martes, 23 de junio de 2015

era

Cuando El Tabaibal era Canarias...
“... era muy rico en ganado... poseía ovejas, vacas...” (del Génesis 13, 2. 5-18).
“... los perros... los cerdos...” (Jesucristo en el evangelio de san Mateo 7,6.12-14).
“... al filo de los gallos, en guardia labradora despiertan en los montes...” (del himno de Laudes del martes IV).
“... bajan la lluvia... después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que de semilla al sembrador y pan al que come...” ( del profeta Isaías 55, 10-12).
“...  recuerdo los tiempos antiguos...” (del salmo 142).
... los meses eran: “... san Juan (Junio), Santiago (Julio)...” Y los otros se citaban con otros nombres de santos, refranes o dichos afines, y así se decía -así se lo escuché a mi abuela- ¡así vea los ojos de Dios!, cómo este pasado sábado a mis feligreses de Cazadores, antes de la Misa (y a mi padre en su día lo de los meses) en encuentro sabatino en la plaza junto a la Iglesia, una hora antes de la Eucaristía, donde competían en el enunciado y enumeración de los meses por santos y dichos (o refranes), a distintos ancianos y gentes de mi edad (con cometarios afines, dignos de ir a parar a libros, ya que aquí no cabe tanto y tan bueno), que si:
         “Agosto: refresca el rostro”
         “Septiembre: el que quiere trigo, que siembre”
         “Octubre: las vacas hacen ubre”...

Y así, nótese la connotación agrícola y ganadera, que es la que regía el calendario, unido a la religiosidad. Y valgan los tres (o cinco) ejemplos puestos, para darnos cuenta cómo todo giraba en torno a la piedad o espiritualidad y alrededor de las actividades campesinas (agricultura y ganadería). Queden al menos como recuerdo de una época ida, quitada, desterrada por la clase política que ha hecho del puerto su finca particular al comprar fuera lo que no nos dejan producir dentro, y cobrar por ello aduanas y otras tropelías, que nos: enferman, envenenan y matan. Y, cuando eso era así, hemos venido al solo cultivo -sin cultivarlas, pues se auto siembran y expanden ellas mismas sin la mano de nadie- de la devoradora de tierras y terrenos, la tabaiba endiosada y protegida, sin que su leche sea comestible, ni de ella queso se haga o sirva como terapia o medicina contra algo. La pobreza actual, lo es también en dichos y refranes, y por supuesto cuando ya no se mira a las nubes (sobra Dios) por lo del refresco del rostro, ni cuando se mira a vacas inexistentes, si hacen o no ubre y cuando ya el sembrar por más que se vaya septiembre, lo trascendente pierde campo, como el campo pierde cultivo y ganado. Eso es lo que ha desplazado la tabaiba (y no es todo, sino unos ejemplos del decir o hablar campesino, tan sabio y profundo, que se pierde para siempre, al perder lo que los sustentaba o justificaba: las faenas y trabajos en el campo, bien se cultivara o se atendiera ganados, casi siempre a la par). Al presente, ni cambio de tiempo, ni miradas a ubres de vacas, y menos las sembradas (se cavaba, se araba, se zorribaba, se barbechaba, se surcaba, se trillaba, se..., se..., se..., ¡ahora nada de nada! Perdemos riqueza, perdemos tradición, perdemos identidad, perdemos trabajo, perdemos dignidad, perdemos fe, perdemos comida sana, perdemos por las multas que ponen si se intenta hacer algo de lo señalado aún en la más mínima expresión, perdemos..., perdemos..., perdemos..., solo ganamos tabaibas, y más de lo mismo, ¡y para nada! ¡Bueno, para multas que ponen el seprona y el miedo ambiente y se embolsa el cabildo los dineros de los pobres ex campesinos que nada pueden hacer en el campo, sino recordar meses y refranes que les marcaba la vida y la Vida!
El Padre Báez.
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11. Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón»[19]. Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas»[20]. Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio.
12. Por otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza[21]. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza. (de la encíclica de Francisco Laudato si).

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