus pezuñas blancas. Por tercera vez fue el lobo hasta la casa de
los baifitos, llamó a la puerta y dijo: -Abran, mis hijos, que mamá ha vuelto y ha
traído del bosque comida para todos ustedes. Los baifitos exclamaron:
-Primero enséñanos la pezuña, para
asegurarnos de que eres nuestra madre. Entonces el lobo enseñó su pezuña
por la ventana y, cuando los baifitos vieron que era blanca, creyeron que lo que
había dicho era cierto, y abrieron la puerta. Pero quien entró por ella fue el
lobo. Los baifitos se asustaron y corrieron a esconderse. Pero el lobo los fue
encontrando y no se anduvo con miramientos. Iba devorándolos uno tras otro. Pero
el pequeño, el que estaba escondido en la caja del reloj, consiguió escapar. Una
vez que el lobo hubo saciado su hambre, se alejó muy despacio hasta un prado
verde, se tendió debajo de un árbol y se quedó dormido. Muy poco después volvió
del bosque la cabra. Pero ¡ay!, ¡qué escena tan dramática apareció ante sus
ojos! La puerta de la casa estaba abierta de par en par; la mesa, las sillas y
los bancos, tirados por el suelo; las mantas y las almohadas, arrojadas de la
cama, y el fregadero hecho pedazos. Buscó a sus baifitos, pero no pudo
encontrarlos por ninguna parte. Los llamó a todos por sus nombres, pero nadie
respondió. Hasta que, al acercarse donde estaba el más pequeño, pudo oír su
melodiosa voz: -Mamaíta, estoy metido en la caja del
reloj. La madre lo sacó de allí, y el baifito le contó lo que había
sucedido, diciéndole que había visto todo desde su escondite y que, de milagro,
no fue encontrado por el lobo. La mamá cabra lloró desconsoladamente por sus
pobres hijos. Luego, muy angustiada, salió de la casa seguida por su baifito.
Cuando llegó al prado, encontró al lobo tumbado junto al árbol, roncando. Lo
miró atentamente, de pies a cabeza, y vio que en su abultado vientre, algo se
movía y pateaba. «¡Oh Dios mío! -pensó-, ¿será posible que
mis hijos vivan todavía, después de habérselos tragado en la cena?»
Entonces mandó al baifito que fuera a la casa a buscar unas tijeras, aguja e
hilo. Luego ella abrió la barriga al lobo y, nada más dar el primer corte, el
primer cabrito asomó la cabeza por la abertura y, a medida que seguía cortando,
fueron saliendo dando brincos los seis baifitos, que estaban vivos y no habían
sufrido ningún daño, pues el lobo, en su excesiva voracidad, se los había
tragado enteros. ¡Aquello sí que fue alegría! Los baifitos se abrazaron a su
madre y saltaron y brincaron. Pero la cabra dijo: -Ahora vayan a buscar unos buenos
pedruscos. Con ellos llenaremos la barriga de este maldito animal
mientras está dormido. Los siete baifitos trajeron a toda prisa las piedras que
pudieron y se las metieron en la barriga al lobo. Luego la mamá cabra cosió el
agujero con hilo y aguja, y lo hizo tan bien que el lobo no se dio cuenta de
nada, y ni siquiera se movió. Cuando el lobo se despertó, se levantó y se
dispuso a caminar, pero, como las piedras que tenía en la barriga le daban mucha
sed, se dirigió hacia un pozo para beber agua. Cuando echó a andar y empezó a
moverse, las piedras de su barriga chocaban unas contra otras haciendo mucho
ruido. Entonces el lobo exclamó: -¿Qué es lo que en mi barriga bulle y
rebulle? Seis cabritos creí haber comido, y en piedras se han
convertido. Al llegar al pozo se inclinó para beber, pero el peso de las
piedras lo arrastraron al fondo, ahogándose como un miserable. Cuando los siete
baifitos lo vieron, fueron hacia allá corriendo, mientras gritaban: -¡El
lobo ha muerto! ¡El lobo ha muerto! Y, llenos de alegría, bailaron con
su madre alrededor del pozo.
El Padre Báez, que invita
al lector de este cuento -ligeramente corregido- que saque las moralejas que
quiera, recordando que había que cambiar la palabra “lobo”, por la de “cabildo”.
Aparte de eso, un servidor, recuerda, que si las cabras y los baifos fueron
objeto de este cuento, es que se partía de la realidad, de lo que había, pero a
este paso, si el cabildo acaba con las cabras y los baifos, ¿se comprenderá por
los niños del futuro, este cuento?
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Sin comentario por mi parte
-porque sobra-, y mejor no lo sabe decir un servidor. Por supuesto, hago mío el
contenido de lo que sigue:
¡Buenas Padre Báez!: Esto es
lo que vamos a enviar los compañeros de Podemos de Agüimes, al consejo insular y
autonómico para sentar de urgencia a José Manuel Brito y paralice la matanza.
Salud y suerte.
Oscar.
SALUD Y
VIDA PARA LAS CABRAS
Desde mi
punto de vista el argumento más notable proviene de escuchar a la gente implicada que es lo
que he hecho desde hace semanas. La mayoría de cabreros, campesinos,
asociaciones del salto del palo, cazadores, ciudadanos de las urbes y
profesionales de todo tipo, piensan que es un error acabar con las cabras
guaniles, y la suma del sentido común de
tanta gente es lo que nos identifica como un partido
diferente.
El
principal argumento de los técnicos del Cabildo es que las cabras salvajes
acaban con las plantas endémicas, y eso no es cierto, a esas cabras no le gustan
especies vegetales como los balos, estas y otras especies han desaparecido en
amplias zonas por la acción del hombre y por el cambio climático que ha
producido la falta de agua en zonas como Güigüi. Cuando reforesten de endemismos
estas zonas tan remotas de la isla las plantas se van a secar enseguida porque
nadie va a ir desde el Cabildo a regarlas continuamente, máxime cuando sufrimos
unas olas de calor tremendas en los últimos tiempos. Se ha comprobado que muchos
endemismos de estas zonas que se han plantado protegidos con mallas se han
secado sin que las cabras las hayan tocado. Estas mallas de protección y las
apañadas serían la solución más adecuada.
Lo que
pretende hacer el Cabildo puede ser investigado en cualquier momento por la
fiscalía porque contraviene las leyes de protección animal españolas y la Declaración de los Derechos de los
Animales de la ONU. No se puede matar un animal salvaje sin alguna causa que lo
justifique y en este caso las causas no están fundamentadas
convenientemente.
La
repercusión mediática que está teniendo el asunto en nuestras islas y en los
países de origen de nuestros turistas nos puede pasar factura, no se puede
educar a nuestros jóvenes matando animales salvajes porque pueden imitar estos
comportamiento de mayores,
Las
cabras guaniles son parte de un patrimonio natural que tenemos que conservar los
canarios, con una genética peculiar que se perdería irremisiblemente si las matamos. Forman parte
del paisaje desde hace cientos de años y
no se pueden considerar una plaga destructiva ni mucho menos sino un
valor del que sentirnos orgullosos los que habitamos estas
islas.
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