La agricultura de
tabaibas...
“... cada uno recobrará su propiedad... comeréis de la
cosecha de vuestros campos... cada uno recobrará su
propiedad...”
(del libro del Levítico 25, 1.8-17)./ “... los saciaré de pan...” (del salmo
131)./ “... no hagáis nada malo... todo
lo que os pedimos es que os enmendéis... construir... no derribar” (de la
segunda carta de san Pablo a los Corintios 12, 14-13,
13)./
... no ha hecho sino traernos variados y múltiples
problemas y conflictos sociales, económicos, ambientales, etc. Con las tabaibas,
imposible cualquier otro desarrollo económico en la isla. De entrada, no se ha
respetado la agricultura tradicional, para venir a la de solo tabaibas; se
pierde la trasmisión de conocimientos ancestrales; desparece el diálogo o
comunicación, etc.
En definitivas, desaparece la agricultura local, y su hermana
la ganadería. Hemos quedado sin rentabilidad alguna, hemos perdido economía,
sustentabilidad, alimentos, estabilidad, conservación, etc., todo esto nos ha
transformado en lo que somos y tenemos: sin consumo, sin trabajo, sin cultura,
sin futuro, sin mercado... Y, lo peor: no hay lucha alguna, no hay movimiento
alguno, solo deshumanización y pérdida de valores y principios. Ya, ni
conservamos a la misma naturaleza, a la que se la daña irreparablemente con la
desaparición de flora y fauna únicas en el mundo, por endémica y autóctona, sin
que ello importe nada a los que dicen defender el medio, con su miedo. Se ha
roto la unión del hombre con la tierra, su defensor nato. Y con el cuento y la
mentira de la conservación, no conservan sino que eliminan y desaparecen flora y
fauna. Quieren sustituir la sabiduría milenaria con verdaderos disparates y
absurdos, como no dejar coger las papas, por estar protegidas sus ramas y
flores, tratando de ignorantes a sabios y viejos campesinos. Y así, la crisis,
no ha terminado de entrar, sino que está dando sus primeros pasos. Vivimos en un
caos de multas y sanciones, con un control por parte de “técnicos”, “policía
miedoambiental” y “seprona” (el cabildo) que imposibilitan un futuro con salida,
sino la emigración o muerte en tu propia tierra, sin poder tocarla. Pues son
inflexibles y descomunales en cantidad a abonarles por nada y por todo en sus
elevadísimas multas por auténticas naderías y simplezas, como limpiar un camino.
Y todo ello, sin otra alternativa, donde ya sin ética y sin cultura (que se
pierde irremediablemente). Tradiciones y saberes irrecuperables ya. No
producimos alimentos. Lo que nos llega, llega falto de calidad... (continuaré
mañana).
El Padre Báez.
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III. El misterio del
universo
76. Para la tradición
judío-cristiana, decir « creación » es más que decir naturaleza, porque tiene
que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un
significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza,
comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don que
surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el
amor que nos convoca a una comunión universal.
77. «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos»
(Sal 33,6). Así se nos indica
que el mundo procedió de una decisión, no del caos o la casualidad, lo cual lo
enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada en la palabra creadora. El
universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una
demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden
del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: « Amas a
todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras,
no lo habrías creado » (Sb
11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le
da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es
objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su
cariño. Decía san Basilio Magno que el Creador es también «la bondad sin
envidia»[44], y Dante Alighieri
hablaba del « amor que mueve el sol y las estrellas »[45]. Por eso, de las obras creadas se asciende «hasta su
misericordia amorosa »[46]. (Laudato si, la encíclica de
Francisco).
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