Allí estaba; al fondo; sin más, en una caja de cristal, con maderas muy simples y pobres, sobre una mesa; sí, al fondo; de forma anónima. Más de tres siglos, fuera de su casa.
Lo vi paciente –como buen canario-, como esperando lo saquen de allí. La verdad, que allí no vi nada que valiera la pena –salvo el esqueleto de un gigante de dos metros y medio de Extremadura, que le precedía-.
No tengo la menor duda: él, es “la joya de la corona”. El antropológico de Madrid, sin él, se quedaría vacío. Y, aunque volví a visitar el lugar –que la primera vez no me lo dejaron ver, porque estaban en obras- curiosamente, tres o cuatro años después (repito), siguen en obras.
Cuando llegué, sobre las 13,00 horas, salían peones y albañiles (¡por el atuendo!), y una escalera con obstáculos, para no acceder por ella), y a la entrada, un policía –¿temerán vayan a por él, y se lo traigan?
Y, una vez dentro del recinto, ¡como un perro a la caza, me lancé, me dirigí a él (después de pagar los 3,00 € de la entrada, y que guardo como recuerdo), y con su cabeza ligeramente ladeada –no se si por efecto del cristal o la imaginación-, como que me sonrió.
Lo miré. Lo contemplé. Lo acompañé. Lo miré y remiré. Esta vez, sí que le hice fotos –siempre y cuando no fuera con flash-, me dijo el vigilante: “para no hacerle daño”. ¡La única medida!
Y lo más sorprendente, es en el patio media docena de vigilantes (¡más que visitantes!); aunque a decir verdad, no hay mucho que ver. El que no me quitaba ojos –como si hubiera leído mi intención- era el vigilante o celador, o lo que fuera de esa sala, desde la puerta. ¿Sospechaba yo me lo fuera a traer, y sacarlo de allí?; tal vez, ¿vio alguna similitud física? No sé.
Y es el caso, que recuerdo -en su día-, se llevaron a un negro que tenían disecado, y ¡lógico!; lo tuvieron que devolver, porque no procede, un país permita, que uno de los suyos, sea exhibido cual fiera de circo, o “pieza de museo”, sin el menor respeto humano, a la dignidad de éste (ser).
Pero vuelvo al mío, al nuestro; creo, mi amable lector sabe, me refiero al guanche –la momia- del joven varón, que retienen y tienen en Madrid, desde hace ya unos tres siglos (trescientos años).
Y aquello, me pareció una cárcel; me pareció humillante; me pareció degradante; me parece no tenemos políticos; me parece pertenezco a un pueblo de borregos..., ¡mira que con todos los vuelos, que a diario se hacen desde Madrid al Tabaibal (antes Canarias), ¿para cuándo el que devuelvan a este guanche a entre los suyos? ¿Lo hubiera permitido los vascos y catalanes, de haber sido de uno de los de ellos? ¿Por qué los canarios, permitimos, los visitantes al dichoso museo ese -que lo único bueno que tienen, al margen del guanche, es la frase en latín (que no todos entenderán), en el frontis, que dice así: NOSCE TE IMSVM-, que traducido, quiere decir: “conócete a ti mismo”.
Y al margen de todo esto, que ese pobre guanche –en cuero, mostrando su desnudez- esté donde está, me parece una falta de respeto; y la utilización de lo humano, como reclamo a figuras y telas, venidas del oriente, y que vi de pasada, y sin pararme ni reparar en ello.
La sala de África, me frenó al ver un molino de piedra, como el nuestro –de los guanches- y resultaba ser de los saharauis, junto a cerámica, también hermana, y por tanto similar a la nuestra de Marruecos, a la de aquí.
Y, sin más, porque cerrada la sala de América, por obra, ni me interesaba, ni iba a ir.
Que Madrid se desprenda de lo que no es suyo (de quien no es suyo); que devuelvan a su tierra a este guanche exhibido; que le den “libertad”, de estar entre los suyos; que vuelva a casa, que regrese, que lo traigan, que venga, que esté aquí.
Que no cosifiquen los despojos de un guanche; que sus restos descansen entre los suyos; él, es: nuestro ayer, nuestra Historia, nuestra identidad; él es, uno de los que los normandos conocieron, y en el Le Canarien (1402), podemos leer, lo que dijeron: “Irán al mundo entero, y no encontrarán a gente de más lindo entendimiento, ni de mayor belleza física, tanto en hombres como en mujeres”.
Si éste, de quien no sabemos su nombre hablara, pediría a gritos: ¡sáquenme de aquí!, ¡llévenme a mi tierra! ¿Qué hago aquí, el único con piel humana, entre estas piezas de otros mundos de pasta o madera? Mi mundo es Canarias; llévenme a Tenerife, a mi domicilio, a Herques...
Las islas no están llenas, mientras él no esté con nosotros; nos fala uno...
Es de los nuestros, es de nosotros. Nos pertenece.
¿No se llaman ladrones de cadáveres, los que lo hacen parea prácticas brujeriles y satánicas o demoniacas? Lo considero por igual, ¡o peor!
No somos bichos raros; no somos piezas de exposición; no somos atracción de ferias o/y similares!
Por dignidad, por respeto, por justicia, por vergüenza, por honor, por “¡a cada uno lo suyo!”, por amor a Acorán, al que este guanche en Madrid: oró aquí, le ofreció, lo adoró..., ¡que venga ya!
Que lo traigan ya. No lo retengan, ¡ni mantengan más!
El Padre Báez, que escribió esto en el aire, entre nubes (de regreso a casa -en el avión-, del Programa espejo Público de Antena 3).
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