Nuestra agricultura intensiva de tabaibas, no nos
sostienen...
“... los frutos del país...”
(del libro de los Números 13,2-3ª.26-14, 1.26-30.34-35)./ “... que mande trabajadores a u
mies...” (Jesucristo en el Evangelio de san Mateo 9, 35-10,1)./ “... sin que caiga un grano en tierra... el
que ara sigue de cerca al segador; el que pisa las uvas al sembrador....
cultivarán huertos y comerán de sus frutos. Los plantaré en su campo...”
(del profeta Amós 9,
1-15).
... éstas, utilizan el suelo fértil, se tragan toda el
agua, alteran la vida del campo, envenenan la tierra, no permiten la tierra se
restituya...; esto, debe cambiar; el modelo tiene que ser otro. Ya va siendo
hora -después de medio siglo- pasar de la agricultura global a la agricultura
local (como siempre fue). Mantener la situación actual, solo alargaría y
aumentaría la desnutrición galopante y creciente.
No tenemos alimentos para
sobrevivir. La agricultura, ha sido robada por países dominantes, que crean
pueblos dependientes de ellos (y en ello estamos, con complacencia de la clase
política y económica). La agricultura de solo tabaibas, está poniendo en grave
situación a nuestra tierra, volviéndola estéril, y perdiendo con ello
fertilidad; comprobable y demostrable a quien me los solicite (para
mostrárselo). Por de pronto, la biodiversidad es la gran perjudicada, entre
otras. Echando balones fuera han dado suma importancia en proteger a las
tabaibas (y otras basuras), y todo lo que consiguen es la extinción o
desaparición de la misma biodiversidad. Pero, digamos: la extinción, es masiva y
total. Pero, la cuestión, es un asunto de política. De entrada, la gente del
campo, lo tiene que abandonar, salir del mismo. Se extingue el campesino, y pasa
a ser un dependiente más, un consumidor de productos extraños. La consecuencia
es, que no se atiende a la población (a la que meten en campos de fútbol). Esta cultura, tiene que cambiar, para que
vuelva la agri-cultura.
Debemos y tenemos que producir nuestros propios alimentos; pero para eso, hay
que romper muchos moldes egoístas y contrarios al pueblo, del cual solo se
benefician los políticos, a costa de la pobre gente engañada, y teledirigida.
Pero, protegen todo lo que no debe ser para el bien común, con un doble ejército
del cabildo (miedo y sepro). Y no hay agricultura ecológica, sino la que sale
del campo, sin más. Pero, dado el daño de las tabaibas, habría que regenerar los
suelos. Nuestro suelo ha sido muy empobrecido con el daño grave de las tabaibas
y su veneno. Las autoridades o gobernantes, no hacen frente al hambre que crece,
sino con parches (Cáritas y otras); pero esa no es la solución. Eso, solo alivia
el hambre, pero nada más; y hay que ir a la raíz, es decir a una solución del
problema, que pasa por mejorar la alimentación, que repercute en la salud, si se
come de la tierra propia (proteínas y calorías de las que carecen nuestra
población infantil y que son el futuro)...
El Padre Báez.
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IV. El mensaje de cada
criatura en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos en
decir que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería llevarnos a olvidar
que cada criatura tiene una función y ninguna es superflua. Todo el universo
material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia
nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. La historia
de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio geográfico que
se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la
memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los
montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en
una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a
recuperar su propia identidad.
85. Dios ha escrito un libro precioso, «cuyas letras son
la multitud de criaturas presentes en el universo»[54]. Bien expresaron los Obispos de Canadá que ninguna
criatura queda fuera de esta manifestación de Dios: «Desde los panoramas más
amplios a la forma de vida más ínfima, la naturaleza es un continuo manantial de
maravilla y de temor. Ella es, además, una continua revelación de lo
divino»[55]. Los Obispos de Japón, por su parte, dijeron algo muy
sugestivo: «Percibir a cada criatura cantando el himno de su existencia es vivir
gozosamente en el amor de Dios y en la esperanza»[56]. Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a
través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque
«para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una
voz paradójica y silenciosa»[57]. Podemos decir que,
«junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se
da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche»[58]. Prestando atención a esa manifestación, el ser humano
aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me
autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar
descifrar la del mundo»[59]. (Francisco, en su
encíclica Laudato
si).
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