La verdad, que no se, cómo reaccionaría un islamita, si alguien entre sus creyentes, dijeran que Alá es hembra, y por tanto una diosa; seguro, que no le darían opción a repetirlo. Pero, desgraciadamente, entre nosotros, no ya hasta negarlo, sino hasta cambiarle de sexo, al mismísimo Dios.
No creo, nadie reiría esa gracia, que le costaría la vida, al que ose vestir con faldas a Dios, y llamarlo “ella” a Él. Y es que, puestos a disparatar, no faltan los que con tal de ir en contra, son capaces de lo más absurdo.
Conste, que en la antigüedad, no faltaron, quienes vieran así las cosas, pero el tiempo, ha puesto las cosas en sus sitio, y como hay sitio para todos, y todos pueden disparatar y decir las tonterías que quieran –que precisamente, son hasta auspiciadas por regímenes ateos, a los que les encantan ver el patio revuelto-. Que no está al presente, vivir como en los tiempos de “maricastaña”, sino avanzar en la sabiduría, y no retroceder a épocas de la caverna.
Y es, que cuando de los dioses inexistentes, no cabe esperar milagro alguno; la democracia, abre las puertas a toda aberración, a la que se acogen muy felices, los que juegan a inventarse dioses, negando a Dios.
En todo caso, fue Él, el que nos hizo a nosotros, y no nosotros, los que lo hagamos a Él. Si el hombre hace un dios, ciertamente, se trata de un ídolo, por más que lo disfrace de divinidad, y tome de las Religiones, prestados, conceptos e ideas, y hasta imiten una liturgia, que en todo caso, por mimética, resulta ridícula e infantil.
Las innovaciones en materia religiosa, es como llegar tarde, y, si algo hay que hacer, es ser fieles a nuestros padres. Seguro, que ellos, no lo aceptarían (recuerdo la visita a una iglesia evangélica, con los niños y jóvenes de catequesis católica; lo hice, en plan ecuménico, celebrándose la semana de oración por tal fin, Y henos en el caso que la madre anciana del pastor –que vivía con su hijo-, en un rincón del salón-iglesia, vestida toda de negro, con pañuelo en la cabeza, lloraba; mientras el “pastor” andaba explicando algo a los míos, me acerqué a la suya, y le pregunté: ¿por qué llora mujer? A lo que me contestó: “¡porque es la primera vez, que veo a un sacerdote en este sitio, y es que usted, sí que es sacerdote; mi hijo, no!” Las madres, no se equivocan; son el mejor regalo, que nos hizo Dios Padre (que se comporta, como una madre).
Está en juego la fidelidad; que si entre los hombres es muy buena, mejor lo es para con Dios, Y, se lee en las Sagradas Escrituras (sin valor para los que se hacen y fabrican dioses a sus antojos), que: Dios es celoso; y por tanto, no admite a otro dios o diosa. Fidelidad y continuidad. Sin hacer algo nuevo, de lo que es eterno.
Cuando hablamos de Dios, es como hablar del hombre. El hombre, siempre se preguntó por la verdad. ¿Y cómo encontrar pruebas de su existencia? Y ya nos dijo el canario San Agustín, que tenemos la vía de la belleza; y no, no lo vio como diosa.
Ciertamente, la diosa es alguien o algo desconocido; y no deja de ser un sustituto de Dios, enraizado en la arqueología, que si bien aporta algunos datos, son muchos menos, infinitamente menos, que los que nos depara para Dios. Si éste, además de los razonamientos teológicos y filosóficos, tiene su ateos y agnósticos, ¿qué no pasará respecto a una pretendida diosa, cual si volviéramos a la época primitiva siguiendo el rastro de los arqueólogos e historiadores, sin atender a la evolución y a la actualización? Seguro, que ésta ganaría en ateos y demás negadores en formas y variación. No obstante: queda el diálogo.
El Padre Báez, que sabe a Dios, varón o masculino, si bien tiene comportamiento materno (Isaías, 19, 14-15).
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