jueves, 10 de marzo de 2011

CON UNA BRASILEÑA:

    
    Sucedió en el vuelo, de regreso a casa, desde Madrid, que allá, en el aeropuerto, ya en el avión, me toca en el centro de tres butacas, a mi izquierda un joven, y en esto, que llega una señora, pidiendo el paso, pasa adentrarse hasta el hueco libre, le dije si no le importaba –para no salir al pasillo- si me rodaba yo, hacia la ventanilla, y ella quedaba en mi sitio en el centro. Y sí, lo aceptó. Y todo fue comenzar a salir a despegar el avión, y sin pudor alguno, sin vergüenza, pero sin ostentación, como algo muy normal, saca de su bolso de mano, muy sencillo y corriente –no parecía una señora muy distinguida, como con la que sí hice el vuelo de ida- que humilde, coge su rosario, y después de hacer la señal de la cruz, la interrumpí, para decirle ese gesto suyo, me había gustado mucho, y al contestarme noté me hablaba en portugués, de donde la creí, y entonces me dijo que era brasileña.
 
    Toda vez, era 9 de marzo, miércoles de ceniza, le pregunté si aún en su país seguía el carnaval, y con gesto de repudio me dijo –en su idioma- que “¡no!, que ya estamos en cuaresma”. Y entonces seguimos conversando, sobre la oración del santo rosario, y me dijo a ella el vuelo no la cansaba nada, pues rezaba a los ángeles, para que nos ayudaran en  el vuelo; que pedía por el comandante de la nave, por la tripulación, por los pasajeros, por..., que se lo pasaba rezando..., le pregunté la razón de su viaje a Gran Canaria, y me dijo era madre de cuatro  hijos y una de ellas estaba casada con alguien importante de aquí, hacía veinte años, que tenía un niño y una niña (me dijo la edad de los dos, que obviaré), que su hija era de la “adoración nocturna”, en la Catedral, pues vive por allí, y bla, bla, bla..., viuda, de 67 años (cuatro más que un servidor) de hace cuatro años, le pregunté que si por algo malo y dijo que era diabético y que como comía de todo...,  y toda vez que me preguntó si yo era evangélico o católico, le dije que no, que yo –como ella- era y soy católico (no le dije de mi condición sacerdotal, para no condicionar la conversación, y me habló de la Virgen –a la que no adoramos, como dicen los evangélicos-, de la tranquilidad de cuando se quedó viuda, porque su marido iba a mejor vida, con Dios, señalando al cielo...
 
    Y rezaba uno, y comenzaba otro (rosario) y le pedí  rezara uno por mí, y entonces Lucía, me preguntó por mi nombre, y me dijo una de sus hijas se llamaba como yo: Fernanda, y se alegró por ello. Mientras -el vuelo duró casi tres horas-, pedí a una azafata, me dejara un folio o papel de nota, y un bolígrafo. Me dijo, el bolígrafo me prestaba el suyo –y que se lo tenía que devolver- pero que papel, en el avión, no tenían ni llevaban; me dijo arrancara unas hojas de las revistas del avión, y escribiera en ellas (¿?). Pero el joven, que quedaba a la izquierda, debía ser un universitario (como de 25 años, alto, seguro no era canario, aunque la correa de su reloj, era amarilla...), sacó una carpeta de su mochila, y me pasó un folio, en el que escribí, por ambas caras –se lo paso mañana- lo del guanche en el Museo Antropológico de Madrid.
 
    Al quedarme sin papel, al rato volví a pedirle al joven –saltando por encima de la piadosa dama- otro folio  (que ya se lo pasaré pasado mañana- y escribí, otras dos caras sobre el turismo, pero antes le dije al joven, que su acción tan generosa para conmigo, le valía un Ave María, que por él rezaría la señora; cosa a la que ella accedió, y el joven lo agradeció. Y así hablando de la Virgen, del rosario, de la fe en Brasil –me dijo sobre el descalabro del vicepresidente, que dijo estar a favor del aborto, y las encuestas de inmediato, lo daban perdedor, rectificó su criterio acerca de este crimen, y salió elegido; que las sectas estaban haciendo mucho daño en su país; me habló del papa Juan Pablo II, de éste, que era muy intelectual y que lo quería muchísimo; le pregunté sobre Pedro Casaldáliga, y sí, conocía su labor a favor de los más pobres y su poesía.
 
     Y, en reunión de arciprestazgo este mismo día , por la noche, se lo conté al hermano sacerdote Paco Martel, el que le escribe a Lucas, en La Provincia los Domingos; y se emocionó y alegró, pues no en vano estuvo por allá una larga media docena de años, y le dije, Paco: “cuando llegamos al aeropuerto, le dije a la señora, que habíamos llegado bien, gracias a Dios”, a lo que un señor, que venía delante de mí –y se venía empapando de todo lo que hablábamos atrás- se volvió, pare decirme: “¡Amén!”. Y añadió, “los que somos creyentes, ¡cuánto nos ayuda la fe!”
 
    La verdad, que hubo más; y lo dicho, queda resumido. Ya en el pasillo, antes de separarnos -ella, con sus dos bolsas en ambas manos-, nos besamos, como si de toda la vida nos hubiéramos conocido (se me olvidaba; le dije: también yo, rezaba a diario el rosario, pero sin el rosario de cuendas, sino presionando con los dedos contra la palma de la mano: un padrenuestro, y diez avemarías; y le gustó la idea. Le dije era más discreto... (el suyo, era más testimonial)...
 
    El Padre Báez, de cuando fue a Antena 3, al programa “Espejo Público”. Hoy, les deja esta primera entrega (queda la promesa de dos más: la del guanche, y la del turismo [este tema, por lo que me contó el taxista que me llevó al aeropuerto el día 8]). Para un servidor, al margen de lo de la televisión, fue un viaje muy positivo (¡y les ahorro contarle lo de la que me acompañó a Madrid, el mismo día 8, amiga de Pepe Dámaso, de Tino Montenegro, de Rafael Viñas, de..., y me pasaba los teléfonos de ellos y mostraba las fotos con ellos, y hasta me ayudaba en las preguntas que yo debía hacerles en las entrevistas que ella, hasta los llevaría al estudio de Radio Aventura..., la sorpresa fue cuando tratando de recordar uno de los libros de Rafael, el señor que venía delante se volvió, para darle el título, entonces me dijo era su esposo, un industrial, que... ¡otro, que se iba quedando con toda la conversación; y por otros gestos, aquello todo, venía trascendiendo a un buen círculo: sus dos hijos estudiando en Inglaterra..., seguían en tránsito para París, ¿para qué les cuento más? Fue todo, muy fructífero. Eso sí, me di cuenta, ¡cuánto silencio en el resto de los viajeros!, no se oía a nadie hablando, sino a un servidor, con sus compañeras de viaje...

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